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domingo, 21 de junio de 2020

La herencia más sagrada

Muchas actitudes en la vida de una persona son dignas de admirar y por sobre todo analizando el entorno. La familia muchas veces significa el ámbito de formación de la personalidad de los hijos, que crecen espejándose en la forma de ser de sus padres. Es obvio en aquellas comparaciones en las cuales se dice: es igualito a la madre o sacó el carácter de su padre.
En el caso de la familia Comesaña, las comparaciones son por género. Familia tipo, cuatro personas, padre, madre y la parejita de hijos. Cualquier análisis previo, sobre todo en la sociedad machista, diría que los hombres poseerían el carácter fuerte y las mujeres “el sexo débil”. Acá mucho tiene que ver el avance del feminismo. Silvina y Valentina habían heredado de la abuela Francesca, el ímpetu calabrés y las “pocas pulgas”. El abuelo Emilio, padre de Alberto y abuelo de Felipe, había sido concejal de su pueblo, abogado de profesión y dueño de un poder discursivo y de disuasión con la palabra, que habían heredado “Tito”, en primera instancia y que, el pequeño Iván, iba en camino a imitar en su vida. Paciente, parsimonioso, tranquilo, seguro de su palabra y por sobre de todo pacífico, Iván Ramiro Comesaña con doce años no tenía a la violencia como parte de su accionar diario, ni siquiera en el pensamiento.
En el colegio era el natural mediador en cualquier conflicto y el alumno perfecto para llevar la voz en los trabajos grupales. Cuando uno analizaba el proceder del padre era casi una réplica de lo que su hijo había aprendido en su vida. Cuando alguien habla de Don Emilio, se refiere a un tipo con una paz interior admirable, capaz de no alterarse ni con las feroces discusiones en el Consejo Deliberante de su pueblo. Era herencia pura.
Solo había algo que Ivancito había legado de su abuelo materno, el amor por el fútbol y la gran virtud de desplegar toda su destreza con un balón. Ese contraste del ser humano entre el intelectual y el deportista, entre la retórica discursiva y la jugada perfecta, entre el pacifismo práctico y la ductilidad con la pelota, eran actos innatos en el pequeño Iván. Nadie podía creer su edad, al igual que, con sus mismos años, le ocurría a Alberto. Tipos que, con un cuerpo pequeño, demostraban tener una inteligencia superior.
Una de las mayores enseñanzas de Don Emilio a Alberto, que fue el legado de este a su hijo Iván y a su hija Valentina, era la defensa de los ideales por medio de la palabra. El ímpetu de Valentina, la hacía más fuerte ante la adversidad y protectora por naturaleza de su hermano menor quien, ante una sociedad violenta, quería utilizar la palabra como arma de lucha y muchas veces quedaba huérfano de defensas ante la rudeza del ocasional contrincante.
En el fútbol la defensa era con la pelota y su magia lo hacía proclive a que los pibes rivales se tomaron venganza a los golpes. En el colegio, más de una vez fue Valentina quien salió en su defensa, frente a su pasividad ante la agresión física. Muchas veces sus palabras, su discurso de convencimiento, no alcanzaban para apaciguar a un pibe un par de años más grandes, al cual había desairado con un caño, o le había pisado la pelota dejándolo zapateando junto a la raya. En el colegio, la diferencia no era de edad, sino de tamaño, en cambio en el club la cosa era diferente. Enfrentaba a chicos varios años mayores que él y muchas veces tomaban su juego como una provocación. Con ese pensamiento, fueron muchas las ocasiones que lo agredieron y varias llegó a la casa con algún ojo morado.
Su madre y su hermana se enojaban mucho, en cambio su padre le preguntaba siempre lo mismo - ¿Vos reaccionaste hijo? Y ante la negativa, venían las felicitaciones. La mayoría de sus compañeros y amigos no entendía su falta de reacción. Disfrutaba del fútbol de una manera única, hacía disfrutar a quienes lo miraban de la misma manera que enervaba a sus ocasionales adversarios.
Un partido repetido contra su club rival, encontraba siempre a Iván con su férreo marcador, un “perro de presa” llamado Julián y a quien le decían “Tano”. Un partido, dos y al tercero, era tal el paseo que le estaba pegando que, desde un costado de la cancha, junto al alambrado, un vozarrón gritó: - Pegale, rompelo. Dos palabras ingratas y desagradables, más aún, proviniendo de un mayor en un partido de pibes. Era el padre del “Tano” Julián quien, como buen hijo, hizo el acto de justicia (e injusticia) que su padre le pidió…
Y así un día, una tarde de sábado, en el club de siempre, el “Tano” le rompió los ligamentos de un planchazo al “Mago” Iván Ramiro Comesaña y aunque nadie lo podía creer, no derramó ni una sola lágrima, no se quejó, ni tampoco contó nada en su casa. Es más, si Ricardo, el novio de su hermana Valentina, no hubiese contado lo ocurrido, jamás se hubiesen enterado los padres. Pero fue tal la mala fe, tal el golpe y tan triste el final bochornoso del partido, que le contó todo y Valentina, que juró que algún día se cruzaría con el Tano Julián, reunió a sus padres y con lágrimas de impotencia comentó el desenlace. Silvina, estalló en llanto de los nervios; en cambio Alberto quien jamás había ido a ver a su hijo, con su calma habitual, solo meneó la cabeza en señal de reprobación. Hablaron los tres a solas con Iván para levantarle el ánimo. Tal como su padre, no se quejó en absoluto y solamente acotó que lo sucedido era parte del juego. Pero las palabras del padre del “Tano”, no se olvidarían nunca más.
La recuperación fue larga, primero con la desinflamación de la rodilla, luego con la operación y después, con la pierna derecha inmovilizada por varios meses. Decenas de sesiones de kinesiología y horas de gimnasio. Un sacrificio para ir al colegio, donde se convirtió en una especie de héroe. Fueron nueve meses hasta volver a jugar y ese día, con el regreso, mucha gente se acercó a verlo. La magia siguió intacta y por supuesto, descolló.
Por dentro, todos esperaban un momento, el partido que volvería a juntar al “Tano” Julián y al “Mago” Iván que, según los resultados, sería en la final. Así fue que, nuevamente, llegaron a la final los dos mejores equipos y se volverían a encontrar en la cancha. La expectativa era enorme. El técnico habló con el “Tano” Julián Marcone para comunicarle que no iba a jugar, pero cambió de opinión con el llamado de Iván, quien pidió por la presencia de su adversario. Un gesto que el “Mago” pidió mantener en secreto y que era digno de su papá y su abuelo. Solo restaba saber que haría el padre del “Tano”, ya que Alberto, como era habitual se suponía que no concurriría.
Llegó el día y una multitud asistió al partido, entre ellos Jorge Marcone, el violento padre del “Tano”, quien con gesto provocador se ubicó en el mismo sitio, desde donde había incitado a su hijo a cometer la descalificadora infracción. Pero hubo un gesto, una actitud que provocó el aplauso general. Cuando Ivan Comesaña ingresó a la cancha, fue directamente en búsqueda del “Tano” Julián para tenderle su mano. Alberto, de haber estado presente, se sentiría aún más orgulloso de su hijo, aunque para los Comesaña era una actitud común.
En el momento de comenzar el partido se notó que nuevamente la marca del “Mago” sería Julián y que no variaría la intensidad, ni tampoco la brusquedad. A los diez minutos ya estaba amonestado. A los veinticinco con un hermoso tiro libre, Iván Comesaña había abierto el marcador. Antes de terminar el primer tiempo, una pisada magistral del diez, dejó desairado a su marcador quien lo taló de atrás, provocando la roja directa. Se temió lo peor, el “Mago” se revolcaba en el piso del dolor, salió fuera de los límites y así terminó el primer tiempo. En el vestuario, se recuperó y volvió a la cancha, sin la marca pegajosa y violenta del “Tano” Julián. A los diez minutos convirtió el segundo y a los veinte el tercero. El partido estaba terminado en el resultado y en lo anímico, por lo que el técnico realizó el cambio, saliendo de la cancha, ante el aplauso generalizado y el griterío de Silvina y Valentina, que habían olvidado la venganza. El cuarto y el quinto gol vinieron seguidos, acentuando la goleada, que hubiese terminado en mayor diferencia sino hubiese sido por la suspensión a los cuarenta minutos, cuando se armó una batahola tal, que el árbitro dio por terminado el partido. Fue en momentos en que Alberto Comesaña, camuflado entre los hinchas, ingresó al sector donde estaba el padre del “Tano”, le tocó la espalda y cuando este giró, le propinó un terrible “trompazo” que lo dejó dormido en el piso, ante la mirada atónita de su familia y el anonadado esfuerzo por sostenerlo, alejado del noqueado Jorge Marcone, mientras le gritaba: - ¡Con mi hijo, no…! ¡Mi pibe es sagrado…! ¡Con mi hijo, no…!


   Eduardo J. Quintana
 Cuento Inédito
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