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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



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jueves, 16 de junio de 2016

El Búfalo y la Libertad



El sentido de pertenencia, el amor por un barrio, por los colores del corazón, por la herencia recibida, perduran en el tiempo y no sabe de claudicaciones. Porque uno nace sabiendo qué colores defenderá toda su vida y a través del tiempo, disfrutará aún más los momentos de gloria. La experiencia adquirida con los años, mejora aún más ese amor perdurable y genuino que engloba las sensaciones más hermosas de la vida de un futbolero, cuyo momento cúlmine es, sin dudas, la serenata de amor que representa la vuelta olímpica.

Nació en el lugar que quiso y amó su tierra como pocos, la defendió como parte de una manada y siendo joven, se sintió invencible. El futuro, le tendría deparado miles de sorpresas.

Quizá por eso, el loco festejo y la rara sensación de verse reflejada en lugares donde el resto de los días fueron de lucha y hoy, la victoria golpea la puerta. Porque Libertad tiene veinticinco años, de los cuales la gran mayoría fueron de frustraciones futboleras. Sus padres, le contaban de las épocas en que se tutearon con la gloria. Sus abuelos, le hablaban de los años dorados y Libertad, los miraba incrédula, como cuando niña escuchaba cuentos de hadas y superhéroes.

Poco a poco, fue tomando el protagonismo que tienen los búfalos cuando muestran toda su fuerza y compiten por el dominio de la manada. Todos a su alrededor comenzaron a respetarlo.

Los pósteres del “Polaco” Della Marchesina y del “Mago” Orsi que adornaban las paredes de su habitación, parecían necesitar una alegría. Libertad, era de esas personas que amaba algo y lo hacía con el corazón abierto. En su vida, no había lugar para novios, ya que todo se lo dedicaba a Excursionistas y el único tatuaje artificial, lo tenía en su omóplato derecho, el escudo verde y blanco, eterno emblema del Bajo Belgrano, enmarcado por su cabello lacio azabache que, en conjunto, engalanaban su angelical espalda. Esa era la parte artificial de su cuerpo, porque el verdadero escudo lo tenía tatuado en su corazón.

Con su hembra partió en busca de otros horizontes, con la sola premisa de armar su propia manada y la idea de volver, algún día, a su lugar de origen como nuevo líder.

Por eso, cuando aquel 12 de mayo de 2015, el ídolo de su padre, Guillermo Szeszurak, asumía la dirección técnica del club de sus amores, la ilusión golpeó la puerta del corazón de Libertad.

Pero en Excursionistas, nunca nada es fácil y los vaivenes de los números, redondearon una buena campaña que no alcanzó para festejar el logro. Ese año el abuelo Martín, aquel que había inculcado a Libertad el amor por el “Verde”, aquel que llevaba de la mano a la niña, muy niña, a la platea del “Coliseo” del Bajo Belgrano, fue a llenar la tribuna del cielo.

En pocos años, el “Búfalo” formó su propia familia que fue creciendo con el paso del tiempo, probó de volver a su lugar,  pero faltaba que se den las cosas.

Con el abuelo alentando desde arriba, Guillermo Szeszurak y su cuerpo técnico en el banco, con dirigentes de esos que conocés de toda la vida, un grupo de gladiadores en la cancha y la gente acompañando cada partido, la hazaña del ascenso no quedaba tan lejos.
Pero siempre hay un pero en Excursionistas y con una mitad de campeonato irregular, las chances de campeonar se esfumaban rápidamente.

Buscó otros horizontes mientras la manada seguía su crecimiento. Se lo notaba triste, como encerrado en su propio destino, a sabiendas de que algún día volvería al lugar que deseaba.

Después de escuchar por radio, la derrota en la séptima fecha con Berazategui, Libertad fue a su habitación, se recostó y durmió. Las pesadillas del comienzo, se convirtieron en un plácido sueño y que se hizo hermoso cuando en él, apareció el abuelo Martín y le habló de la mística ganadora de Guillermo Szeszurak y de la certeza que “Este era el año”. Fue un bálsamo que le permitió salir de su tristeza, ponerse orgullosa la camiseta verde y blanca, que era como su traje de novia y jurarse la vuelta olímpica en el “Coliseo”, junto a sus padres.

Se sintió rey en cada lugar en el que mostró su inteligencia y su fuerza. Venció a todo quien se le enfrentó y cuidó de su rebaño, quien ya tenía un pequeño líder heredero.

Excursionistas no perdió más y con un par de victorias y otros tantos empates, llegó a jugar el clásico con Laferrere, lejos de su rival en la tabla de posiciones. Libertad disfrutó de la magia del fútbol de “Cachete” Ruiz y la entrega del resto de los gladiadores, gritó hasta quedar sin voz y sintió a su abuelo pulular entre las plateas de madera de la tribuna lateral, como un presagio de lo que vendría. El “Villero” no perdió un solo punto más. La confianza que brindaba Guillermo Szeszurak hacía que, Libertad, sienta que aquella frase que su abuelo le había dicho en aquel sueño, se le apareciera a cada instante. “Este es el año”.
Un día decidió volver a sus pagos, el viejo líder había muerto y asumió la supremacía de la manada en base a su fuerza y a la convicción que podía cumplir su objetivo.

Seis partidos consecutivos con victorias, descollantes tareas de su jugador estrella, el magnetismo de un equipo pergeñado por el ídolo del club que había vuelto a cumplir su sueño. Libertad estaba incluida en ese sueño que se sintió realidad, en la epopeya del Gabino Sosa.
Por eso, el 11 de junio quedará grabado en las retinas de la morocha villera, porque abrazada a sus padres, vestidos de verde y blanco y con el lagrimal fácil, sufrieron hasta el final del partido y cuando nada hacía prever que la hazaña no se concretaría, un centro bombeado al segundo palo y ese fatídico cabezazo de Ayala, que se cuela en el palo izquierdo de Arias Navarro. Un silencio sepulcral se apoderó del “Coliseo”, un manto de dolor atravesó el corazón de miles de hinchas a quienes la historia, se les vino como noche.

Juntó a todos los suyos y les demostró cual era el camino a seguir. La lucha por subsistir, sentar bases sólidas y crecer. La manada, lo convirtió en líder indiscutido, en guía de su propio destino.

Y mientras la desazón de los padres de Libertad se hacía carne, mientras Carlos Salom y su cabezazo se hacía presente en la memoria villera, Libertad levantó su vista, miró al juez de línea y vio ese halo de luz en el banderín levantado marcando posición adelantada y la cara del abuelo Martín que, con un guiño de ojo cómplice, la vuelve a la vida, le devuelve la ilusión, le brinda la máxima satisfacción futbolera y no paró más de llorar. Se abrazó con sus padres como pocas veces lo había hecho, miró al cielo, estiró sus brazos como señal de agradecimiento, de amor por quien le había inculcado el sentimiento por Excursionistas.

La alegría, se apoderó de la manada. El crecimiento fue incesante y positivo. La vida le devolvió la ilusión de ser aún más grande, se lo propuso y lo logró. Una vez grande, se sintió libre. Se sintió “Búfalo rey…”

Y al grito de Dale Campeón, Dale Campeón acompañaba la vuelta olímpica desde la tribuna misma de su casa, mientras dentro del césped sintético, dirigentes, jugadores, cuerpo técnico y el mismísimo “Búfalo”, le regalaban el ascenso tan soñado a los hinchas y a Libertad…

 

Eduardo J. Quintana  
Texto Inédito
@ejquintana010

"Difundir la Literatura Futbolera para pensar en volver a jugar a la pelota"

Las imágenes que ilustran este cuento, fueron tomadas de Internet
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sábado, 11 de junio de 2016

El día del ascenso

Las sirenas aturdían a la multitud, que se había congregado alrededor de nuestros cuerpos inmóviles, tendidos en el asfalto húmedo.
Recuerdo que era un día Jueves, lluvioso, desapacible, con una niebla espesa, que provocó que no viera la luz roja del semáforo y el consecuente impacto con un colectivo que cruzaba en forma transversal. Eso sí, recuerdo el impacto, y no recuerdo más nada.
Hay un hueco en la historia entre el momento del choque y la acción de escuchar las voces de los médicos, intentando infructuosamente mi recuperación.
Todos mis miedos estaban centrados, en no saber cual era la situación de mi novia Mariela, que por efecto del golpe, había sido transportada por una ambulancia, a un sanatorio cercano.
Sentí como varios brazos subían mi cuerpo a una camilla y como varios de esos mismos brazos, me introducían dentro de una ambulancia preparada para terapia intensiva.
Allí tomé conciencia de la gravedad de mi estado, y de la magnitud del choque. Comencé a sentir los pinchazos en mis brazos, el oxígeno puro que provenía de un respirador artificial y las voces de los médicos, entremezcladas con el bip-bip del monitor que controlaba los pulsos de mi corazón.
Yo tenía gran parte de mis sentidos intactos, pero no podía abrir los ojos, ni mover mi cuerpo; escuchaba cada palabra, la sirena de la ambulancia, el ruido del monitor, pero mi cerebro enviaba la señal de movimiento y estos no se llevaban a cabo.
La ambulancia se detuvo y en esos instantes escuché a los médicos decir, que Mariela se encontraba bien y fuera de peligro. Eso realmente me trajo una satisfacción interna, que no podía expresar, pero que se reflejaba en un alivio por dentro.
Ya en el sanatorio, comenzaron los preparativos para la operación; en la cual, según los médicos, correría serio peligro de muerte.
Podía morirme, estaba latente la muerte, y corría con la ventaja y la desventaja de saberlo.
Pero no podía morirme.
No podía morirme, porque no me había despedido de mis viejos. No podía morirme, porque le había prometido casamiento a mi novia Mariela.
Pero mi mayor preocupación, era que no podía morirme sin ver ascender a Excursionistas.
¡Sí, el Sábado, mi Excursionistas jugaba la final para el ascenso a Primera División!.
Por primera vez en el profesionalismo, el Verde del Bajo Belgrano, de ganar, jugaría en “Primera A”. Y yo, justamente un hincha de toda la vida, un fanático seguidor de la divisa verdiblanca, no lo podría ver.
No me podía morir justo ahora, sin vivir la mágica sensación de ver a Excursio, jugar en la Bombonera.
No me podía morir, si toda la vida esperé esta oportunidad.
Pero la muerte estaba allí, cerca, tan cerca que llenaron mi cuerpo de cables y me hicieron media docena de exámenes para preparar la operación, que alargaría mi vida.
Por un momento me dormí internamente, con el miedo propio de no poder despertar, de ya no sentir la sensación de vivir.
El largo sueño se vio truncado por el llanto acongojado de mamá y papá, que tomaban mis manos inmóviles y rogaban a Dios por mi vida.
No sabía como explicarles cuanto los quería y que les estaría eternamente agradecido, por cuanto me habían dado. El llanto de mi madre era continuo, en cambio mi papá sollozaba más espaciadamente.
Pobre papi, justo la  semana que Excursio subiría a primera, yo lo enclaustraba en el sanatorio.
Pobre mami, ella me tuvo en su vientre y ahora suplicaba por mi vida.
Durante esa noche de Jueves, madrugada de Viernes; desfilaron por la sala de Terapia Intensiva, mis tíos, mis hermanos, los padres de Mariela y mi barra de amigos.
Indirectamente, me despedían y yo los escuchaba atentamente.
Eran todas loas hacia mi persona, esas típicas alabanzas que se hacen a los muertos.
Pero yo no estaba muerto, sentía y vivía como cualquier ser humano, sólo que no podía expresarlo.
Estaba presente mi amigo Toto. ¡Que tipo bárbaro “el Toto”!, yo sabía que me quería un montón y que sabía que pensaría en un momento así. Unos minutos después, tomó mi mano y me dijo:
-          No te podés morir ahora, hermano.
Entendí su súplica. El Toto quería decir: “No te podés morir ahora, que Excursio puede ascender”.
Pero fue más diplomático, seguramente porque mi vieja estaba en la sala y no quería que sufra.
Si pudiera transmitir mi pensamiento y mis deseos, seguramente el Toto iría a la cancha, el próximo Sábado, para alentar por mí a Excursionistas.
Me volví a dormitar internamente, y esta vez se extendió hasta la hora de la operación.
La viví toda; sentí la anestesia para dormir mi cuerpo ya dormido, el ruido constante de los monitores, el bisturí yendo y viniendo, las interconsultas médicas sobre la gravedad de mis heridas internas. Estaban trabajando en mi cabeza y la operación parecía más complicada de lo previsto.
En un momento determinado, mi corazón comenzó a fallar y los médicos trabajaron con aparatos sobre él, ante el bip inconstante del monitor, que demarcaba que mi corazón ya no tenía la fortaleza de siempre.
Las voces empezaron a entremezclarse y sobre todo a alejarse de mi audición.
Por primera vez en mi vida, comencé a asustarme. No podía morirme.
De repente, comenzó una siesta que duró todo el día.
Desperté, con la voz de los médicos comentando lo difícil de la operación, que había demandado ocho horas de trabajo y que no había salido bien.
Escuché el llanto conmovedor de mis padres, cuando el médico explicó el desenlace de la operación.
Me daban como máximo 24 hs. de vida, sólo 24 hs., o sea que yo sabía que moriría el Sábado. Mi estado era irreversible.
Con la muerte tan cerca, pasaron por mi cabeza muchas cosas, entre ellas la final que jugaría Excursionistas por el ascenso.
Esa mañana de Sábado, comenzó un largo peregrinar de familiares y amigos.
Un momento me conmovió más que el resto, cuando entró a la sala mi novia Mariela y se abrazó a mí llorando desconsoladamente. Se echaba culpas por el accidente; pues ella me había pedido ir a dar una vuelta, pese a las inclemencias del tiempo.
Si pudiese escucharme, le diría cuanto la amo.
Como me hubiese gustado casarme con ella y por sobre todo, le pediría que no me olvide.
Aunque me gustaría que sea libre rápidamente de la cruz de mi muerte, para que rehaga su vida.
¡Pasaba el tiempo y yo seguía con vida!. ¡Cómo me gustaría saber la hora!.
Me imaginaba que el Toto y los pibes estarían en la cancha, alentando a Excursionistas.
Yo sin poder moverme, hacía fuerza para la victoria. En ese momento, escuche decir a mi viejo que eran las cuatro de la tarde. O sea que según mis cálculos, había terminado el primer tiempo; ¿cómo iría mi Excursio, ganaría o perdería?, ¿quién sabe?.
Otra vez volvió el sueño y las voces que se alejaban. Otra vez esa horrible sensación y el sonido de los médicos trabajando sobre mi cuerpo.
Y el llanto de mis padres, entremezclado con el de mi novia.
¿Cuánto tiempo habría pasado?. ¿Yo, habría muerto?. ¿Cómo iría el partido?.
Muchas preguntas sin respuestas y las fuerzas que se apagaban. Las voces cada vez se alejaban más y el llanto general era cada vez más intenso.
El final se acercaba. En un instante determinado, ingresaron un grupo de personas, las distinguía por sus voces.
Ahí estaba el Toto, a quien internamente le decía.
-          Vení Toto,............ ¿qué pasó?.
E inesperadamente el Toto, como presintiendo mi llamado, se acercó a mi oído y me dijo:
-          ¡ Ascendimos hermano, Excursionistas es de primera!
Y mi grito interno, mi grito de corazón, ¡Excursionistas, Excursionistas!.
Y el llanto que se hizo general, en cada uno de los presentes.
Los brazos de mi novia que me abrazaban con amor y las manos de mi madre que acariciaban mi rostro; ambas invadidas por la congoja y el dolor que significaba mi despedida.
Ese sueño que se aproximaba nuevamente y las voces del llanto que se alejaban definitivamente, dando paso a mi vida eterna.
Justo el día que Excursionistas, llegaba a primera división.


 Eduardo J. Quintana
Del libro "Cenizas de la vida - Cien años de amor a Excursionistas"
@ejquintana010


"Difundir la Literatura Futbolera para volver a pensar en jugar a la pelota"

Las imágenes que ilustran este cuento, fueron tomadas de Internet

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domingo, 24 de abril de 2016

El cuadro del recuerdo

Hay lugares en el mundo sumamente característicos, esos en que cualquier terráqueo sueña con vivir. Muchas veces la evaluación se inclina hacia históricas ciudades, otras a zonas de montaña, hay quienes prefieren los lagos y muchos, muchísimos, las playas. En Cataluña, más precisamente en la Provincia de Girona, existe un pueblo llamado Begur. La hermosa comarca catalana data de la Edad Media, tiene una población estable de menos de cinco mil habitantes y se caracteriza por las hermosas playas, de aguas claras y arenas limpias. Casas grandes de dos plantas, con ventanales de dos hojas que, en su gran mayoría, inclinan su mirada al mar. Amplias habitaciones luminosas, patio colonial y jardines con árboles, la mayoría de los frentes inmaculadamente blancos y techos de contrastantes tejas rojas. Las calles desniveladas, que descubren en la vista del paisaje, postales de ensueño.
En una de dichas calles y en edificaciones contiguas, se había asentado la familia Martínez. Los primeros, hacía más de un siglo que formaban parte de la comunidad “begurense”y eran los abuelos de Juliana y Carlos. Habitaban el caserón más grande y más antiguo. En sus terrenos, primero Juliana Martínez, que era la nieta más grande y luego de varios años Carlos, construyeron sus casas, manteniendo el mismo estilo. Los abuelos, todos los tíos directos y primos eran catalanes de nacimiento, las parejas y los hijos de Juliana y Carlos también, solo ellos eran argentinos, más precisamente bonaerenses.

La familia se reunía siempre, pero especialmente para las fiestas. El año nuevo era especial y nostalgioso para los Martínez argentinos. Cada 1° de enero recordaban el aniversario del club de la ciudad donde habían nacido. Para ese fin de año, Carlos había cumplido un viejo cometido que, por una u otra razón, no había realizado con anterioridad: Encuadrar la camiseta roja y blanca de piqué, con el número 9 en la espalda del club de su vida: “Cañuelas Fútbol Club”. Era todo un orgullo que, su familia y sus amigos catalanes, pudiesen admirar en las fiestas de fin de año, tan amado recuerdo.
Una mañana, un vecino alertó a Juliana que en el correo había un paquete a su nombre y que debería pasar a retirarlo. La sorpresa fue aún mayor cuando llegó y vio el remitente, que era su tío Hernán. Dos cajas, una con regalos y el otro paquete, plano y alargado, que contenía dos cuadros del “Estadio Jorge Alfredo Arín”, el segundo hogar de Juliana y Carlos, que seguramente acompañaría el enmarcado con la camiseta.

Allá por la segunda mitad de la década del 60, en la localidad de Cañuelas cabecera del partido homónimo, más precisamente en calle Sarmiento entre Larrea y Ameghino, la familia Martínez había echado raíces. Pareja con dos hijos, de clase media, educación pública y militancia política comprometida. Mabel Eliana García, maestra, nacida en Concordia, Entre Ríos, donde residían su madre y sus tres hermanos. El padre de la familia, Víctor Alcides Martínez, la misma edad y profesión de su esposa, habiendo sido compañeros de estudios en el pasado y también dictaban clases como docentes en un colegio del mismo barrio. Víctor era hijo de catalanes y tenía a sus padres asentados en un pueblo de la Costa Brava.

La pared de la casa de Carlos había quedado completa y a gusto, tanto del “cañuelense” como de su esposa, la bella Jazmín Miranda, que respetaba a rajatabla la tradición foránea y futbolera de su esposo. Sus hijos, Germán y Federico, como hijos de un argentino y de una barcelonesa, no podían ser de otro club que del Fútbol Club Barcelona, el de mamá y el de Messi. Pero seguían muy de cerca al único club del cual su papá se enamoró: Cañuelas Futbol Club. Había una diferencia, habían conocido personalmente el “Estadio Camp Nou” y recién, a través del cuadro, conocían el “Estadio Jorge Alfredo Arín”. La familia de Juliana era parecida, ella muy hincha del “Tambero” y Joseph, su marido, Manuela y Joan, sus hijos, eran hinchas del Girona F.C. Iguales colores, distinta pasión. Había pegado mucho la herencia de los Martínez por el “Rojo” y como toda herencia futbolera, era inalterable a través del tiempo y la distancia.

La situación del país a mediados de los 70 se había complicado. Una rara sensación recorría las escuelas, las calles y el club. Las noticias no eran buenas, se había corrido la noticia que se habían llevado presos a los curas párrocos de Máximo Paz y no se sabía el paradero de dos maestros de Vicente Casares, localidades vecinas. Mabel y Víctor, estaban preocupados por los niños. Juliana había cumplido 8 años, Carlitos solo 5, se manejaban en el barrio, porque Cañuelas era tranquilo y los habían preparado, por si alguna vez pasaba algo, para que inmediatamente vayan a la casa de sus tíos. Obviamente, la responsable de cuidar a su hermanito debería ser Juliana.

Habían llegado las fiestas y se venía el cambio de año. Los Martínez y compañía realizarían un festejo especial, en el cual se juntarían en casa de Carlos, que los agasajaría con un asado. Su vivienda tenía un espectacular quincho, en el cual una de las paredes lucía los cuadros, una hermosa pileta y un gran parque. Para el anfitrión no era una fecha especial, el 1 de enero de 1911 su amado Cañuelas Fútbol Club cumpliría el centenario de su fundación y solamente Carlos y Juliana lo sabían…

En el mes de agosto de 1976, en momentos que atardecía y tanto Mabel, como Víctor volvían de una reunión de militancia barrial, advertidos que dos compañeros habían sido “chupados” por grupos de tareas, divisaron que en ambas esquinas, sendos autos con personas sospechosas, los estaban esperando. Cruzaron la calle e ingresaron a la Iglesia Nuestra Señora del Carmen y se escondieron en un confesionario. El lugar no era seguro y los chicos estarían solos es su casa, corriendo peligro.

Una mesa larga ocupada por los abuelos, primos, tíos, hijos, cuñados, una parrilla y un gran asado. Recuerdos de los más viejos. Chistes de los más chicos. Muchas risas, alegría y hermandad. La hora doce se acercaba, el champagne preparado y la nostalgia apoderándose de los corazones de Juliana y Carlos. Imaginaban el pueblo, la escuela y los compañeritos. No era mucho lo bueno por recordar, la imagen presente de aquella pesadilla continua con la imagen de los padres corriendo por la calle, seguidos por un auto con desconocidos en su interior, en una noche oscura y aterradora.

Esperaron en el confesionario por más de dos horas, imaginaron a sus hijos en la soledad de la noche aguardando su llegada, impacientes y con miedo. Víctor salió, la puerta principal estaba cerrada, intentaron por la puerta lateral de la sacristía, estaba sin llave. Ya en el exterior y ante los ladridos de un perro, apuraron la marcha. Caminaron un tramo asustados, casi sin hablarse; llegando a un par de cuadras de su casa, las luces de un auto los encandila y por temor, salieron corriendo rumbo al domicilio donde esperaban los pequeños…

Los fuegos artificiales desde la playa, las campanadas de la Iglesia San Pedro de Begur y el reloj “Cucu” ubicado en el quincho, daban el cambio de año, el brindis, los abrazos, los saludos, la emoción y la sorpresa. Juliana, levantó la copa para el segundo brindis, tomó la palabra y dijo: “Un brindis por el centenario de nuestro querido Tambero”. Ante la emoción incontrolable de Carlos; su hermana fue hasta el living, se quitó la blusa y se puso la roja y blanca de Cañuelas y le trajo uno aquellos los paquetes que envió su tío Hernán desde Concordia. Cuando lo abrió y divisó camiseta roja y blanca de su vida, se la colocó, se abrazó a su hermana y se largó a llorar. Eran cien años, era el amor de su vida, era el recuerdo de sus viejos corriendo por esa calle oscura, era la nostalgia.
-          Tu primera camiseta tío.
-          No Joan, no es su primera camiseta. ¿No viste la del cuadro? Contestó su padre
-          Es mi primera camiseta Joan, es mi primera camiseta…

Pese a la corrida, Víctor y Mabel nunca llegaron a su casa. Juliana vio por la ventana como los metían dentro del auto a los golpes, llevados de los pelos. Tomó a Carlitos con lo puesto y salió por la puerta del jardín. Corrieron, corrieron mucho, hasta la casa del tío Julio. Allí quedaron escondidos dos días hasta que arreglaron el viaje rumbo a Cataluña, donde los esperarían los abuelos, en las bellas playas de Begur, lejos de Cañuelas…

Las lágrimas no cesaban, la emoción era enorme. Allí estaba Carlos, vestido de "Tambero", mirando el cuadro con la camiseta roja y blanca. Allí se acercó Joseph, tomó del hombro a su cuñado y le preguntó:
-          ¿Y esta camiseta…?
-          Es la de mi querido Cañuelas
-          Sí, ya sé Carlos.
-         
-          ¿Y de quién era…?

-          Aquel día que mi hermana me tomó de la mano y escapamos corriendo rumbo a la casa del tío, salimos con lo puesto, solo con lo puesto…




 Eduardo J. Quintana 
Texto inédito 
@ejquintana010
 "Difundir la Literatura Futbolera para volver a pensar en jugar a la pelota"

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