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lunes, 27 de diciembre de 2021

El día que hasta Dios lloró

La lluvia golpeteaba los vidrios del amplio ventanal, de manera tal que generaban un áspero ambiente para una charla generacional.

Pero el nieto gozaba con las anécdotas del abuelo, quien a su vez sentía un placer indescriptible al saber que era un interlocutor válido en el comentario de sus hazañas de antaño.

Gabrielito, era un niño inquieto y locuaz, apasionado por los relatos de Don Mariano, su querido abuelo, y éste a su vez utilizaba ese apasionamiento, para poder pasar un día de lluvia encerrado sin poder salir.

El niño jugaba con sus dedos persiguiendo las gotas que se desplazaban a lo largo del vidrio en forma descendente.

-          Mirá abuelo que gotas tan grandes.

-          Sí Gabrielito, parecen las lágrimas de Dios.

-          ¿Cómo las lágrimas de Dios, abuelo?

-          En realidad, es un mito que se generó en una vieja anécdota que me sucedió, con mi papá y mi abuelo, allá por el 2001.

-          ¿En el 2001, abuelo? Hace un montón de tiempo.

-          Si bebé, exactamente un 27 de diciembre del 2001.

-          ¿Y qué pasó abuelo? ¿Cómo fue?

-          Es una larga y emocionante historia Gabrielito, estábamos pasando un año triste. El 2001 fue, para todo el pueblo, un año triste, con muchos inconvenientes políticos y económicos. Esos vaivenes hicieron que renunciara un presidente tras otro, y que los conflictos se agravaran.

-          Pero abuelo. ¿Por qué lloró Dios?

-          Mirá hijo, se vivía una semana de tensión, a puro cacerolazo, con protestas callejeras a diario, saqueos en los comercios, y varios muertos.

-          No entiendo que tiene que ver...

-          Quizá haya sido consecuencia de tantos sucesos, pero ese día 27 de diciembre, estábamos mi abuelo, mi papá y yo sentados presenciando un partido de fútbol, “el partido de fútbol”, y en un determinado momento comenzaron a caer unos gotones enormes del cielo.

-          ¿Se mojaron todos?

-          No Gabrielito, las gotas no mojaban; en realidad mojaban, pero era tan importante lo que pasaba que el agua no se sentía.

-          ¿Eran lágrimas santas, abuelo?

-          Sí Gabriel, eran las lágrimas de Dios, que lloraba de emoción.

-          ¿Y ustedes, abuelo?

-          Nosotros nos unimos los tres en un eterno abrazo y rompimos en llanto de alegría.

-          ¡Qué lindo abuelo...!

-          Lloramos todos, mi abuelo, mi papá, yo y lo más lindo que, de la emoción, también lloraba Dios.

-          ¿Pero, por qué lloraban entonces, abuelo?

-          ¡Porque Racing había salido campeón Gabriel, había salido campeón...!



(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento extraído del libro "La grandeza es otra cosa y otros cuentos racinguistas"



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