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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



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martes, 24 de diciembre de 2013

La blancura de la novia


Dedicado a ella (ella sabe quién es)


En la relación con el tiempo cada día parecía contener menos horas y el desenlace parecía precipitarse raudamente. La espera de años entraba en sintonía con los nervios y la alteración de los mismos hacía que cada noche sea distinta en pensamientos, pero afín en la dificultad para conciliar el sueño. Parecía culminar un año redondo, el casamiento estaba cerca y su querido All Boys peleaba los primeros puestos del torneo apertura y faltando seis fechas contaba con chances de salir campeón. Qué año para casarse. Qué año para acercarse a una vuelta olímpica, la primera de la historia en la categoría superior, para alegrar a toda Floresta.
Días intensos de calor sofocante como corresponde para la época y una historia de amor que nació hace tiempo, más precisamente cinco años atrás, la historia de amor de pareja, porque la otra era de nacimiento, era de herencia, de corazón, porque ella y All Boys se amaban desde la gestación, porque sus padres eran del Albo y los abuelos nacieron en Floresta, adoptando a All Boys como su único equipo. Por eso se disfrutaba más esta gran campaña que los codeaba con los grandes y con la gloria deportiva. Su pasión no tenía límites y aunque los preparativos arreciaban y su novio no era amante del fútbol, no perdía oportunidad para concurrir a cada cancha donde el Albo se hacía presente, siempre con su grupo de amigos.
El noviazgo, que como dije, entraba en el quinto año, no era muy común, es más, muchos de sus amigos se preguntaban cómo había resistido a través del tiempo siendo tan distintos. Él era muy romántico, cosa que a ella le fascinaba, culto, inteligente, estudiante de teatro; un tipo muy instruido. Ella también estudiaba teatro (allí se habían conocido) pero tenía como prioridad el fútbol. Al principio hubo cortocircuitos, en épocas del ascenso del Nacional B a Primera, no había salidas los sábados, ya que viajaba a seguir a All Boys a todos lados y los viajes al interior en esa divisional eran frecuentes.


Quizá la mayor discusión la tuvieron un 23 de Mayo, día del cumpleaños de su novio, que se reunió con la familia, mientras ella estaba en el Gigante de Arroyito acompañando al Albo en esa epopeya que fue la promoción ganada a Rosario Central y el ascenso a Primera División. Fue tanta la euforia de los festejos que en el regreso fueron con toda la familia al Estadio Islas Malvinas, dejando el cumpleaños para otra ocasión. En la pelea posterior, en la echada en cara por el faltazo, ella fue muy clara: “Vos cumplís una vez al año, All Boys vive esto una vez cada tanto”. Frase que casi sepulta un noviazgo de más de dos años y que logró separarlos por una semana. Una semana de festejos.
El amor es así, hay veces que no entiende de razones pasionales, el amor entre personas; porque el otro, el futbolero, sólo entiende lo que dicta el corazón…
Estaba claro que ella y All Boys eran un sólo corazón. Por eso lucía orgullosa la camiseta albinegra, por eso su nombre estaba siempre asociado al Albo, por eso esa noche cuando se acostó, cuando abrazó la almohada, cuando empezó a girar buscando una posición para dormir, supo que el Sábado sería distinto y así fue. All Boys jugó su partido de visitante y lo ganó uno a cero. Con la serie de resultados de los punteros y sus seguidores, llegó a la última fecha con chances de salir campeón. El sueño estaba a pasos de ser cumplido. Vuelta olímpica un fin de semana, boda en el próximo y una nueva vida comenzaría.
Pero esa semana comenzaron los conflictos típicos de fin de año, la final se pospuso y con ella la incertidumbre. La probabilidad que jueguen el viernes siguiente era similar a que jueguen el sábado, día del casamiento. Decisión que el Comité Ejecutivo tomó el Martes: All Boys - Vélez Sarsfield en el estadio de Floresta, Sábado 19 horas. El mundo que se vino abajo en segundos y la respiración que se entrecorta y se junta con el interminable llanto. Nadie podría entender su pasión, su amor por All Boys, su sentimiento por el barrio que la vio nacer y por el fútbol que mamó de pequeña. Nadie podría consolar su corazón. Pocas veces se sumerge la vida en una sensación de esta naturaleza y sólo el ser humano futbolero entiende de estas vicisitudes, incomprendidas por el mundo.
Por eso cuando llegó el sábado y se vistió de blanco para cumplir su gran sueño se sintió feliz. Cuando vio que su familia la acompañaba, cuando vio a todos sus amigos con cara de felicidad, cuando entró al Estadio Islas Malvinas, supo que iba a cumplir cuanto el corazón mandaba. All Boys y nada más…


La transpiración se había adueñado de su ser y nunca pudo encontrar una posición que la relajara de su pesadilla, por eso muy temprano decidió levantarse y allí estaba colgado el hermoso vestido blanco, esperándola para cumplir su sueño real. Al pasar frente a él, lo acarició y prosiguió rumbo al baño. Frente al espejo vio su rostro feliz, con sus dos manos tomó el escudo de All Boys que se encontraba en la camiseta albinegra con la que había dormido y lo besó.
El amor es así, hay veces que no entiende de razones pasionales, el amor entre personas, porque el otro, el futbolero, sólo entiende lo que dicta corazón.
Y su corazón era Albo…


Eduardo J Quintana
@ejquintana010

"Difundir la Literatura Futbolera para pensar en volver a jugar a la pelota"

   
La imágenes de este cuento fueron tomadas de internet


  
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viernes, 6 de diciembre de 2013

El festejo del Mudo Sarlenga



-          No viejo, pero les digo que él era distinto. ¿Te acordás Chulo?
-          ¡Cómo me voy a olvidar Betito, si gracias a él, tuve la máxima satisfacción que me dio el fútbol!
-          Yo también gocé muchachos, ese momento que cuenta el Chulo, lo gocé como nunca.
La vieja y repetida historia del “Mudo” Sarlenga, recorrió todos los bares capitalinos y hasta fue nota de un importante medio periodístico nacional.
Nadie olvidará aquel día de lluvia; nadie, incluido el “Mudo” Teófilo Sarlenga.
La verdad, que con todos los inconvenientes y operaciones que había soportado de pibe, era verdaderamente un día para no olvidar, por tanta emoción vivida.
Es que la lluvia hacía estragos en la humanidad de los veintidós jugadores y el árbitro Máximo Solarriaga. No era común que un partido se desarrollase bajo semejante diluvio.
Pero hay una teoría, los clásicos jamás deben suspenderse, y ese día se llevó a cabo dicha teoría.
Los años de profundas diferencias entre los dos pueblos vecinos se dirimían ahí, en una cancha de fútbol. La Liga del Noroeste, poseía clásicos inolvidables, San Carlos – Belgrano, Estrella Fugaz – Martiniano Veiga; pero el clásico entre Justiniano Duncan y el Sportivo Verá, era casi centenario.
Y si uno piensa que entre Justiniano Duncan, un pueblito de tres mil habitantes y Dique Verá, el vecino de tan sólo tres mil doscientos diqueños, existían sólo tres kilómetros de distancia, imaginará los diversos motivos que generaba tal enfrentamiento.
“Los duncanos”, apropiándose de las fuentes de trabajo del mismísimo Dique o “los diqueños” utilizando las aulas de la Escuela Nº 32, “Saturnino J. Duncan”.
Enfrentamientos por mujeres, por dinero; por cuanto motivo sea compartir un lugar común.
En Dique Verá se encontraba el Balneario Municipal y en Justiniano Duncan, la Sala de Primeros Auxilios.
Todo era disputa, y si de disputa se trataba, el fútbol no se quedaba atrás.
Los últimos diez clásicos habían sido ganados por Dique Verá y de esos diez enfrentamientos, cinco terminaron a las trompadas.
Ese día de lluvia torrencial, no sólo se dirimían historias amorosas, deudas económicas o problemas limítrofes. Ese día del diluvio, no sólo se jugaban cuestiones sentimentales o el partidismo del Intendente, un “diqueño” de pura cepa; sino que se definía la Liga del Norte.
Sportivo Verá, puntero invicto del campeonato, defendía el título e iba en busca del penta campeonato. Su escolta, el Club Recreativo Justiniano Duncan, visitaba a su eterno adversario, ubicado sólo a una unidad de la punta.
La mínima diferencia seguramente se debería constatar en la cancha, aunque el pueblo “duncano” esperaba que su eterno adversario, recibiera los favores del Intendente.
Para evitar suspicacias, el Doctor Jaime Nardoza, intendente reelecto por quinta vez al frente de la Municipalidad que aglutinaba ambos pueblos, contrató los servicios de un importante árbitro provincial: Máximo Solarriaga.
El estadio General Nardoza (legendario militar bisabuelo del Intendente), estaba completo, los medios gráficos calcularon aproximadamente cuatro mil personas. Tres mil doscientos “diqueños” y ochocientos estoicos hinchas del Justiniano.
Ya desde temprano, el aguacero fue impresionante y las graderías, los alambrados, los techos aledaños, los árboles y hasta los camiones que transportaron a los hinchas duncanos, se vieron enteramente colmados.
En el Sportivo Verá jugaban los legendarios Antonieti y Lozano, que poco tiempo después formaron el ala izquierda de un importante equipo de la Capital. Justamente el wing izquierdo, Lozano, era el goleador del campeonato.
En cambio en Justiniano Duncan, eran once laboriosos e ignotos jugadores, que pasaron inadvertidos para el fútbol profesional.
Todos, menos justamente Teófilo Sarlenga.
Pobre Teófilo, había pasado las mil y una durante su infancia y su adolescencia; hasta había viajado a la Capital para operarse las cuerdas vocales; pero nada, jamás pudo decir una sola palabra.
“El Mudo” era suplente del Bachi Botaro, el goleador del Justiniano. Pero el muy adoquín, faltando tres fechas para el final, le ensartó un tremendo ñoqui al juez, por lo que fue suspendido por dos años.
El partido siguiente lo reemplazó Pedro Santoro, que hizo el gol del triunfo y en el festejo, el “salame” se desgarró. Allí surgió la oportunidad del Mudo Sarlenga.
Ya desde el inicio, tanto el barro como el árbitro lograron su cometido, generaron un partido trabado. El empate era victoria para el Sportivo y al Justiniano sólo le quedaba una opción, ganar.
Encima de males a los diez minutos de juego, el Flaco Solórzano, nuestro half derecho se cortó con un botellazo que cabeceó, proveniente de un centro tirado desde la tribuna local, con una de tinto medio llena; teniendo que abandonar la cancha raudamente, rumbo al Hospital de Justiniano Duncan.
La cosa aún empeoró cuando se desgarró nuestro wing derecho, el Piti Monsalvo.
Iban veinte minutos de juego y el Justiniano había realizado las dos variantes permitidas.
Para continuar la mala racha, faltando dos para terminar el primer tiempo, un mal despeje del Turco Solchaga, fue a parar al pié izquierdo del zurdo Lozano, quien implacable selló el 1 a 0.
Así fueron al descanso, con el marcador por la mínima diferencia a favor del cada vez más puntero del campeonato, el Sportivo Verá.
Hay que imaginar el festejo de los “diqueños”, que a medida que pasaban los minutos, cada vez parecían más. Hasta la sonrisa y los gestos demagógicos que dibujaba el Intendente, desde el Palco de Honor.
No había dudas, la cosa para Justiniano Duncan, sonaba a mera hazaña, sólo un milagro cambiaría la historia, que parecía escrita de antemano.
Para proseguir con una tarde negra, a los cinco del segundo, en un rapto de impotencia el Turco Solchaga, nuestro “golquiper” le puso una terrible tranca al hábil Antonieti, situación que fue aprovechada por Solarriaga, el juez más bombero que conocí en mi vida, para dejarnos con diez hombres.
El Chulo González, con el buzo de arquero, tomo la posta del Turco y la verdad lo hizo bastante bien.
Uno a cero, con diez hombres, sin cambios y chapoteando en un verdadero fangal, la historia parecía imposible de revertirse.
Pero en el fútbol, siempre hay un pero. La única vez que pasamos la mitad de cancha, el pibe Farías, uno de los ingresados, colgó la pelota en un ángulo, y a cobrar.
Uno a uno y la cosa pintaba distinta, tan distinta que los gritos que se escuchaban provenían de la tribuna colmada del visitante, que en la cancha eran franca minoría.
¡Justiniano, Justiniano! El aliento bajaba como una ola imaginaria, desde la tribuna, y contagiaba a los jugadores visitantes.
Los “diqueños”, aspirando a mantener el empate, se amontonaron atrás formando dos hipotéticas líneas de cinco jugadores.
Jugando gran parte del segundo tiempo en cuarenta metros, con el heroico ataque del Justiniano y la estoica defensa del Sportivo, comenzaron a producirse los roces arteros, fricciones intencionales y foules innecesarios.
En uno de los tantos avances del diezmado conjunto visitante, el “Mudo” Sarlenga ingresó al área, encaró a los centrales, provocando que ambos, al mismo tiempo, lo levantaran arteramente por el aire. Tal fue el golpe, que el Mudo con un clásico gesto de grito sin voz, cayó provocando un desparramo de barro, agua y pasto.
Acto seguido, el Morsa Casano fuera de sí, le puso un mandoble en la cara al “fullback” derecho y el muy atorrante de Solarriaga, que ya les dije era un bombero, le muestra la roja. Y para completarla, del penal al Mudo, ni hablar.
Partido liquidado, diría un conocido relator. Los muy perros del Intendente y sus secuaces, festejaban alborozados un empate casi sellado.
La cosa cada vez era más cuesta arriba para los de Justiniano Duncan. Once contra nueve. En realidad, doce contra nueve y las piernas que ya no respondían.
Por eso decía al comienzo, que jamás el pueblo “duncano” olvidará ese día. El pueblo y el mismísimo Sarlenga; que a los cuarenta y tres minutos del segundo tiempo, a los ochenta y ocho del partido, con la cancha totalmente embarrada, con las piernas que le temblaban de cansancio, con toda la fiesta local armada, arrancó desde su campo dejando rivales y guadañazos en el camino, dribleando con la pelota corta haciendo patito, amagando hacia uno y otro lado. Todo un campo lo separaba del arco del Sportivo Verá, un campo interminable. Y cuando salió el arquero, suavemente, la picó por encima de su cabeza, describiendo una hermosa parábola, que terminó con el balón entrando lentamente en el arco local.
Nunca nos vamos a olvidar de ese día, un inolvidable día para Justiniano Duncan.
Un inolvidable día para Teófilo Sarlenga y su loca carrera rumbo a la historia, emulando a un imaginario héroe en una desapacible tarde de fútbol.
La inolvidable imagen del festejo del Mudo Sarlenga gritando el gol de su vida, como un verdadero soprano.

Eduardo J. Quintana
del último libro "de fútbol y barrio"

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