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miércoles, 29 de marzo de 2017

Con la ilusión en ascenso – Segundo Tiempo

Muchas cosas han cambiado en la vida de Julieta Ramírez, el haber crecido, haberse casado, armado su propia familia, comprado su casita y haber tenido un hijo. Otras tantas han cambiado en el entorno, en la ciudad, en el barrio, en el tren que siempre utilizaba, en la educación de la gente, en los espectáculos que se ven en el fútbol, dentro y fuera del campo de juego.
Tan solo veinte años habían pasado de la última vez y pareciere toda una vida. Al principio le costó acostumbrarse a dejar de ir a ver a su equipo, fueron tres años ininterrumpidos, en épocas donde se podía ir a la cancha tanto de local como de visitante y en la cual se vivía una previa familiar importante con viaje incluido. Esos inolvidables periplos en colectivo, tren o eventualmente en micro, donde podían contarse todo lo que quizá no se hablaba en la semana por falta de tiempo.

Quizá por eso la mirada perdida en un horizonte lejano, cuando la ciudad pasaba a contramano por la ventanilla del tren, presagiando el paso del tiempo que irresponsablemente no se detenía.

Con el recuerdo en la memoria de la primera vez de la mano de su papá Alberto, subiendo a los saltitos cada uno de los escalones de la tribuna local, vistiendo la gloriosa camiseta con los colores del corazón, esos colores del club de toda la familia; hasta llegar al lugar de siempre, bien arriba, al sol, juntos, casi apretujados como demostrando que el amor se compartía también en una cancha de fútbol.

Quizá por eso lo llevaba junto al pecho y lo apretaba con los dos brazos, haciéndolo suyo, haciéndole sentir los latidos del corazón, al compás del constante ronroneo del tren que se desplazaba a gran velocidad, como la vida misma.

Aquellos años gloriosos en que se abrazaban en cada gol como si fuera propio y aquella inolvidable vuelta olímpica en el ansiado ascenso familiar que vivieron juntos, de la mano. Infaltables en cada partido, papá Alberto y su hija Julieta, hasta que la salud del papá empezó a teclear.

Quizá por eso las dos camisetas eran una, los dos corazones eran uno y las dos pasiones eran consecuentes a la locura. Las estaciones iban pasando como los años y la vuelta estaba ahí cerca.

También recordar la mala, la tragedia deportiva y la otra, la que marcó a Julieta para toda la vida, la larga enfermedad de Alberto, junto al descenso de su equipo, como un destino cifrado por la maldad de la vida misma. La partida de ese padre, ese compañero, ese amigo que dejó una huella imborrable y una irrecuperable sensación que con él, había muerto el fútbol para siempre. Que ya nada sería lo mismo.

Quizá por aquellas sensaciones vividas en el ayer junto a su padre. Sensaciones que se repiten con su pequeño hijo y que asombran por su similitud. Imágenes repetidas. Preguntas reiteradas y la modernidad de los trenes que modifican el paisaje interior, mientras el exterior pasa raudamente como los recuerdos.

Se había olvidado del fútbol, de aquellas salidas inolvidables con su padre, de aquella mano áspera que la apretaba ante el peligro y la acariciaba ante el desasosiego de la derrota. De aquel descenso inexplicable y sobre todo de la enfermedad que impidió ver la vuelta juntos.

Quizá porque la distancia se acortaba y el reloj se aproximaba a la hora del inicio, el corazón de Julieta palpitaba como nunca, cuando el tren detuvo su marcha y bajó en la estación esperando el saltito de su hijo como si fuera el propio, tomándolo de la mano para recorrer el andén.

La radio fue su compañera mientras se ausentó de las canchas y la camiseta, su vestimenta mientras escuchaba los partidos. El amor llegó tan rápido como se fue y con él un regalo de Dios, Joaquín. Con ese hijo se exaltó la pasión por los colores y el legado familiar. La búsqueda por el ascenso se hizo karma y hubo que esperar seis años para lograrlo.

Quizá por eso al salir de la estación de trenes, la brisa que rozó su rostro, corriendo esa lágrima que surcaba la comisura de sus ojos. Una mezcla de nostalgia y felicidad se unían en una expresión única y alguna vez repetida por ella misma y otro protagonista.

Seis años después del nacimiento de Joaquín y ante la gran posibilidad de ascender a la categoría que jamás debería haber abandonado, fue que su hijo con la camiseta puesta instó a su madre a volver a una cancha de fútbol y la resistencia fue nula.

Quizá por eso fue que recorrió las mismas cuadras de la mano de su hijo, que decenas de veces caminó de la mano de su padre, pero esta vez con un llanto de emoción, con un dejo nostalgioso de aquellos hermosos momentos vividos. Recuerdos que ahondaron en su corazón cuando vio cerca la entrada del estadio, aquella que muchísimas veces cruzó de la mano de su padre.

Cuando llegó el día del partido por el ascenso, sintió la necesidad de complacer a su hijo que sería como complacer a su padre y realizó aquella rutina hasta llegar al tren, sentarse en la ventanilla y perder su mirada en un horizonte lejano, cuando la ciudad pasaba a contramano por la ventanilla del tren, presagiando el paso del tiempo que irresponsablemente no se detenía.

Quizá fue por que comenzó a palpitar el corazón con ritmo frenético cuando de la mano de su hijo Joaquín, subiendo a los saltitos cada uno de los escalones de la tribuna local, vistiendo la gloriosa camiseta con los colores del corazón, esos colores del club de toda la familia; llegó al lugar de siempre, bien arriba, al sol, juntos, casi apretujados como demostrando que el amor se compartía también en una cancha de fútbol con esa ilusión de ascenso que presagiaba felicidad plena, tanto en la tierra y como en el cielo…


Eduardo J. Quintana 
@ejquintana010
 
del libro "Con la ilusión en ascenso - Segundo Tiempo"
 
 
 



"Difundir la Literatura Futbolera para pensar en volver a jugar a la pelota"

 
Las imágenes que ilustran este cuento, fueron tomadas de Internet
 
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