Dedicado
al querido Hernán
Por alguna razón
histórica, filosófica, semántica o bien costumbrista, en muchas oportunidades,
el segundo nombre de una persona se grafica en una sola letra. Sobran los
ejemplos; pocos conocen que significa la letra “B” de Juan B. Justo o la “V” de
Joaquín V. González. Tampoco es que sea una cuestión de vida y, por ende, esa
realidad no influye en la existencia cotidiana del pueblo.
Leandro N. Alem es otro
caso emblemático y son pocos los que reconocen la “N” de Nicéforo para el
prócer radical de fines del siglo XIX. Saber o no saber la historia de un
ignoto segundo nombre no es una cuestión de estado; ni siquiera cambia algo de
la estructura de la persona que lo porta.
Hernán P. Cappellini
llevaba la virtud del acertijo y la cruz de la duda. De allí la pregunta
reiterada:
- ¿La
“P” es de Pedro o de Pascual…?
De niño era llamado
Peter, porque Hernán lidiaba con esa letra “P”, y ante la insistencia de una
tarde de verano de un grupo de compañeros y compañeras que preguntaban y
conjeturaban sobre el origen lingüístico de la “P”, admitió una pequeña mentira
que se transformó en apodo.
El fútbol complicó aún
más las cosas, porque en las formaciones Cappellini figuraba como Hernán P.
Cappellini y los hinchas conjeturaron sus propias ideas sobre el origen de la
letra. Pero siempre hay un día revelador en la vida de una persona de bien y
ese día fue un domingo.
La carrera de goleador y
jugador exitoso en Huracán de Chabás lo hizo salir de su pueblo natal y pasar
por el fútbol casildense antes de llegar a la majestuosa Rosario. Y el
periodismo local lo recibió con las consultas del caso. La fama y los goles lo
hicieron caer en un psicólogo a quien le contó la verdadera etimología de la
letra que marcaría su vida…
Alguna
vez, don Juan José Capellini y doña María Clara Samaniego formaron pareja. De
esa pareja llegó un embarazo totalmente deseado y agradecido. Pero el destino
quiso que no llegara a dar a luz. Don Cappellini se enojó con la
Virgen, por la falta de amparo cristiano. Ese enojo hizo maldecir una y mil
veces.
Meses
después, el ginecólogo le informó a María Clara que estaba embarazada
nuevamente. La felicidad fue tal, que dicen quienes estuvieron presentes que se
abrazaron eternamente. Fue allí cuando la futura madre le hizo prometer a Juan
José que le pediría disculpas a la Virgen y realizaría una promesa que
guardaría hasta el día del nacimiento. Y así fue…
El psicólogo escuchaba
atentamente a su paciente y prometiendo guardar el secreto profesional,
consultó.
- ¿Y
dónde se entrelazaría esa promesa con el problema que te ha traído aquí?
Allí vino la segunda
parte de la historia…
Durante
el embarazo, ya sabiendo el sexo del feto, se pusieron de acuerdo con los
nombres. El primer nombre lo eligió María Clara, que adoptó seguir con la
tradición de los Samaniego, que, durante generaciones, se llamaron Hernán.
Conocidos
hacendados chabasenses, los Samaniego llevaron durante generaciones el primer
nombre de Hernán. Como el embarazo era catalogado de riesgo y por consejo
médico sería el último de la joven, el hijo de María Clara y Juan José sería
llamado Hernán.
Con una atención plena,
el psicólogo seguía la alocución del futbolista analizado, anotando algunas
cosas sueltas y buscando el consejo adecuado.
El
segundo nombre, aquel que marcaría la vida social y futbolística del hijo de
Cappellini, fue guardado hasta el día del nacimiento y la inscripción en el Registro
Civil. Cuando estuvo frente a la empleada estatal y sin siquiera dudar, Juan
José dejó sellado el futuro de su primogénito.
El misterio iba a ser
develado en la próxima frase. Fue allí cuando el psicólogo le preguntó a
Hernán:
- ¿Quiere
un café goleador?
Ante la respuesta
afirmativa de Cappellini y con el pocillo de café humeante en la mano derecha,
llegó la revelación que el profesional esperaba con ansias.
Mi
papá, delante de la empleada y ante el llenado de la planilla correspondiente, realizó
la pregunta:
-
¿Primer nombre…?
-
Hernán. Respondió Juan José.
-
¿Segundo nombre…?
-
…
La
empleada que mira al reciente papá a los ojos y le reitera la pregunta:
-
¿Segundo nombre…?
-
Perdón. Responde Juan José.
-
Le pregunto por el segundo
nombre. Reitera la empleada del registro.
-
El segundo nombre es Perdón.
-
¿Cómo perdón…?
-
Sí, es una forma de pedirle
disculpas a la Virgen.
-
¿Cómo disculpas a la Virgen?
Ahí,
Juan José, le contó a la empleada aquella pérdida del embarazo, su enojo con la
Virgen, el perdón que quedó explícito con el nuevo estado de gravidez y
posterior nacimiento e implícito en la partida de nacimiento de Hernán Perdón
Cappellini.
Develado el misterio
ante el psicólogo y recibido el consejo profesional, Hernán se retiró a entrenar
con su club. Su profesionalismo hacía que el entrenamiento sea algo imposible
de postergar y eso, sumado a su olfato goleador, lo hacía un jugador amado por
los hinchas de cada club en el cuál brilló.
Pero hubo un día en que
la idolatría de su club de origen cambió.
La Copa Santa Fe juntó
a Rosario Central y Huracán de Chabás en un partido tan clave como luchado.
Faltando un par de minutos y con el resultado empatado en cero, Hernán P.
Capellini con un frentazo al ángulo superior del arquero zapatudo, sentenció el
pase de ronda del “canaya” y la eliminación del Globo. Hernán pidió perdón,
pero no alcanzó. El pueblo chabasense se ensañó con uno de sus hijos
futbolísticos y no le perdonó por años el hecho de haber sido eliminados con un
gol del centrodelantero nacido y criado en la localidad. Lo consideraron como
traición, pese al reiterado pedido de perdón…
La carrera de Hernán P.
Cappellini siguió su curso exitoso y, pese a aquel entredicho con los hinchas
zapatudos, en cada declaración demostraba su amor y agradecimiento al club que
lo formó, insistiendo que su carrera deportiva finalizaría en el Estadio
Chiquito Domínguez, con toda su gente.
Pasaron siete años para
que Hernán P. Cappellini cumpliese su promesa. La mitad de Chabás se
revolucionó y la otra mitad mostró respeto. El fútbol se beneficiaba con la
vuelta del goleador.
El Club Atlético Huracán
nació un 5 de julio de 1930 y por su vida futbolística pasaron muchos jugadores
importantes. Fue campeón de la Liga Casildense en varias oportunidades, pero
con la llegada del hijo pródigo, el club entró en un positivismo que lo
llevaría a crecer y ganar grandes cosas.
Un momento emotivo se
generó cuando entró al vestuario y vio su camiseta blanca con vivos rojos y el
número nueve en su espalda, que siguió con la motivadora arenga y finalizó
cuando hizo su ingreso a la cancha. Visiblemente emocionado juntó sus manos
pidiendo disculpas por aquel gol de la eliminación y grande fue su sorpresa
cuando en una de las populares se desplegó una bandera que esgrimía dos
palabras que englobaban la vida del goleador: “PERDÓN CAPPELLINI”
Una frase que había
nacido de una promesa, que se había legalizado en un Registro Civil y que
debería haber sido guardada bajo el juramento hipocrático, que solo se puede
romper a través del amor a los colores de un corazón zapatudo…
Cuento inédito
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