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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








martes, 30 de octubre de 2012

Pelusa mágica




Como un regalo celestial que Dios nos hizo, sublime majestad sobre mi suelo argentino.
Como un arco iris de ilusiones, que posó sus pies en Fiorito.
Y nos entregó un duende de sólo quince años que logró generar emociones, haciéndonos sentir las propias palpitaciones de nuestros vibrantes corazones.
Un mago de galera y bastón, cebollita o bichito de Juan Agustín García y Boyacá, mentor de hazañas, promotor de alegrías.
Emperador del Imperio pasión, con los colores de mi corazón y con los otros; los que odio.
Signo acuñado en la moneda de los próceres, esgrimiendo la efigie de los invencibles.
Barrilete cósmico, apareciendo para vencer la sed colonial y demostrarle al mundo, que Dios es Argentino. Y como es supremo y está en todas partes, llevó su magia por el mundo, haciendo brillar a ricos catalanes y pobres napolitanos.
Rey de reyes, supremo del balón, primero entre los mejores y nuestro, simplemente nuestro. De su pueblo que le dedicó un ¡te quiero Diego!, tan grande como el corazón de quien lo canta.
Ilusionario de la vida, nos llenó de magia, nos colocó entre los mejores y nos regaló su vida para alegrar a un pueblo carente alegría.
Pelusa, un duende lleno de emociones.
Diego, y la natural experiencia de saber que Dios, ¡Dios es Argentino!


Eduardo J Quintana
de libro Formato de Mujer

domingo, 21 de octubre de 2012

Mamita




La suavidad de tus manos, acariciando mi suave cabello.
El calor de tu piel, protegiéndome en los momentos difíciles.
La leche emanada de tus pechos, para hacerme crecer.
La papilla preparada por tus manos y dirigida con amor a mi boca.
Tus consejos siempre oportunos. Tu paciencia siempre presente.
La penitencia colocada en el momento correcto.
La felicitación y el beso, como premio a un acto de la vida.
Un lugar en tu cama para sacar mi miedo en una noche de tormenta.
Tu inconfundible perfume a madre. Tus sonrisas y tus lágrimas
Tu mirada penetrante y sincera para advertirme el peligro.
Tu voz para alentarme en la larga carrera de la vida.
Mamá y la dulce palabra pronunciada en mi niñez.
Mamita y el pedido de socorro permanente.
Vieja, desde el corazón y desde la razón.
Tus brazos tendidos siempre para ayudarme, para abrazarme.
Y mi amor, para estarte eternamente agradecido.
Mamá, tu hijo y el amor eterno.

Eduardo J. Quintana
(del libro "Formato de mujer")

lunes, 8 de octubre de 2012

La Vigilia




-          ¡Que miedo tengo, vieja!
-          ¿Miedo vos? Que raro, siempre fuiste un valiente.
-          Pienso en los chicos, ¿cómo estarán?
-          No sé viejo, no tenemos noticias desde hace varios días.
La radio que comentaba el fin del ultimátum y el comienzo de las primeras escaramuzas, en lo que sería la incursión beligerante estadounidense, repitiendo viejas políticas intervencionistas.
-          Se creen los dueños del mundo.
-          Pero viejo, siempre fue así, ellos mandan en el mundo desde hace mucho tiempo y son venerados por otros países de ideas similares.
-          Pero esta vez las Naciones Unidas, están en contra de la guerra.
-          Ya te lo dije viejo, ellos son los dueños del mundo.
La hora de la invasión se acercaba y las disminuidas tropas esperaban repeler con patriotismo la incursión foránea.
La historia volvía a repetirse y quien en su momento había mantenido relaciones carnales con los Estados Unidos, hoy era su peor enemigo.
El porqué era simple. La tierra invadida era la principal reserva del elemento más importante, de gran valor y que escasea en otras partes.
-          ¿Cuánto falta vieja?
-          ¿Otra vez me lo preguntás?, pasaron diez minutos desde la última consulta.
-          Cada vez tengo más miedo.
-          No te adelantes, quien te dice interviene el Papa y todo se soluciona.
-          ¿Qué va a intervenir el Papa? Los yanquis a la Iglesia, no le dan bola.
-          Pero si la ONU, el Vaticano, la mayoría de los países de la Unión Europea y gran parte del mundo occidental y oriental, están en contra de la guerra, quizá la invasión no prospere, viejito, no te pongas nervioso.
En realidad, Jorge, no era el único desmoralizado y temeroso, toda la población tenía un doble discurso, para afuera era todo patriotismo; para adentro era miedo, angustia y desazón.
La fuerzas de la Alianza, establecida entre Estados Unidos e Inglaterra, esperaban la hora indicada para una feroz invasión. Una invasión desproporcionada contra un país de Tercer Mundo, una acción desprovista de toda razón, lógica y moral.
Una historia repetida de usurpación, despojo y hambre. Porque la guerra había comenzado hacía muchos años, con una política de dominación; con una beligerancia eterna. Pero no beligerancia de balas y misiles; beligerancia de hambre, pobreza y dependencia.
Ahora la realidad marca el comienzo de una guerra sin sentido, una nueva guerra con un objetivo económico diferente y un repetido desatino imperialista del mismo enemigo de siempre.
-          ¿Qué es ese ruido?
-          Un trueno Jorge, un trueno.
-          ¿Segura? Me parece que son bombas.
-          Prendé la televisión viejo y sacate las dudas.
Las imágenes eran patéticas, habían comenzado los bombardeos en las fronteras.
Los ruidos eran bombas, misiles disparados a objetivos indefinidos y miles de compatriotas que perderían la vida inútilmente.
-          Tengo miedo viejita, estoy aterrorizado.
-          Abrazame Jorge, abrazame fuerte y pidámosle a Dios por los chicos.
-          ¿Qué hicimos mal vieja? ¿Qué hicimos mal?
-          No sé Jorge, vivir en un país hermoso, un país distinto.
-          ¿Te acordás Mabel, cuando éramos chicos y veíamos la invasión a Irak, en la lucha por el control del petróleo?
-          Parecía tan lejos....y mirá ahora, tenemos la guerra encima.
-          Tenés razón viejita, ¿quien iba a pensar que Estados Unidos invadiría la Argentina, para dominar el control del agua?
Año 2053. República Argentina. Una familia típica y una desesperada vigilia.

Eduardo J. Quintana
(Inédito)