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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








martes, 22 de junio de 2021

Tiempo de venganza

 

Un homenaje a mi generación

 

Transcurrieron las horas, los días, los años.

Transcurrió gran parte de la vida deambulando sueños, imaginando frases, recordando.

La herida de un puñal clavado en su corazón desde aquella trágica locura de Malvinas. Patriotismo a flor de piel y la sed de venganza que fue aplacándose con el transcurso del tiempo, para dar paso a la razón, a la sensatez del pensamiento.

Aquella tarde de mayo de 1982, a tanta distancia, con el frío insular dentro de las venas y la visión casi traumática de ver cerca la muerte.

Román era así, un pibe tierno y apasionado. Un tipo lleno de vida.

Pero, por sobre todo, era un pibe. Un típico alumno de esa secundaria que recién había terminado. Un hombre hecho a golpes y en un tiempo menor al que necesitan los jóvenes para desarrollar ciertos cambios. Un hombre con el llanto y el miedo a flor de piel.

Un tipo que un día sábado estaba viendo feliz, junto a sus amigos, a su querido “Gallo” de Morón y a la semana estaba inmerso en el delirio maniático de un borracho de capa y espada.

Lejos, tan lejos de su barrio, de sus padres, de sus amigos, de su fútbol y muy cerca de una vida irreal, provocadora y estéril.

Del calor de su barra de amigos, al frío de las balas que hacían estragos en la humanidad del moralmente diezmado ejército infantil.

Del abrazo fraternal con su padre, a la huida casi cobarde dejando un tendal de compañeros muertos a la vera de un sendero de escarchas, que se clavaban en la humanidad virtual de Román. El cañoneo incesante, la vida misma que acaba de asestarle un duro revés, al ver a su compañero de carpa y trinchera, agonizar frente al filo de la bayoneta imperial.

La terrible rendición, la humillación de ver arriar su bandera, nuestra bandera, de su propia tierra. El despegue a una vida donde la derrota más crítica, más desleal, la produjo la propia sociedad.

Por eso, quizá, su sed de venganza, su intento de devolverle al presunto enemigo algo de su propio veneno, sintiendo como propio cualquier golpe asestado en la mejilla de un inglés.

El paso del tiempo, la vida misma. La reconstrucción de sus sentimientos, trajo un sin fin de ocasiones para disfrutar la vida de otra forma.

Conocer a Vanesa, enamorarse de su belleza, de su sentido del humor y su visión de la vida, apaciguó íntimamente el dolor. El pensar siempre en las mismas escenas, el escuchar el ruido tenaz del repiqueteo de las balas a su alrededor, el despertarse en las noches llorando, agitado, con una bayoneta clavada en el pecho.

Vanesa fue y es eso en su vida, la visión de un campo sin muertos y lleno de margaritas en flor. El abrazo, el beso apasionado sin huir en la adversidad. Vanesa es eso y más.

Vanesa es Deportivo Morón. Es el amor y la vivencia de volver a sentir que el gol es algo sublime. Es la muchedumbre en una tribuna feliz de tener un sentimiento común, el de amar y sentir que ese amor tiene el contrapunto de la devolución.

Por eso Vanesa es única. Porque la conoció allá en el difícil 1984, en la cancha de El Porvenir, cuando los corría la policía.

Imágenes repetidas, esta vez con balas de goma. La cara de esa morocha asustada que huía sin camino cierto. Esa camiseta blanca y roja inmersa en un cuerpo majestuoso y el aterrador miedo que la depositó en sus brazos para siempre.

Fueron amigos muchos meses. Novios y amantes. Hasta que un día decidieron unir su futuro, fue en el año ‘86, cuando se jugaba el Mundial de México.

Ella había llegado a su vida en un momento justo, como si fuese alguien enviado por el superior para poder contenerlo y llenarlo de amor.

El recuerdo de Malvinas seguirá latente por siempre, pese a Vanesa y a sus hijos.

Nunca podrá borrar de su mente los episodios vividos, las muertes, las horas dentro de la trinchera húmeda, fría y nauseabunda. Jamás quitará de sus retinas la cara del “Correntino”, mirándolo desconsolado con la herida sangrante en su pecho. Fue como una película de terror que uno nunca olvida. Los resabios de venganza quedaron atrás y no hubo motivo alguno para calmar dicha sed. Y cuando digo que no hubo motivos, lo expreso en tiempo pasado.

Así como Vanesa llegó de la nada, casi sin quererlo, a la vida de Román para llenar ese espacio de soledad que dormía en su corazón, hubo otro hecho que cambió su vida.

Justamente ese hecho ocurrió sentado junto a ella, en el sillón de su casa.

Fue un 22 de junio de 1986 y si bien se recordará como un día histórico en la vida de los argentinos, fue un día particularmente emocionante para Román. La noche anterior por razones que el médico no pudo determinar, una intensa fatiga pulmonar se apoderó del ex combatiente, a quien increíblemente le dictaminaron un día de descanso laboral. Justo ese día. Justo el 22.

La mañana pasó con sueño profundo, pesadillas de un pasado que no ansiaba volver.

Vivía un sueño en presente. En la pantalla los jugadores se preparaban para la batalla futbolística. Por un lado, la selección de Inglaterra, Lineker y compañía enarbolando la insignia colonial. Por el otro, entonando el himno como grito de venganza y esperanza, el Diego y sus muchachos.

La respiración se agitó aún más al ver la imagen del “más grande” entonando la canción patria. Allí apareció la cara del “Correntino” pidiendo piedad. Las filosas bayonetas y los trajes súper modernos contra el frío y la noche.

Ver la bandera, allá en lo alto, flameando libre y sin prejuicios de tercer mundo. Sentir en sus oídos el incesante cañoneo y la mano del teniente que ordenaba retirada, como la mano que se elevaba allá en lo alto, donde solo Dios llega y la pelota que entra mansamente para abrazarse a la red. No era venganza, era demostrarles que Argentina existía y no era un cuento de perdedores.

Por eso, los ojos del general invasor que penetraban en el corazón de Román pidiendo rendición ante los pies del león ingles. Ahí, justo ahí, por televisión y ante todo el mundo, un halo de luz blanca ingresó al “Estadio Azteca” e iluminó al “diez”. La pelota, como una imaginaria paloma de la paz, proyectó la sensación de ser la elegida y comenzó a rodar atada a su pie izquierdo. Las patadas, como machetes filosos abriendo camino en los pastizales insulares, pasaban cerca pero no lastimaban y el mundo se empezó a abrir, como si se rindiera ante tanta majestuosidad. Ahí, justo ahí, por televisión y ante todo el mundo, caían ingleses como muñecos de nieve derretidos por el sol. Ahí, justo ahí, enfrentó al arquero, se abrió hacia la derecha y la tocó suave en forma sutil. Tan suave, como se escuchaba rugir al león herido de muerte, tan sutil como la estrella fugaz que pasa sin estridencia, por el cielo oscuro e inmenso. El corazón de los críticos se detuvo, la sensación de piedad inglesa hacía mella ante los ojos del “Correntino” que empujaban la pelota. La bandera otra vez arrugada, como aquella tarde de Rattín en “Wembley” y el grito de millones de americanos sedientos de aplastar en un estadio de fútbol, aunque sea, algo de la tiranía de los poderosos. El grito de gol hasta la extenuación y un pequeño vestigio de venganza que le dio el fútbol y no le dieron los políticos de turno. Por el “Correntino” y otros cientos de pibes. Por la sociedad que lo hizo a un lado. Porque el fútbol es pasión y la pasión embriaga las ideas.

Por la magnificencia del gol. Por el llanto de Román y su abrazo con Vanesa. Por ello, por su abrazo con Vanesa...


(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento extraído del Bonus Track del libro "Corazón Futbolero y otros cuentos"


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sábado, 12 de junio de 2021

Superhéroes

Agradecimiento eterno 

Hay momentos en la vida que uno parece haberlos vivido en un sueño, eso que comúnmente se llama “Deja vu”. Escenas de la vida cotidiana que, al presentarse, parecen comunes a algún momento pensado. Otras veces, las acciones de la vida son impensadas como en este caso, en el que jamás hubiese imaginado en toda mi existencia, el de estar delante de un psicólogo. Las consecuencias de una vida ligada al fútbol, con un racinguismo casi religioso, tenían respuesta en el pequeño Giovanni. Es que esa enfermedad, que se inocula en el vientre de la madre, es incurable, y de ahí que un niño no distinga la bandera de su país con la de Racing; que una canción de cuna sea la misma que canta la hinchada el domingo en el “Cilindro”, o que un insulto no sea reconocido como tal y se produzca dentro del aula. La docencia y la psicología deberían entender que el niño, no es el total culpable de sus actos y menos, si ese niño, es hincha de Racing.

Giovanni, imaginen la proveniencia de su nombre, tiene solo seis años y con ellos una vuelta olímpica, dos participaciones en la Copa Libertadores y una final de Copa Argentina. Él no conoce las vicisitudes y fracasos que vivió su padre, ni las épocas de gloria que disfrutaron sus abuelos y bisabuelos. Es difícil explicarle mis treinta y cinco años de sequía, lo del calefón, el gallo, las papas, el alquiler del primer equipo, aquello de la exorcización y ni que hablar de la “vieja chiflada”. Él no entendía de derrotas, porque había nacido en la mejor época de los últimos cincuenta años, pero había legado la misma enfermedad que se potenciaba con las victorias.

 Para un niño normal, un superhéroe es Batman, otro es Superman o Spiderman y más atrás Astroboy o el mismísimo Cacique Patoruzú. Para los niños de hoy Dragon Ball, Caballeros del Zodíaco o Ben 10. Para un pibe hincha de Racing no. Mi abuelo, me hablaba de un superhéroe llamado el “Chueco” García; mi viejo del “Loco” Oreste Osmar Corbatta; y en mi caso, que nací con la epopeya del 67, quien otro que el “Chango” Cárdenas y es verdad, porque lo conocí como humano cuando, con sus manos, me regaló su camiseta y lo vi gigante, imbatible, indestructible e inmortal. El valeroso guerrero que, en el “Centenario”, asestó el disparo mortal a aquel circunstancial enemigo y levantó la bandera del lejano club de Sudamérica para que la conozca todo el mundo. Ese fue el superhéroe de mi infancia, el que aparecía una y mil veces por televisión, el que puso el balón en el ángulo inalcanzable para Fallon y le dio el primer título mundial al país.

La psicóloga me miraba extrañada cuando le contaba estas cosas, porque era un tipo grande para tener un niño tan chico y por sus ojos asombrados, parecía que lo mío rondaba con la locura extrema. Pero no, así era la herencia que pasaba de generación en generación y todos felices con la locura. Pero ella no tenía el suficiente sentimiento como para entenderlo y me repetía que un niño, como Giovanni, no podía tener un ídolo carnal. La interrumpí, no quedaba otra, ahí le expuse que el tipo había vuelto a nuestro país después de ganar absolutamente todo lo que había jugado, que había dejado los lujos europeos con el único fin de sacar campeón al club del cual era hincha. Ella meneaba la cabeza. Es más, seguí el monólogo; cumplió su sueño el año que llegó e incluso jugó la Copa Libertadores, y si es ídolo de tantos, por qué no puede ser el superhéroe de Giovanni.

 Sentí que la mina, desde el comienzo, jamás entendió nada, entonces me levanté y me retiré, pero justo en el momento de salir del consultorio, giré y vi que escribía en una planilla con una lapicera de tinta roja; fue ahí que le aclaré algo importante:

 “Mire señorita, Diego Milito no vuela, ni lanza rayos, pero es el superhéroe de Giovanni, y mientras él quiera, llevará puesta la capa celeste y blanca con el número 22 arriba del guardapolvo.”



(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento extraído del libro "La grandeza es otra cosa y otros cuentos racinguistas"



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lunes, 7 de junio de 2021

Los siete gladiadores

 

No te podés imaginar el frío que me corrió por la espalda cuando el Nano entró al vestuario y dijo:

-          Cagamos, Carlitos se contagió…

Fernando, Sergio y Catalina lo miraron serios, sorprendidos e impotentes. La cara de preocupación de Tato era para alertar, más que a toda la familia, a todo el pueblo.

Salto Miranda era un pueblo próspero, de pocos más de tres mil habitantes, que creció gracias al turismo que generaba la naturaleza, a través de dos maravillas: el Salto de agua que provenía de una grieta en el cerro y el río de aguas transparentes, con playas de ambas márgenes y dos pintorescos puentes peatonales. Una atracción para la gente que ama el silencio y la naturaleza y para quienes no necesitan de la noche. Todo el pueblo giraba mayormente alrededor del turismo de paso, pero también existía el turismo permanente.

Tato se comunicó con el resto de sus amigos para explicarles la novedad. Por la tarde, todo el plantel del Sportivo Reuquecurá, debía concurrir al Hospital Municipal para hacerse los testeos correspondientes, ya que en tres días jugaría una final contra su eterno rival: Atlético Juventud de Monte de Oro.

A sesenta y tres kilómetros de Salto Miranda se encontraba la localidad de Monte de Oro, que la triplicaba en población y en nivel productivo. Poseía tres fábricas importantes y el Centro Cívico; un club de fútbol modelo, multicampeón en viejas épocas de gloria y con un presente irregular que hacía que la falta de títulos llegue a diecinueve años. Justo ese fin de semana tenía la gran chance de definir el título de la Liga. Para ello se concentraron y armaron una burbuja para aislarse. La pandemia acechaba en la comarca y si bien Monte de Oro no tenía casos, había que estar prevenidos.

Los testeos trajeron malas noticias para Sportivo, de los treinta jugadores del plantel, veintidós casos positivos de Covid 19 y un problemón para jugar la final. Pidieron la postergación y fue denegada. El presidente de la Liga era, ni más ni menos, que el bisnieto del fundador de Monte de Oro y las dos décadas de frustración, hacían que el deseo de ganar el torneo, pese por sobre la moral y la ética.

Esa noche, se reunieron en las oficinas del club los directivos para tomar una decisión. Primaba, en un principio, la idea de no presentarse. Era el sentido común que sobrevolaba en el ambiente. En el campo de juego siete jugadores, entre ellos, el capitán y arquero Luis Alberto “Mono” Giménez. Tipo de pocas pulgas, impecable prestancia y un espíritu ganador como pocos. Hicieron una ronda con distancia social y hablaron mucho. En un momento con una arenga del Mono y los gritos del “Rifle” Marabotto, enfilaron hacia la oficina de comisión directiva. Ingresaron, se ubicaron separados alrededor de la mesa rectangular, tomó la palabra el Mono y dijo con voz firme:

-          Decidimos jugar con lo que tenemos y que nos dirija el Jeringa. Es una decisión tomada.

El Jeringa era el aguatero, un ex jugador de fútbol que tuvo la desgracia de romperse los ligamentos y no recuperarse. Sabía al pie de la letra lo que Heriberto quería para el equipo. Heriberto, era Heriberto Trasante, el veterano director técnico de Sportivo Reuquecurá, que vivía justo enfrente del estadio y desde su terraza podía ver el partido y dar sus indicaciones por celular. Eso siempre y cuando, ese día, funcionen las comunicaciones.

La Comisión Directiva no tuvo opción. No presentarse no solo implicaría el campeonato para Atlético Juventud de Monte de Oro, sino el enojo de todo el pueblo por entregar el partido sin luchar. Ganaron el Mono y su imposición, quien a su vez pidió solo un deseo:

-          Presidente, como ustedes saben todos trabajamos, aunque estemos en temporada baja. Solo le pedimos que hablen para poder concentrarnos los ocho en lo de Doña Margie. Seguro que tiene vacía la pensión y podemos guardarnos hasta el fin de semana.

Con el compromiso del presidente, el Contador Rechimuzzi, avalado por todos los miembros de comisión directiva, nos concentramos en el “Hostal Miranda”. Allí delineamos junto al Jeringa, siempre con la venia del profe, la estrategia para lograr el milagro: llegar a los penales. En un principio, cuatro en el fondo y dos en el medio para presionar arriba. A medida que vayan pasando los minutos, la carga de Juventud sería cada vez mayor y el cansancio pesaría de sobremanera en Sportivo.

Pasaron los días aislados, bien alimentados, entrenando, controlados por el médico y soñando. El diario “El Sol de Miranda” comenzó titulando “Misión Imposible” y luego de ver el empeño de los siete gladiadores, animado por el fervor de todo el pueblo fueron mutando los títulos de tapa, hasta llegar el domingo a un impactante: “Vamos por la gloria”.

Las noticias de Monte de Oro daban cuenta que, Juventud, llegaba con todos sus titulares y con la gran ilusión de cortar diecinueve años de sequía, acompañado por un guiño del destino que marcaba que, la final, se jugaría con total superioridad numérica.

Llegó el día domingo, los siete gladiadores desayunaron junto a Doña Margie y el Jeringa. Desayuno especial con un rato de sobremesa. De allí al estadio a oxigenarse y estirar un poco los músculos. Las dos cuadras de caminata fueron inolvidables, todas las casas embanderadas con un sentimiento inigualable.

Un par de horas después estaban nuevamente en el hostal para descansar, almorzar muy liviano y repasar las tareas de cada uno dentro de la cancha. A las dos de la tarde partirían hacia el estadio. Minutos antes se acercó el Contador Rechimuzzi y se reunió con los ocho integrantes de Sportivo Reuquecurá, para contarles un hecho histórico.

-          Muchachos, la gente del pueblo juntó el valor de una entrada por familia para ofrecerles un premio, cualquiera sea el resultado. El dinero es lo de menos, pero en la actitud de todos queda demostrado que salen siete a la cancha, pero en realidad son tres mil…

Mucha emoción, mucho orgullo y por sobre todo mucho compromiso. El presidente salió junto a los jugadores rumbo al estadio y allí llegó la sorpresa. En los jardines, en los balcones, en las terrazas todo el pueblo embanderado en un solo grito: ¡Sportivo…Sportivo…!

Fue emocionante y difícilmente, los siete gladiadores, puedan olvidarse de esas dos cuadras. Bocinas, cornetas, papelitos, fuegos artificiales y el griterío de todo Salto Miranda apoyando al club en ese momento adverso. Entraron al estadio vacío y comenzaron a precalentar liviano. En un momento determinado se comenzaron a escuchar silbidos y abucheos, que crecieron a medida que el micro que traía al plantel de Juventud, se acercaba al estadio.

Heriberto Trasante, teléfono en mano, se comunicó con el Jeringa quien puso el celular en manos libres, con alto volumen, para escuchar la charla táctica. Que atravesó más el corazón de los siete gladiadores, que aclaraciones técnicas. No había mucho para decir. Solo aguantar hasta donde se pudiese…

Media hora después con los once jugadores de Juventud de Monte de Oro dispersos en su propio terreno; Sportivo Reuquecurá ingresó al rectángulo de juego, acompañado nuevamente por el griterío de la gente que habitaba balcones y terrazas linderas al estadio. No había relatores, ni alcanza pelotas, ni fotógrafos. Sportivo ganó el sorteo y eligió atacar hacia el sur. El viento sería un factor fundamental y había sudestada, por lo que las fuerzas se aplicarían en el primer tiempo, para aguantar con el viento a favor cuando las fuerzas flaquearan.

Sportivo Reuquecurá paró en la cancha al capitán, el “Mono” Giménez en el arco; los cuatro defensores: Lázaro Ruiz, “Tato” Carreras, “Willy” Pereyra y “Rulo” Páez. Un poquito más adelantados, pero no mucho, el “Nano” Lomana y el “Rifle” Marabotto, quienes con su estado físico ejemplar correrían a cortar hasta que las fuerzas les dieran. Solo un milagro podría cambiar el rumbo de la historia.

Pitó el árbitro, comenzó el partido y como era previsible, Juventud de Monde de Oro salió a apretar, ayudada por la superioridad numérica y el viento voraz que acechaba el campo de Sportivo. Iban siete minutos y la visita ya contaba con dos tiros de esquina a favor, que se cerraron con el viento y el Mono manoteó como pudo. Era imposible.

El Nano robaba alguna pelota y debía esperar que el Rifle, delantero por naturaleza, picase para tirarle en un pelotazo. Solo llegaron una vez al área de Juventud. Era un monólogo y vaya paradoja, dentro de ese monólogo, el Mono se empezaba a erigir en figura. El Tato no paraba de cabecear y el Jeringa jugaba en soledad su partido. Cada despeje largo, cada atajada del Mono o cada corte del Nano, provocaban una explosión en los vecinos del estadio, que se replicaba como dominó en todo el pueblo. Hubiese sido lindo saber cómo sería la reacción ante un gol de Sportivo, pero no se dio. Llegó el final del primer tiempo, con el agotamiento de los siete gladiadores y los reproches entre los jugadores de Juventud, mientras de fondo se escuchaba el ¡Sportivo…Sportivo…! que el viento traía de la parte norte y se esparcía entre todo el pueblo.

En el vestuario local el silencio dominaba la situación. El Jeringa masajeaba a Lázaro Ruiz en el aductor de su pierna derecha que se le había endurecido. El Nano vomitaba en el baño, estaba extenuado, mientras el Contador Rechimuzzi buscaba una pastilla para mejorar el estado del Nano. Muchas sales, agua y descanso al límite. Desde el teléfono del auxiliar, salía la voz de Don Heriberto aconsejando a los jugadores rotar las posiciones de los medios y los marcadores de punta, para dosificar las pocas energías que quedarían con el transcurrir de los minutos.

El silbato del árbitro llamaba al local a la cancha. Antes de salir, se abrazaron los ocho en círculo y escucharon las pocas palabras del Mono: “Muchachos vamos a dar todo, hasta la última gota de sudor y si no llegamos, que el pueblo se sienta orgulloso de este grupo”

Salieron caminando, ya no había fuerzas para demostrar nada. Lázaro intentaba que no se note su renguera, Nano transpiraba y temía lo peor, mientras el Mono saludaba a las terrazas detrás del arco, donde los vecinos se rompían las manos aplaudiendo.

Iban cinco minutos y lo único a favor era el viento, el esfuerzo parecía vano. A los veinte, ya sin fuerzas Lázaro Ruiz cruzó con su pierna derecha al wing de Juventud dentro del área y el juez cobró penal. El marcador de punta quedó tendido augurando que se aproximaba el final. El árbitro hizo señas que entre el médico y el Jeringa, bidón en mano llegó junto al jugador tendido:

-          Si no podés correr, igual levántate y quédate dentro de la cancha.

Lázaro lo miró y asintió. A un costado el Nano totalmente extenuado, repetía el acto del baño. Su camiseta era más oscura dado el sudor que emanaba. El partido debía continuar, el capitán de Juventud con la pelota en la mano, llamó al juez y al Mono.

-          Ya está Mono entraron en la historia…

-          ¿Qué abandonan…? Preguntó el arquero.

-          Creo que no deberían seguir, Giménez.

Sin atender las sugerencias del capitán y el juez, el Mono dio la espalda y se dirigió al arco. A lo lejos el Jeringa le hacía seña que, el Nano, no podía seguir. El arquero meneaba la cabeza, mientras que desde el exterior llegaba el aliento de mucha gente y el viento levantaba el polvo de la cancha seca. Frente a frente el capitán Florencio Martínez de Atlético Juventud de Monte de Oro y el arquero Luis Alberto Giménez de Sportivo Reuquecurá. Espectador de lujo, Edelmiro Miramento juez del cotejo. Silbato al aire. Fuerte derechazo a la diestra del arquero quien, todo estirado, manoteó la pelota al córner.

Se gritó como un gol dentro y fuera de la cancha. El viento hizo lo suyo con el disparo de esquina. El lateral lo sacó el Rulo al pecho del Nano, este de zurda tiró la pelota al campo contrario y cayo desmayado, justo en momentos que todo el pueblo de Salto Miranda ingresó por el portón e invadió el campo de juego, llevándose en andas a los siete gladiadores que pasearon por las calles, mientras desde las casas se los honraba con vítores.

El “Nano” Lomada fue directamente con la ambulancia al hospital, Lázaro Ruiz fue llevado en andas con un sillón; mientras en el estadio, Edelmiro Miramento daba por terminado el partido, a los veintidós minutos por invasión del campo de juego, con el resultado empatado en cero.

La Liga le adjudicó el torneo a Atlético Juventud de Monte de Oro, después de diecinueve años.

La historia hablará de los siete gladiadores que, con la valentía propia del cacique que daba nombre a su club, defendieron los colores de Sportivo Reuquecurá…


(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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martes, 1 de junio de 2021

La promesa del doctor

 

Dedicado a Cristian

 

En el transcurso de una vida pueden encontrarse miles de historias, muchas de esas particulares y otras, únicas e irrepetibles. Aquellos que nacieron a fines de los 50 y comienzos de la década del 60, transitaron algunos hitos históricos. Entre ellos tres que marcaron a fuego una generación: la dictadura cívico militar, la guerra de Malvinas y la pandemia mundial del Covid 19. Marcados por el destino que impone alguien superior o quien sabe quién, esa franja etaria que ronda los sesenta años, dejó mucha gente en el camino.

Antonio “Tony” Trueba trabajador vitivinícola mendocino, se casó con Mercedes Salto, matrimonio que solo duró ocho años, los necesarios para que nacieran los gemelos Gabriel y Javier, quienes no llegaron a convivir, ya que Tony tenía una vida paralela con otra mujer, lo que provocó que Mercedes tomara sus pocas cosas, a sus dos hijos y se fuera de su casa.

Su vida no era fácil. En una provincia en la cual “Tony” Trueba había acumulado un cierto poder, no podía seguir, por lo tanto, se mudó a vivir a San Luis, primero en casa de unos familiares indirectos y luego viajar a Buenos Aires para trabajar como personal doméstico con cama adentro. El gran inconveniente surgió por dos vías. La legal, con la presión del padre para tener a sus hijos y por otro lado, la negativa de la “patrona” de Mercedes de cobijar a los dos niños. El acuerdo fue salomónico y tremendamente doloroso; en especial para la madre. Despegarse de un hijo no era una cosa natural, separar a gemelos era traumático y entregar a su padre a ambos hijos, sería psicológicamente irremontable. El tema fue la elección, que quedó en manos de la jueza. ¿Cómo se determinó que hijo quedaba con la madre y cual con el padre?

Privó la parte médica, ya que Javier tenía un problema crítico de asma y la jueza, en concordancia con los facultativos, decidió que sea él quien viva con su padre. No solo por el clima seco de Mendoza, sino porque su padre estaba en muy buena posición económica y podía costearle el oneroso tratamiento. La despedida fue triste. Los gemelos no tenían noción que, por mucho tiempo, se dejarían de ver. La madre sabía que los separaban para siempre. La escena fue conmovedora. Javier se fue con el padre a Mendoza, a vivir una vida donde nada iba a faltarle. Adoptó el apellido de su padre y muchas de sus actitudes con la vida. Nunca fue un gran estudiante, pero tenía el don del dominio de la pelota con sus pies, caracterizándose por ser un gran wing derecho, de mucha velocidad y centro preciso a la carrera.

Gabriel, vivió una vida más sufrida, donde nada le faltó y en la cual pudo estudiar, con el gran sacrificio de su madre y el cariño que le tomó la familia Fernández Villar, que lo cobijó como un hijo más. Tanto en la primaria, como en la secundaria, fue un estudiante brillante, abanderado y mejor promedio año tras año. Desde muy niño se puso una meta: ser médico

Una única cosa unía a Tony, Mecha, Gabriel y Javier, el amor por el club de su pueblo, ese que se lleva en el corazón desde el momento de nacimiento y que se engrandece con la distancia y el desarraigo: el Club Deportivo Godoy Cruz Antonio Tomba.

El “Tomba” es uno de los clubes grandes de la Provincia de Mendoza, ubicado en el “Gran Mendoza”, más precisamente en la localidad de Godoy Cruz y tiene una rica historia que se inicia un 1° de junio de 1921, fecha en que se fundó bajo el nombre de Club Sportivo Godoy Cruz.

En el año 1982 estalló la guerra de Malvinas y los encontró a cada uno en su lugar de hábitat, pero bajo bandera. Épocas de conscripción para todos aquellos jóvenes sorteados, nacidos en 1962 y 1963. Ambos en el ejército, ambos con la instrucción realizada y camino a la baja que no fue tal. El conflicto los llevó, desde cada lugar, a las islas en una locura sin precedentes que marcó a ambos. Eran muy jóvenes y tenían muchos sueños por cumplir. Gabriel, recién ingresado a la Facultad de Medicina, con esa obsesión de ser médico. Javier, tenía entre sus expectativas llegar a la primera división de su club, justamente, el “Bodeguero”. Ambos, fusil en mano esperando al invasor mil veces superior, con un valor único. El trato de los oficiales propios no era el mejor y el contraste en el carácter de los gemelos, era superlativo. La tranquilidad y el respeto a sus superiores de Gabriel y el contrapunto de Javier, con su indocilidad y su irrespetuosidad de nene bien.

En el año 1930, más precisamente un 26 de septiembre, logró su fusión con el Club Bodega Antonio Tomba, adquiriendo el nombre de Club Sportivo Godoy Cruz Tomba, que llevó hasta que, definitivamente, en 1941 adoptó el nombre que utiliza hasta hoy: Club Deportivo Godoy Cruz Antonio Tomba.

Una confusión de un teniente fue clave en el futuro de los gemelos. En un ensayo previo a la llegada de las fuerzas británicas, Javier Trueba incumplió un orden y fue castigado. Estaqueado casi desnudo bajo el frío insular, sufrió un ataque de asma y tuvo que ser llevado al hospital de campaña. El rostro de Javier quedó grabado en la memoria de quienes lo vieron castigado.

Poco tiempo después, en un pelotón que circulaba a pie y que iba a tomar una posición determinada, Gabriel Salto se cruzó con aquel teniente que había castigado cruelmente a su hermano. Pasó a su lado, se detuvo y gritó:  – ¡Alto…!

Gabriel, que no sabía lo que había pasado, jamás imaginó lo que venía a continuación. El Teniente Montes, así se llamaba el individuo, se acercó y al oído le dijo:

-          ¿Usted se cree vivo?

-          No

-          ¿Cómo dijo…?

-          ¡No señor…!

El sargento se acerca y pregunta que pasó con el soldado y el Teniente Montes, con un tono autoritario, explica:

-          El soldado está castigado

-          ¿Cuál sería el motivo, mi teniente?

-          Falta de respeto a un superior, sargento. Lleve a este soldado al calabozo.

-          Pero teniente, debe haber un error.

-          ¡Es una orden…!

Allí fue llevado el soldado Gabriel Salto, sin entender el motivo y con la sorpresa que, al llegar, el sargento que lo recibe, le dice:

-          ¿Se cura rápido el asma, soldado?

-          ¿Qué asma, sargento?

-          ¿Ah, también sos un gran actor?

-          ¡No señor…!

-          ¿Ah, encima te hacés el vivo…?

Pasó el día en un calabozo: solo, oscuro y frío. Sin agua y comida. En la madrugada, fue levantado por un oficial y llevado al campo, donde lo sometieron a distintas pruebas de resistencia que, con el paso del tiempo, pasaron a ser vejámenes. Como era normal, entre el frío y el desgaste, los golpes y el cansancio, Gabriel Salto finalizó en el hospital.

Agotado, deshidratado y con signos de violencia física en varias partes de su cuerpo, fue asistido con suero y calmantes. En un momento determinado, con el cambio de guardia de enfermeros y la recorrida habitual de control, el nuevo profesional lo consultó medio de memoria:

-          ¿Cómo estás Javier?

-          Gabriel, me llamo Gabriel.

El enfermero retrocedió, tomó la planilla que estaba al pie de la cama y en voz alta repitió:

-          Soldado Javier Trueba – Clase 1962

-          Ese es mi hermano, mi nombre es Gabriel Salto y obvio, también soy clase 1962

-          ¿Salto, Trueba, Javier, Gabriel…?

El enfermero que se retira sin saber que ocurría y poco tiempo después vuelve con otra planilla.

-          ¿Vos también sos hincha del “Tomba”?

-          Sí señor, soy hincha de Godoy Cruz. ¿Usted también?

-          Por supuesto, de Gobernador Benegas y del “Tomba”.

-          Yo vivo en la Ciudad de Buenos Aires, pero nací en Mendoza

-          Sé la historia, me la acaba de contar tu hermano Javier.

-          ¿Javier…? ¿Dónde lo vio a Javier?

-          Está acá, internado, a pocos metros. Es idéntico a vos.

No se conocían, los separaron de muy niños y nunca más se volvieron a ver. La adrenalina por encontrarse hizo que, rápidamente, en cuestión de días, se recuperaran de sus inconvenientes. Fue Gabriel quien se acercó a la cama de Javier, para estrecharse en un profundo abrazo. Los médicos y enfermeros quedaron atónitos por similitud de los gemelos. El jefe médico, subteniente Martínez, elevó un informe. Ese informe recayó en el teniente coronel Farías quien, con su rectitud, pidió la baja inmediata para el Teniente Montes, quien fue enviado al continente, donde se le inició un sumario por los vejámenes producidos a los gemelos Javier Trueba y Gabriel Salto.

Un par de días de recuperación sirvieron para ponerse al tono con la historia individual y de la familia. Saber en forma cruzada como estaban sus padres, como era la vida en cada ciudad y también saber algo más sobre el “Bodeguero”.

Días después, con las fuerzas imperiales a punto de desembarcar al mando de Jeremy Moore y pese a estar asignados a la defensa de Monte Longdon, no se volvieron a cruzar. La preocupación de uno por el destino del otro quedó en suspenso hasta la vuelta al continente. Con la derrota consumada la vuelta fue dura, inimaginable e increíble. Los gemelos estaban vivos y tanto en Mendoza, como en la Ciudad de Buenos Aires, tanto la familia Trueba como los Salto respiraron de alivio.

Atrás quedaron las anécdotas de uno y otro, contadas tanto a Mercedes, como a “Tony” que internamente deseaban con fervor volver a ver a la otra parte de su vida. Pero no pasó, no volvieron a verse. Hasta que en junio de 1994 la familia Salto, encabezada por Mercedes y Julio, su nuevo esposo; Gabriel y su esposa Marcela, junto a Nahuel, Simona (sus hijitos) y sus dos nuevos hermanos, viajaron a Mendoza con motivo de presenciar en el Estadio Feliciano Gambarte, la primera final por el tan ansiado ascenso al Nacional B del “Expreso”. Ante un lleno total, como era previsible, sería difícil encontrarse. Pero la platea de “La Bodega”, tampoco era tan grande y estaba habitada por gente conocida. La noticia corrió de boca en boca, hasta llegar a Graciela, le esposa de “Tony” Trueba, quien se la comunicó a Javier.

El Estadio Feliciano Gambarte, conocido como “La Bodega” fue inaugurado el 3 de octubre de 1959 bajo la presidencia de Don Jorge Federico Schmitt.

Los nervios, la situación, el tiempo perdido, el abandono todo jugaba en forma negativa para el encuentro. Pero era un día de fiesta para la familia “Tombina”. El abrazo de los ex combatientes fue acompañado por un aplauso de reconocimiento a los héroes de Malvinas. El saludo frío de Gabriel hacia “Tony” y su familia, fue inversamente proporcional al llanto en el abrazo de Javier y su mamá biológica. Incontrolable la emoción de ambas familias y de quienes estaban a su alrededor. Casi treinta años habían pasado de aquel día de la triste decisión de Mercedes. Doce años habían transcurrido desde aquella tarde en el hospital de campaña de Malvinas y muchas historias.

Fue emoción y alegría, Godoy Cruz Antonio Tomba hizo lo que tenía que hacer, ganó su partido de local, con gol de Alberto Naves y se prepararía para la vuelta en Misiones, donde volvería a contar con su ídolo y goleador el “Cachorro” Abaurre. Posterior al partido hubo una linda charla entre madre e hijos de la que no intervinieron los restantes familiares. “Tony” llevó a sus nietos a los juegos de la plaza, siempre con el beneplácito de Marcela, que veía a sus hijos contentos conociendo a su abuelo de los cuentos. Muchas veces habían preguntado por el papá de Gabriel y como no había relación posible para contar, inventaban historias.

Fue una semana donde la importancia del fútbol quedó en plena evidencia. Con las distancias del caso y de la triste historia, el “Tomba” fue prenda de unión y reencuentro de seres con un pasado de amor y presente de sangre común. De un asado en la viña de los Trueba, surgió la idea de ir a Misiones a ver la revancha del “Bodeguero” frente a “La Franja” por el ascenso al Nacional B y así fue, el domingo 19 de junio de 1994, con mil ochocientos kilómetros recorridos, las familias Trueba y Salto se hizo presente en el estadio misionero. Fue un partido luchado, con una resistencia heroica del “Bodeguero” y la felicidad plena de la familia, reflejada en el profundo abrazo entre Gabriel y Javier, que hizo emocionar a propios y extraños. Con el empate, el ascenso al Nacional B era una realidad.

El “Tomba” se mantuvo en ese torneo por 12 años. Los primeros campeonatos fueron muy positivos, en tres oportunidades consecutivas clasificó Torneo Reducido; pero también estuvo cerca de descender, aunque ese riesgo no pasó a mayores.

El hecho de jugar seguido en Buenos Aires, hacía que Gabriel, ya recibido de médico y Javier, con el fútbol olvidado y trabajo permanente en la finca de los Trueba, se juntasen más seguido, forjando así algo más parecido a hermandad.

La primera final en Mataderos en el 2006, volvió a reunir a los Salto y los Trueba, esta vez en Buenos Aires. El vínculo había mejorado, salvo entre Gabriel y su padre biológico “Tony” Trueba. Entre ellos no había acercamiento. El dolor de su madre ante aquel acto irracional de separar a los gemelos, Gabriel no lo perdonaba. El gol de Torresi que ponía la ventaja y la heroica resistencia, después del empate de Higuaín, para llevarse un sufrido y trabajado punto del “República de Mataderos”. La vuelta a Mendoza fue con las dos familias juntas, llegaba la oportunidad de ascender y ninguno se lo quiso perder. Fue un 20 de mayo de 2006, en un Estadio Malvinas Argentinas repleto que, con goles del Tanque Jiménez y del “Barba” Villar, Godoy Cruz derrotaba a Nueva Chicago por 3 a 1 llegando por primera vez en la historia, a la categoría máxima del Fútbol Argentino.

La alegría duró poco y luego de un torneo irregular, volvió a la categoría inferior. Solo un año tardó en regresar y desde allí militó en la Primera División hasta este presente afianzado, creciendo y jugando copas internacionales.

La familia del “Bodeguero” se fue agrandando con el paso del tiempo. Hijos, nietos y biznietos fueron llevando en el corazón la divisa azul y blanca, como un legado único y un sentimiento hecho herencia.

Solo hubo un gran momento de tristeza en estos años de gloria deportiva y unión familiar. Una enfermedad terminal puso fin a la vida de una luchadora como Mercedes Salto, quien fue atendida hasta el último suspiro por el Doctor Gabriel Salto. Una escena que quedó grabada hasta para siempre, fueron esos últimos minutos, en los cuales, con las pocas fuerzas que le quedaba unió las manos de los gemelos y les hizo prometer, que harían lo imposible para que Gabriel perdone a “Tony” Trueba.

Y así se despidió…

Los hermanos y los primos siguieron en contacto. Formaron una Filial en Buenos Aires y organizaban los viajes para ver al “Tomba”. En uno de esos tantos encuentros, los más chicos y Javier organizaron un festejo en Mendoza para una fecha clave. El convite sería la noche del lunes 31 de mayo, en la finca de los Trueba, limitados por los protocolos de la pandemia, pero unidos desde el corazón. A las 23:58, Javier se subió a una silla flanqueado por Nahuel y Gabriela, sobrino e hija mayor, pidió un minuto y dijo:

“Quiero contarles cual fue el pedido de mi mamá antes de fallecer y queremos que – mirando el reloj – en un minuto se haga realidad. Toda la familia quiere que Tony y Gabriel comiencen este día especial con un abrazo que perdone todo lo ocurrido en el pasado”

Y comenzó la cuenta regresiva: diez, nueve, ocho y las miradas que comenzaron a cruzarse. Siete, seis, cinco, cuatro y los fuegos artificiales que comienzan a salir. Tres, dos, uno y un… ¡Feliz Centenario…!

Era el 1° de junio de 2021, en una Mendoza azotada por la pandemia.

Era un abrazo interminable y llanto conmovedor del viejo “Tony” Trueba y su hijo el Doctor Gabriel Salto.

Eran copas que chocaban. Era la memoria de Mercedes

Eran los cien años del “Bodeguero”, del Club Deportivo Godoy Cruz Antonio Tomba…


(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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