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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








lunes, 27 de diciembre de 2010

El día que hasta Dios lloró

La lluvia golpeteaba los vidrios del amplio ventanal de manera tal de generar un áspero ambiente para una charla generacional.
Pero el nieto gozaba con las anécdotas del abuelo; quien a su vez sentía un placer indescriptible al saber que era un interlocutor válido en el comentario de sus hazañas de antaño.
Gabrielito, era un niño inquieto y locuaz, apasionado por los relatos de Don Mariano, su querido abuelo, y este a su vez utilizaba ese apasionamiento para poder pasar un día de lluvia encerrado sin poder salir.
El niño jugaba con sus dedos persiguiendo las gotas que se desplazaban a lo largo del vidrio en forma descendente.
-         Mirá abuelo, que gotas tan grandes.
-         Sí Gabrielito, se parecen las lágrimas de Dios.
-         ¿Cómo las lágrimas de Dios, abuelo?
-         Sí, en realidad es un mito que se generó en una vieja anécdota, que me sucedió con mi papá y mi abuelo, en el 2001.
-         ¿En el 2001, abuelo?. Hace un montón de tiempo.
-         Si bebé, exactamente un 27 de Diciembre del 2001.
-         ¿Y que pasó abuelo? ¿cómo fue?.
-         Es una historia larga y emocionante Gabrielito, estábamos pasando un año triste. El 2001 fue para todo el pueblo un año triste, con muchos inconvenientes políticos y económicos. Estos inconvenientes hicieron que renunciara un presidente tras otro y que los conflictos se agravaran.
-         Pero abuelo. ¿Porqué lloró Dios?
-         Mirá hijo, se vivía una semana de tensión, a puro cacerolazo, con protestas callejeras a diario, saqueos en los comercios y varios muertos.
-         ¡Ahora entiendo, por eso lloró Dios!
-         Quizá haya sido consecuencia de tantos sucesos, pero ese día el 27 de Diciembre, estábamos mi abuelo, mi papá y yo sentados presenciando un partido de fútbol, “el partido de fútbol”; y en un determinado momento comenzaron a caer unos gotones enormes del cielo.
-         ¿Se mojaron todos?
-         No Gabrielito, las gotas no mojaban; en realidad mojaban, pero era tan importante lo que pasaba que el agua no se sentía.
-         ¿Eran lágrimas santas, abuelo?.
-         Sí Gabriel, eran las lágrimas de Dios, que lloraba de emoción.
-         ¿Y ustedes, abuelo?.
-         Nosotros nos unimos los tres en un eterno abrazo, y lloramos de alegría.
-         Que lindo abuelo, ¿y lloraron todos entonces?.
-         Lloramos todos, mi abuelo, mi papá, yo y lo más lindo, también lloraba Dios de la emoción.
-         ¿Pero porqué lloraban entonces, abuelo?.
-         ¡Llorábamos, porque Racing había salido campeón!.

Eduardo J. Quintana 

 

viernes, 17 de diciembre de 2010

Formato de mujer

Como un viejo catador de vinos, degustando la exquisitez de su volumen y el típico sabor que frecuenta su boca, acepta la aptitud de calidad de la bebida de los pueblos.
La suavidad y el poder que emanan de su interior se asemejan al cálido tallo de una hermosa rosa roja, con su pureza natural y el encanto subyugante de su perfume.
Un añejo vino tinto, una perfumada rosa roja; funden su esencia en un horizonte imaginario en el que se entremezclan colores y aromas, suavidad y dulzura; todo para lograr una asociación de bellezas, que se asemeja al cúmulo de partes sensualmente únicas que forman el cuerpo desnudo de una mujer con su piel aterciopelada y suave.
Nada más hermoso que una mujer desnuda, nada más delicioso que una exquisita copa de buen vino tinto, nada mas atractivo que una natural rosa roja. Una conjunción de adjetivos para igualar la imagen que se genera en las retinas de cualquier hombre amante de la vida.
El cabello largo por debajo de los hombros casi a media espalda, la curvatura del final de ella y el comienzo de los glúteos bien marcados y tan suaves como los pétalos mismos de la rosa roja. Las torneadas piernas y su interminable recorrido, al igual que el sorbo de vino degustado en su camino por la garganta; los pies, zona sensible por excelencia con sus dedos tan largos como el tallo de una rosa, sabiendo que las espinas demuestran una suavidad tal que se entremezclan en la sin razón del pinchazo que inexorablemente provoca en la piel, esa piel tierna y dulce, que se deja ver en el pubis de una mujer desnuda.
Y sus senos, redondos y sensibles, tan sensibles como la mismísima imagen del vino transitando por  la lengua, mientras es saboreado, como los senos semsuales continuamente degustados por la vista y saboreados por la mente.
Sus ojos, su nariz, su boca, tal como los pétalos aterciopelados de una rosa abierta, tal como el ruido del vino ingresando en la copa.
Una mujer desnuda, una rosa roja, un vaso de buen vino tinto y toda la naturaleza junta formando una conjunción incomparable.

lunes, 13 de diciembre de 2010

El Malabarista

No entiendo, la verdad no entiendo por qué…
-         No me pueden hacer esto, vinimos a jugar hasta acá y ahora me dice que él no puede jugar.
Nosotros somos así, andamos siempre en yunta. Somos verdaderos amigos, como me dice mi vieja. Amigos desde siempre.
-         Déjense de embromar viejo, necesitaban uno y yo traje al Felipe, que juega mucho mejor que cualquiera de ustedes.
Ni se imaginan como la mueve, las piruetas que hace con la pelota. Un animal, una bestia el Felipe…
-         ¿Quieren verlo? Mirá vos gil, tirale la pelota…
Uno, dos, tres…diez…veinte…cien jueguitos con la cabeza, sin que la bola toque el piso. Todos impactados, todos boquiabiertos.
-         ¿Y giles, qué me dicen ahora, juega o no juega?
Siento que lo discriminan y no lo puedo creer.
-         ¡Es un malabarista, el Felipe es un malabarista!
Corre más que ellos, juega mejor que ellos, hace goles, juega de defensor, en el medio y adelante.
-         ¿Qué le tienen miedo?
El Felipe te muerde los talones, no te deja ni mover, es un jugador de toda la cancha, hasta lo hemos puesto de arquero con mis amigos y no saben como ataja.
-         Le tienen miedo. ¿No les da vergüenza cagones?
Me miran con cara rara, con ganas de contestarme. No se animan, le tienen miedo…
-         Es re bueno el Felipe viejo, si no lo dejan jugar es porque son unos turros.
Mirá si será bueno, hace años que estamos juntos, salimos juntos, jugamos juntos, el Felipe es mi mejor amigo y como dice mi vieja, es el único que seguro nunca me va a abandonar
-         ¿Qué es una decisión tomada, no lo van a dejar jugar?
En estos casos, como dice mi viejo, es necesario tomar una posición y yo soy de esos que no anda con vueltas.
-         Entonces si no juega él, tampoco juego yo y se quedan con nueve.
Pareció no importarles
-         Vamos Felipe…
Agarré el palito, se lo tiré lejos y como siempre el Felipe lo fue a buscar y me lo trajo haciendo jueguito.