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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








jueves, 19 de septiembre de 2024

Con la disculpa implícita

 

Dedicado al querido Hernán

 

Por alguna razón histórica, filosófica, semántica o bien costumbrista, en muchas oportunidades, el segundo nombre de una persona se grafica en una sola letra. Sobran los ejemplos; pocos conocen que significa la letra “B” de Juan B. Justo o la “V” de Joaquín V. González. Tampoco es que sea una cuestión de vida y, por ende, esa realidad no influye en la existencia cotidiana del pueblo.

Leandro N. Alem es otro caso emblemático y son pocos los que reconocen la “N” de Nicéforo para el prócer radical de fines del siglo XIX. Saber o no saber la historia de un ignoto segundo nombre no es una cuestión de estado; ni siquiera cambia algo de la estructura de la persona que lo porta.

Hernán P. Cappellini llevaba la virtud del acertijo y la cruz de la duda. De allí la pregunta reiterada:

-       ¿La “P” es de Pedro o de Pascual…?

De niño era llamado Peter, porque Hernán lidiaba con esa letra “P”, y ante la insistencia de una tarde de verano de un grupo de compañeros y compañeras que preguntaban y conjeturaban sobre el origen lingüístico de la “P”, admitió una pequeña mentira que se transformó en apodo.

El fútbol complicó aún más las cosas, porque en las formaciones Cappellini figuraba como Hernán P. Cappellini y los hinchas conjeturaron sus propias ideas sobre el origen de la letra. Pero siempre hay un día revelador en la vida de una persona de bien y ese día fue un domingo.

La carrera de goleador y jugador exitoso en Huracán de Chabás lo hizo salir de su pueblo natal y pasar por el fútbol casildense antes de llegar a la majestuosa Rosario. Y el periodismo local lo recibió con las consultas del caso. La fama y los goles lo hicieron caer en un psicólogo a quien le contó la verdadera etimología de la letra que marcaría su vida…

Alguna vez, don Juan José Capellini y doña María Clara Samaniego formaron pareja. De esa pareja llegó un embarazo totalmente deseado y agradecido. Pero el destino quiso que no llegara a dar a luz. Don Cappellini se enojó con la Virgen, por la falta de amparo cristiano. Ese enojo hizo maldecir una y mil veces.

Meses después, el ginecólogo le informó a María Clara que estaba embarazada nuevamente. La felicidad fue tal, que dicen quienes estuvieron presentes que se abrazaron eternamente. Fue allí cuando la futura madre le hizo prometer a Juan José que le pediría disculpas a la Virgen y realizaría una promesa que guardaría hasta el día del nacimiento. Y así fue…

El psicólogo escuchaba atentamente a su paciente y prometiendo guardar el secreto profesional, consultó.

-       ¿Y dónde se entrelazaría esa promesa con el problema que te ha traído aquí?

Allí vino la segunda parte de la historia…

Durante el embarazo, ya sabiendo el sexo del feto, se pusieron de acuerdo con los nombres. El primer nombre lo eligió María Clara, que adoptó seguir con la tradición de los Samaniego, que, durante generaciones, se llamaron Hernán.

Conocidos hacendados chabasenses, los Samaniego llevaron durante generaciones el primer nombre de Hernán. Como el embarazo era catalogado de riesgo y por consejo médico sería el último de la joven, el hijo de María Clara y Juan José sería llamado Hernán.

Con una atención plena, el psicólogo seguía la alocución del futbolista analizado, anotando algunas cosas sueltas y buscando el consejo adecuado.

El segundo nombre, aquel que marcaría la vida social y futbolística del hijo de Cappellini, fue guardado hasta el día del nacimiento y la inscripción en el Registro Civil. Cuando estuvo frente a la empleada estatal y sin siquiera dudar, Juan José dejó sellado el futuro de su primogénito.

El misterio iba a ser develado en la próxima frase. Fue allí cuando el psicólogo le preguntó a Hernán:

-       ¿Quiere un café goleador?

Ante la respuesta afirmativa de Cappellini y con el pocillo de café humeante en la mano derecha, llegó la revelación que el profesional esperaba con ansias.

Mi papá, delante de la empleada y ante el llenado de la planilla correspondiente, realizó la pregunta:

-       ¿Primer nombre…?

-       Hernán. Respondió Juan José.

-       ¿Segundo nombre…?

-      

La empleada que mira al reciente papá a los ojos y le reitera la pregunta:

-       ¿Segundo nombre…?

-       Perdón. Responde Juan José.

-       Le pregunto por el segundo nombre. Reitera la empleada del registro.

-       El segundo nombre es Perdón.

-       ¿Cómo perdón…?

-       Sí, es una forma de pedirle disculpas a la Virgen.

-       ¿Cómo disculpas a la Virgen?

Ahí, Juan José, le contó a la empleada aquella pérdida del embarazo, su enojo con la Virgen, el perdón que quedó explícito con el nuevo estado de gravidez y posterior nacimiento e implícito en la partida de nacimiento de Hernán Perdón Cappellini.

Develado el misterio ante el psicólogo y recibido el consejo profesional, Hernán se retiró a entrenar con su club. Su profesionalismo hacía que el entrenamiento sea algo imposible de postergar y eso, sumado a su olfato goleador, lo hacía un jugador amado por los hinchas de cada club en el cuál brilló.

Pero hubo un día en que la idolatría de su club de origen cambió.

La Copa Santa Fe juntó a Rosario Central y Huracán de Chabás en un partido tan clave como luchado. Faltando un par de minutos y con el resultado empatado en cero, Hernán P. Capellini con un frentazo al ángulo superior del arquero zapatudo, sentenció el pase de ronda del “canaya” y la eliminación del Globo. Hernán pidió perdón, pero no alcanzó. El pueblo chabasense se ensañó con uno de sus hijos futbolísticos y no le perdonó por años el hecho de haber sido eliminados con un gol del centrodelantero nacido y criado en la localidad. Lo consideraron como traición, pese al reiterado pedido de perdón…

La carrera de Hernán P. Cappellini siguió su curso exitoso y, pese a aquel entredicho con los hinchas zapatudos, en cada declaración demostraba su amor y agradecimiento al club que lo formó, insistiendo que su carrera deportiva finalizaría en el Estadio Chiquito Domínguez, con toda su gente.

Pasaron siete años para que Hernán P. Cappellini cumpliese su promesa. La mitad de Chabás se revolucionó y la otra mitad mostró respeto. El fútbol se beneficiaba con la vuelta del goleador.

El Club Atlético Huracán nació un 5 de julio de 1930 y por su vida futbolística pasaron muchos jugadores importantes. Fue campeón de la Liga Casildense en varias oportunidades, pero con la llegada del hijo pródigo, el club entró en un positivismo que lo llevaría a crecer y ganar grandes cosas.

Un momento emotivo se generó cuando entró al vestuario y vio su camiseta blanca con vivos rojos y el número nueve en su espalda, que siguió con la motivadora arenga y finalizó cuando hizo su ingreso a la cancha. Visiblemente emocionado juntó sus manos pidiendo disculpas por aquel gol de la eliminación y grande fue su sorpresa cuando en una de las populares se desplegó una bandera que esgrimía dos palabras que englobaban la vida del goleador: “PERDÓN CAPPELLINI”

Una frase que había nacido de una promesa, que se había legalizado en un Registro Civil y que debería haber sido guardada bajo el juramento hipocrático, que solo se puede romper a través del amor a los colores de un corazón zapatudo…



Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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miércoles, 24 de julio de 2024

Rocío y el gol

 

Formar una pareja no es cosa de todos los días; consolidarla en estos tiempos es casi una fantasía que logran muy pocas.

Rolo y Ceci eran justamente eso, una pareja consolidada en todos sus aspectos. Diez años de casados, ambos con buen trabajo, casa propia, un auto cada uno y muchos amigos que se preguntaban qué podría haber ocurrido para tomar semejante decisión echando por la borda tanto tiempo de amor.

Es que eran inseparables y, a la luz del resto, la pareja perfecta. Eran la envidia de las chusmas del barrio, el fin que cualquier pareja perseguía. La única diferencia era el fútbol. Cecilia era simpatizante de Huracán, por herencia paterna y sentido de pertenencia al barrio más porteño de todos, Parque de los Patricios. La quemera había nacido en Rondeau y La Rioja, a un par de cuadras del parque.

Rolando se crió en Barracas y, como mucha gente de ese barrio, era hincha de Racing Club de Avellaneda. Si bien eran dos grandes del fútbol argentino, no eran acérrimos rivales. Simplemente, eran sufridos clubes nacidos en barriadas obreras a principio del Siglo XX.

Tanto Ceci como Rolo eran seguidores de sus equipos. Ella con toda su familia se situaba en la platea Masantonio. Él era tipo de tribuna popular, de barra de amigos y de fidelidad plena a la celeste y blanca. Pero el fútbol los dividía solamente los días de partido, que a veces coincidían y otras veces no.

Pero ese amor por la Academia que sentía Rolo hizo que, con el devenir del fútbol femenino, comenzara a seguir partido a partido a “Las Pibas” del primer equipo de Racing. Y no es que eso molestara a Ceci, pero sí sentó la primera gran diferencia entre ellos. A Rolo le gustaba el fútbol femenino y a Ceci no. Rolo tenía a su ídola en el fútbol jugado por mujeres y Ceci no sabía ni cómo formaba su querido Huracán.

¿Quién era la ídola de Rolo? Se preguntarán la gran mayoría. Su ídola era la temible centrodelantera Rocío Alejandra Bueno. Pero muchos la tienen varios escalones más abajo que Milito y Licha; para él no. Rolo la siente ídola y como tal la defiende a ultranza.

Volviendo a la pareja perfecta, nadie, pero absolutamente nadie, podía imaginar el motivo de la separación. Porque esa era la noticia, Rolo y Ceci se habían separado. No había otro hombre, ni otra mujer, ni siquiera problemas familiares. Tampoco discusiones.

Todo comenzó con un simple portarretrato. Una mesa con varios cuadritos de los distintos ídolos de Huracán y Racing en partes iguales y sin espacio para nada más. Cuando Racing le ganó el clásico a Independiente, a Rolo se le ocurrió armar un nuevo cuadrito con una foto de Rocío Bueno con el gesto de homenaje a su ídolo, Lisandro López. Pero para poner ese retrato, tuvo que correr el de Javier Pastore y, al encimarlo con el del Loco Houseman, cayó y se le rompió el vidrio. Rolo lo tomó como un accidente y lo volvió a poner encima de la mesa, con el vidrio rajado.

Nada hacía prever las consecuencias de dicho acto. Pero cuando volvió Ceci y se dio cuenta de la rotura, no tuvo mejor idea que, como venganza, hacer desaparecer el cuadro de Rocío.

Todo siguió con normalidad y nada hacía vaticinar el desenlace final. Porque era algo menor y sabiendo cómo se llevaban Rolo y Ceci, se solucionaba con una charla. Por eso el entorno familiar y los amigos se sorprendieron de sobremanera y se pusieron a investigar los motivos que llevaron a la disolución de la pareja.

El problema fue la pared de la habitación que hacía las veces de living. Cuando chusmearon que el motivo era una simple pared, pensaron en desidia de Rolo de no arreglar una cañería rota. Pero no, no había problemas de humedad.

Todo ocurrió una noche, cuando Ceci volvió del Ducó donde el Globo había perdido su partido. Rolo la esperaba con la comida preparada y todo el amor del mundo. Fue allí cuando Ceci se dirigió a la habitación y gritó:

-       ¿Qué es esto, Rolo…?

A los gritos, insultando fuerte y agresivamente, se acercó a Rolo pidiendo explicaciones.

-       ¿Qué hiciste, Rolo? ¿Qué hiciste…?

Y sin mediar palabra le asestó una bofetada, tomó su campera, su cartera y se fue del departamento.

Allí quedó Rolo, solitario y con su cachete rojo.

Allí quedó Rolo sentado en el sillón de la habitación, admirando la pared en cuestión.

Allí quedó Rolo admirando los tres metros de ancho por tres de alto de esa hermosa figura que, con el brazo derecho levantado y el izquierdo doblado, apoyando su dedo índice en la sien, grita el gol de la victoria con el manto celeste y blanco en el pecho y el escudo en el corazón.

Allí estaba Rolo, frente a frente con Rocío y el gol…


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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domingo, 18 de diciembre de 2022

Decisión tomada

 

Ni bien el árbitro italiano pitó el final del partido semifinal y ya consumado el 3 a 0 sobre Croacia, nos abrazamos con Mariela y lloramos. No había muchas cosas que nos hiciesen tan felices en estos tiempos difíciles y el fútbol era parte de ese cable a tierra que necesitamos para sobrevivir épocas socialmente complicadas.

En ese abrazo y cruces de miradas, salió un repentino: ¿Vamos…?

Ese vamos implicaba muchas cosas: Vamos y nos olvidamos los problemas. Vamos y gastamos los ahorros de hace tantos años para cambiar el auto. Vamos y traemos la tercera Copa.

Vamos…

 

En Argentina nací, tierra del Diego y Lionel. De los pibes de Malvinas, que jamás olvidaré…

 

El miércoles por la mañana nos pusimos en campaña para actualizar el pasaporte, averiguar por los pasajes y la estadía. El tema más difícil era conseguir las entradas. El jueves contrarreloj todo estaba solucionado y el vuelo saldría el mismo viernes por la mañana.

Solo había un tema pendiente, el pedido de permiso de los días en el trabajo. El martes, el jefe me los había negado, el miércoles se repitió la historia, el jueves hablé con José María, mi amigo médico, y conseguí dos certificados por 24 y por 72 horas. El jueves comencé con “presuntos síntomas” y el viernes, mensaje mediante, avisé qué, por prescripción médica, pasaría 24 horas de reposo.

 

No te lo puedo explicar, porque no vas a entender, las finales que perdimos cuantos años la lloré…

 

La Selección Argentina jugaría el domingo, su sexta final. Salvo aquella en Uruguay de 1930, había estado presente en las otras cinco. En el Monumental 1978 y en México 1986, presencié las vueltas olímpicas, en Italia 1990 y Brasil 2014 los subcampeonatos. Ahora a suerte y verdad presenciaría junto a mi esposa la sexta final con Francia en Catar.

Había visto levantar la copa a Daniel Passarella y a Diego Maradona. Soñaba con ver a Lionel Messi, sin dudas el mejor jugador del Siglo XXI. Tenía el póster con la Copa América alzada en manos del diez y soñaba con cambiarla para que dicha copa sea la del mundo.

 

Pero eso terminó porque en el Maracaná, la final con los brazucas la volvió a ganar papá…

 

Salvo la Copa ganada en el Mundial 1978, que se jugó de local, las demás fueron con mucho sacrificio económico. Para México, sin Mariela y junto a otros cuatro amigos, vendimos flores en una esquina, pirotecnia para las fiestas, helados en verano y todo lo que tuvimos a nuestro alcance para cubrir el viaje, las entradas y la estadía.

Para Italia ´90, todo fue distinto. El país vivía una situación extremadamente difícil, hiperinflación, nuevo gobierno y con Mariela, matrimonio. Habíamos guardado la luna de miel para ir a Nápoles. Teníamos familia italiana y aprovechamos para quedarnos todo el torneo. Fue el Mundial del sufrimiento, de Diego, el Cani y los penales atajados por Goyco.

La quinta final fue en el año 2014, en Brasil y allí viajamos con la familia completa, Mariela y nuestros dos hijos, siempre con la ilusión intacta y con un gran equipo. Nos quedamos en la puerta y lloramos mucho. Creímos merecer levantar la Copa que se nos negaba desde hacía mucho tiempo.

 

Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial…

 

Ganaba bien en mi trabajo y tenía un buen pasar, pero un viaje como este, a un lugar tan lejano dejaba secuelas económicas innegables. Pero ya estaba todo armado, valijas, viaje, estadía, entradas, el engaño en el trabajo, con la cubierta de un par de compañeros, que sabrían la situación y un cúmulo de ilusiones postergadas a través del tiempo. Era el momento exacto y había que estar presentes.
El viernes a la mañana partimos en un vuelo de treinta horas, con escalas en San Pablo, Barcelona y Estambul. Llegar a Doha, descubrir otra cultura, amucharte en la euforia y disfrutar.

 

Y al Diego, desde el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con La Tota alentándolo a Lionel…

 

El día de la final esperada llegó. El imponente “Estadio Lusail” se fue llenando de alegría, de emociones fuertes, de esperanzas compartidas. El celeste y blanco se fue adueñando de gran parte de las gradas. Con Mariela mirábamos todo, hasta cuando en un lapso del partido nos enfocaron en la pantalla gigante, para todo el mundo. Nuestra Selección ganó el partido con sufrimiento, pero merecidamente y todo el planeta tuvo ese momento esperado, cuando Lionel Messi levantó la Copa. Lo queríamos por él, por su familia, por su Rosario y por todos los argentinos.

El abrazo con Mariela otra vez por pantalla gigante, me expuso ante el mundo, ante nuestros amigos, ante el barrio y ante mi jefe. Ya no tendría trabajo a la vuelta, pero tendría en el corazón grabada la tercera Copa y les juro que nada importaba…


(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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martes, 13 de diciembre de 2022

El plan de Marcos

 

-          Yo les dije que podía salir mal…

Fue la única frase que deslizó Marcos en todo el día. Su bronca era incontenible, su desazón proporcional al problema causado a sus amigos.

Minutos antes del partido con Holanda y que, a la postre, clasificó a la Selección Nacional a semifinales, Marcos fue a la panadería a comprar facturas para acompañar los mates en el partido y se encontró con “Don Ventura”.

-          ¿Cómo le va vecino?

-          Bien Don Ventura –mientras su mano derecha se tomaba el testículo izquierdo- ¿Va a ver el partido?

-          Por supuesto y si gana, y pasa a la semifinal, viajo a Catar.

Fue un baldazo de agua fría para Marcos. Don Ventura, se llamaba Jorge Gómez, tenía alrededor de sesenta años y fue apodado en el barrio como aquel personaje de mediados del siglo pasado de una película llamada “Fúlmine”, protagonizada por Pepe Arias, un queridísimo actor argentino. Así lo había bautizado el barrio, por decenas de acciones infortunadamente negativas. Él parecía no sentirse afectado, ni entender el significado de lo que rodeaba su apodo.

Marcos caminó los ochenta metros de la panadería a su casa en otra órbita, con la mente en blanco, sin poder determinar la magnitud de lo que había escuchado de la boca de Don Ventura: “si gana, y pasa a la semifinal, viajo a Catar”

Lo habló con sus amigos del barrio, hicieron todo lo que un “cabulero” haría, se vistió igual, se sentó en el mismo lugar, comió las facturas, tomó mate, solo varió una cosa: escribió en un papel “Jorge Gómez – Don Ventura” y lo metió en el freezer.

El “si gana y pasa a la semifinal” dicho por Don Ventura podría ser un boomerang y había que contrarrestarlo. El “si gana y pasa a la semifinal, viajo a Catar” sería cosa de estudiarlo, consumado el partido con Holanda.

En cuatro horas, todo el pueblo festejaba la victoria por penales y el paso a la siguiente ronda. Eran solo dos pasos para la gloria, pero esa gloria podría ser pisoteada por las desventuras de Don Ventura, si viajaba. Aquel “Fúlmine” de la película, este “Fúlmine” en Catar.

El lunes, Marcos tenía diseñado el plan que era muy arriesgado, pero infalible. Él personalmente se acercaría a Don Ventura, para averiguar el día y el número de vuelo, se lo transmitiría a Yiyo, uno de sus mejores amigos, para que prepare algo que demuestre que viajaría en el mismo vuelo. Marcos, nuevamente, sería quien le acercaría la propuesta de llevarlo al Aeropuerto de Ezeiza, el mismo día que a su amigo.

En la autopista, a la altura de los bosques, Titi con su moto, aparearía al auto, me mostraría un arma de juguete e instaría a desviarme del camino hacia la arboleda. Una vez allí le pondríamos una bolsa en la cabeza y le sacaríamos el pasaje, para destruirlo inmediatamente. Después al baúl y de allí a casa de Yiyo, que tenía el garaje vacío y una habitación donde tenerlo unas horas, hasta que salga el último vuelo a Catar.

Llegamos al garaje de Yiyo, quien abrió el portón automático para ingresar directamente. Una vez en el interior, bajaron a Don Ventura y lo llevaron a la habitación que estaba preparada con un sillón esposas y cadenas. Ventanas tapadas con papel, luz muy tenue y un ventilador de techo que removía el aire. Le quitaron la bolsa de la cabeza, le colocaron una mordaza y una venda en los ojos. Lo dejaron solo.

 

-          Yo les dije que podía salir mal…

-          No entiendo –acota Titi- cómo se nos pudo pasar por alto.

-          Boludos, somos tres boludos.

Con esa aseveración de Yiyo, llegó el silencio. No se escuchaba nada, el lugar era hermético. Según los cálculos de Marcos, irían treinta minutos del segundo tiempo y no había noticias. Ni siquiera nos habían permitido tener una radio. Una potente explosión de júbilo, que traspasó los muros, marcaba que, la semifinal de la Copa del Mundo, había finalizado con victoria de la Selección Argentina frente a Croacia

Habían conseguido cumplir el objetivo, Don Ventura, el negativo del barrio, no viajó a Catar y no había cometido ninguna de sus tropelías maléficas.

El sueño de jugar la sexta final de la Copa del Mundo para el país, justificaba todas las acciones programadas y si no hubiese sido por el GPS de Don Ventura, Yiyo, Titi y Marcos, estarían festejando el triunfo fuera de la celda…



(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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viernes, 9 de diciembre de 2022

La confesión de Willy

 

 

El viernes era feriado. Ese raro invento llamado “feriado puente” para incentivar el turismo. Serían cuatro días donde todos aquellos a quienes no les gustara el fútbol, podrían viajar a visitar algún lugar turístico. Seguramente los menos, los otros, los que sentían el fútbol como algo más que un deporte, esa gran mayoría de fieles del deporte pasión, utilizarían el feriado para preparar los detalles cabuleros y tomarían ese feriado como aquel 9 de julio, en el cual “Romerito” se convirtió en héroe.

En la semana se comunicaron Manuel y Florencia para combinar el asado. Eran cuatro hermanos, dos varones y dos chicas. Manuel se encargó de hablar con Pedro y Florencia con Julia. Los cuatro, en realidad, las cuatro parejas y sus hijos verían el partido juntos como en aquel maravilloso Mundial 2014.

Aquel fue asado en el quincho de la casa de Manuel, este iba a ser asado en el quincho en casa de Manuel.

Pedro puso el vino aquella vez, Pedro pondría el tinto esta vez. Florencia se encargaba de las ensaladas como ayer y Julia del helado. Todo estaba preparado, se juntarían a las doce, para la picada viendo a Brasil y almorzar esperando Argentina – Holanda.

En ocho años habían cambiado algunas cosas. El quincho tenía acondicionador de aire, el Smart TV nuevo era de 75 pulgadas, Holanda ya no era Holanda, sino Países Bajos y la familia era más numerosa. Habían nacido tres nuevos integrantes Pipi y Samy hijos de Pedro y Sol, la hija de Julia con su nueva pareja, Willy. Atrás había quedado su ex pareja, con quien Julia tenía a Milo, quien obviamente, estaba presente.

A las diez, Manuel y su hijo Benjamín prendieron el fuego. Mientras Fernanda, la pareja del anfitrión y Bautista acomodaban las cosas en la mesa. Florencia y Mariela, madre e hija preparaban las ensaladas y la picada. Un rato antes del mediodía, llegaron los más chicos, Pedro con su familia y Julia con Willy, que nunca había comido un asado en casa de sus cuñados y los dos niños.

Ese tema de Willy, quien no había estado en 2014 se trató anteriormente, pero para que Julia no se ofenda quedó en la intimidad. Su pasado era casi desconocido, la familia había quedado muy conectada con el papá de Milo, ex marido de Julia.

Willy no se llamaba Guillermo, se llamaba Fernando y era un muchacho moderno, que trabajaba en un broker de bolsa y ostentaba un muy buen pasar económico, algo que en la familia de su pareja no era para nada producto de envidia.

En el medio del asado Brasil y Croacia iban a alargue. Antes de terminar Croacia eliminaba a Brasil y todo era fiesta. Corrieron la mesa, prepararon el quincho como cine, sirvieron el helado y mientras lo tomaban, comenzaban la previa.

La charla era intensa y con voz alta, señal de nervios. En una de esas intervenciones, Pedro dice:

-       Fernando, pregunta del millón: ¿Por qué Willy…?

Era una pregunta que no encontraba respuesta en la lógica y que ni siquiera Julia, que lo conoció con ese apodo, sabía.

-       La historia se remonta a muchos años -explica Willy con vos ceremoniosa- estaba en tercer año la secundaria.

-       ¿Año…? Pregunta Florencia

-       Tercer año lo hice en 1978, el año del Mundial.

Ya instantáneamente se enteraron que Willy era bastante más grande que Julia, que había nacido en 1986. Pero como en el amor no existen diferencias de edad, jamás se había planteado en conversación alguna, ya que Willy tenía aspecto de cuarentón.

-       ¿Sesenta años tenés? Pregunta Manuel

-       Cincuenta y nueve. Cumplo sesenta el año próximo.

Willy que toma la palabra y cuenta:

-       Tengo un gemelo, llamado Sergio

Se quedaron todos en silencio, era algo que no sabían en la familia.  Solo Julia conocía esa historia, pero como Sergio vivía en Canadá, no se conocían personalmente.

-       En el Mundial de 1978 había unos gemelos muy famosos, medios colorados como nosotros, a quienes empezamos a imitar.

Manuel miró a Florencia y esta, a su vez, a su marido Javier. Eran de la misma generación que Willy y sabían de quienes hablaban.

-       ¿Hablás de los gemelos holandeses…?

Y a la pregunta de Javier, Willy responde con la sinceridad de quien no siente el fútbol.

-       Sí, Willy y René Van de Kerkhof…

Todos se miraron y la pareja de Julia que remata.

-       Nos peinábamos igual y nos compramos las dos camisetas de Holanda con el número 10 y el apodo “René”, y el 11 con el “Willy” en la espalda…

Un silencio se hizo carne en todo el quincho

-       ¿La camiseta de Holanda dijiste, Willy…? Preguntó su pareja, Julia.

-       ¿Holanda…Países Bajos…? Dice Milo, el hijo de su pareja.

-       Sí, la camiseta de “La Naranja Mecánica” -acota Willy- De Holanda del ’78.

-       ¿Vos decís qué te dicen Willy por un holandés que jugaba en el año del pedo?

Y ante el silencio del resto de la familia, Julia se levanta, le deja la bebé a Florencia y le dice a Willy:

-       Te voy a pedir que te vayas a verlo a otro lado…

-       ¿Cómo…?

-       Fue clara Julia, Willy…Comenta Manuel.

-       Estoy hablando con Julia, no con vos…

Ahí se levantaron Pedro y Javier, con otro tono:

-       No le contestes así a Manuel…

-       ¡Estás en su casa, salame…!

Fue Pedro el que esbozó algo así como: “acá estás demás”.

Eran una familia muy unida y evidentemente, después del embarazo, las cosas entre Willy y Julia no estaban tan bien, como para que la madre de Milo y Sol no salga a defender a su pareja.

Fue algo inesperado. A minutos de un momento importante una discusión fuerte y una reacción aún peor. Willy se fue enojado, la familia quedó sola y los primeros minutos fueron en el más absoluto silencio. No había reacción posible ante lo acontecido y la tensión de un partido durísimo.

El gol de Molina, rompió el hielo…

Fue una hermosa fiesta, un momento de desazón, una vuelta a la esperanza, un terrible sufrimiento, mucho nervio, mucho grito y, sobre todo, unión familiar. Como en 2014, el final fue a puro canto, plena emoción y victoria, hermosa victoria.

La familia unida por el fútbol y el émulo de Willy Van de Kerkhof, yéndose a su casa.

Como correspondía…

(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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sábado, 3 de diciembre de 2022

Consejos de Doña Chicha

 

Me desperté sobresaltado, no era un sábado más. Sudoroso, mal dormido, con la boca reseca y demás está decir, preocupado. Preocupado porque pasamos del derrotismo propio del pueblo desilusionado, a un exitismo difícil de manejar.

No sé cómo explicar mi estado de ánimo. Podría definirlo como estado de ansiedad:

“Afección por la que una persona tiene preocupación y sentimientos de miedo, terror o intranquilidad excesivos”

Eso era lo que vivía...

Mi esposa no estaba y llegaría a casa a la hora del partido. Solo, me fui a caminar y despejarme. Era imposible. Los balcones adornados con banderas celestes y blancas, los autos circulando por la avenida tocando bocina y la gente con camiseta de la selección, era mayoría. Imposible abstraerse.

No duré mucho caminando, entre el calor y los nervios tomé la decisión de volver al departamento. Al entrar, me encontré con uno de los vecinos con quien más confianza tenía.

-       Toto ¿Cómo estás?

-       Bien Daniel, menos nervioso que otras veces -contestó mi vecino- después de lo de México y Doña Chicha, estoy más tranquilo.

No reaccioné inmediatamente, treinta segundos tardé en hilvanar a Doña Chicha con la vecina del edificio.

Doña Chicha, era una mujer nacida en Luque, Paraguay. Su nombre era Ramona Azucena Zunilda Salcedo Benítez, Doña Chicha para todos los vecinos. Una mujer dedicada al prójimo. Tiraba las cartas, curaba el empacho, deshacía nudos, entre tantas cosas supersticiosas. Se la conocía por hacer siempre el bien y en la mayoría de las ocasiones, gratis. Sus proezas la hacían una mujer querida en el vecindario.

No dudé, ingresé al edificio y me dirigí a golpearle la puerta, que abrió al instante.

-       Daniel, buenos días. ¿Qué lo trae por acá?

-       Hola Doña Chicha, ¿Cómo anda usted?

-       Bien, muy bien. ¿Usted?

-       Bien Doña Chicha, esperando nervioso el partido de la selección.

-       Tranquilo Daniel, es un partido de fútbol

-       Es verdad. ¿Puedo hacerle una consulta?

-       Cómo no, pase un momento.

Fueron quince minutos de reflexión y consejos. Me pidió que mantenga en secreto todo cuanto me dijo y que, la eficacia, dependería de la energía que le aplique. Me fui raudamente al departamento y realicé lo recomendado por Doña Chicha.

Cuando comenzó el partido estábamos mi esposa y yo sentados en los mismos lugares que en el partido con México. Los chicos estaban en casa de sus amigos siguiendo la cábala.

El partido fue disfrute y sufrimiento, fue buen fútbol y goles. El 2 a 1 fue tan corto como contundente y los cuartos de final serán contra “La Naranja Mecánica” el próximo viernes.

María José se levantó de su sillón y me preguntó:

-       ¿Te sirvo algo fresco, Dani…?

-       Dale -le contesté entre eufórico y relajado- ¿Compraste algo para comer?

-       Sí, ahora traigo.

Y mientras repetían los goles y mostraban los festejos de la gente en las calles argentinas, María José abre la puerta superior de la heladera para sacar hielo.

Con la apertura del freezer, se descomprimió y asomó violentamente la cabeza del “peluche canguro”, de mi hija, que había puesto apretujado a pedido de Doña Chicha.

El efecto la cábala tuvo un rotundo éxito y eso valía cualquier grito, cualquier desmayo, cualquier golpe y hasta los tres puntos que le aplicaron, en la guardia del hospital, a la pobre de María José, que jamás se imaginó lo que vendría al abrir el freezer.

El golpazo iba a pasar y habría que pensar como sería el partido con Países Bajos…

Cuestión de cábalas y seguir los consejos de Doña Chicha…


(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

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