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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



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lunes, 31 de octubre de 2022

Patronato de mi vida

 

Fue una infancia signada por la tragedia ya que el destino había marcado que cuando llegamos con mi hermano mayor a la Argentina huyendo de las esquirlas dejadas por la guerra civil española, nos encontraríamos en la soledad absoluta. Fue hace muchísimo tiempo cuando en una noche de frío, anclamos en el Puerto de Buenos Aires provenientes de la madre patria, solos, mi hermano José que tenía dieciocho años y yo con solamente cinco de edad. Allá habían quedado nuestros padres y tres hermanas. Allá habían quedado días de hambre y miedo.

Nuestro arribo no fue la mejor, la tía que nos debía cuidar había enfermado muy gravemente y no podía hacerse cargo. Mi hermano ya era grande y por intermedio de un vecino de la tía Victoria, consiguió trabajo en la zafra de azúcar en la provincia de Tucumán, no lo vi nunca más y juro que lo extrañé horrores. Yo viví quince días con una vecina, hasta que mi tía falleció. Volver a España era imposible, así que no quedó otra alternativa que la autorización escrita de mi hermano, para que me internen pupilo en el Patronato de la Infancia que tenía la sede en San Telmo. Fueron largos años de aprendizaje, de nuevos amigos y lo que a la postre sería una nueva familia. Entre mis compañeros se encontraba el Tavo, el Fino y Pocholo con quienes armamos una linda amistad. Demás está decir que, aunque haya nacido en Andalucía, me apodaron el Gallego desde el primer día. El Tavo era entrerriano, de Urdinarrain, un pueblo cercano a Gualeguaychú. El Fino era cordobés, de Villa María y el Pocholo de Capital Federal. Armamos un lindo grupo, nos hicimos amigos y esa amistad duró muchos años. Cada uno tenía una historia fuera del “Padelai”; familia, amigos, raíces y hasta un club de fútbol. Pocholo era de Boca, el Fino de Alumni, el Tavo de River y yo del Sevilla. No tenía equipo en Argentina y poco sabía del rojiblanco, pero la pasión por el fútbol jamás la perdí, pese a la distancia y al desarraigo.

Cuando cumplimos los dieciocho años junto al Tavo salimos a la vida civil exterior y sin familia en Capital, nos dirigimos rumbo a Urdinarrain, en Entre Ríos. Allí nos esperaba un asado espectacular preparado por Don Jorge, el padre del Tavo. Una semana en familia y partimos rumbo a Paraná donde nos esperaba un buen trabajo en una fábrica de muebles y una nueva vida, asentados laboralmente, viviendo en una casita en las afueras de la ciudad. La primera actividad que realizamos juntos, fuera de lo laboral, fue concurrir a un partido del Regional entre Club Atlético Patronato de la Juventud Católica de Paraná y el Club Gimnasia y Esgrima de Concepción del Uruguay, un clásico. Conocimos el “Prebístero Bartolomé Grella” repleto de hinchas del “Negro Santo” y nos enamoramos mutuamente del rojinegro.

Ambos éramos católicos creyentes, por lo tanto, el club nos aceptó como propios y a partir de su ingreso como socios comenzó una comunión de fe con la institución, convivencia que duraría hasta que la muerte nos separe. El Tavo ya partió, yo cumplí setenta y siete años y todavía me mantengo bien, pero me asisten los achaques típicos de la edad. Pasé toda una vida al lado de Patronato y muchos clásicos como con Gimnasia y Esgrima de Concepción, contra el Sportivo Urquiza o bien en la ciudad, contra el Decano, el Club Atlético Paraná. Conocí grandes ídolos como Jorge Comas, Américo Pessoa, Carucha Müller, Mario Belloni y tantos otros, que disfruté con la rojinegra. Recuerdo como si fuera hoy la vuelta olímpica en el ’78, cuando logramos la clasificación al Torneo Nacional. Fue la primera vez que volví a Buenos Aires, obviamente, fui a aquel inolvidable partido en la Bombonera.

A veces se me complica y debo programar la misa para otra hora. Algo que no les conté, tomé los hábitos hace treinta años y desde hace veintidós, trabajo en una capilla de un pueblito cercano a Paraná, donde necesitan la palabra de Dios. Concurren muchísimos fieles, a quienes me encargo de convencer entre muestras de fe y bendiciones sobre las bondades del cristianismo y también sobre la pasión por el Negro de Paraná. La camiseta a bastones va debajo de la sotana, que casualmente tiene un largo cinto rojo y con esa vestimenta doy misa, siempre y cuando no juegue Patronato. Suerte que al sacerdote que me acompaña no le gusta el fútbol y me reemplaza en cada partido, en cada viaje. Ahora estoy ansioso porque la próxima semana después de setenta y dos años sin verlo viajo a Tucumán, ya que mi hermano José cumple noventa años y voy de sorpresa. Obviamente le llevo de regalo la camiseta de Diego Jara, autografiada por el goleador.

Mi vida pasó de la tragedia a la felicidad, de la soledad a la multitudinaria pasión por la iglesia y el fútbol.

Pasó del exilio a Dios.

A Dios y Patronato…

(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento extraído del libro "Con la ilusión en ascenso - Segundo Tiempo"


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