Bienvenidos



Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








miércoles, 25 de noviembre de 2020

25 de noviembre de 2020

Inimaginable año 2020. Se supera día a día. Será negativamente inolvidable. Seguramente el peor del siglo.

Sabíamos que estaba mal y que empeoraba con el paso del tiempo. Pero lo creíamos inmortal y un día llegó el final de su paso físico por la tierra. El físico nomás, el otro será eterno.

Tuve la suerte de disfrutarlo en su esplendor como jugador y en mi esplendor como hincha. Tuve la fortuna de coincidir en la misma vereda de la vida.

Vivió como quiso vivir, haciendo lo que más le gustaba: provocar.

Provocaba a la pelota y al adversario, provocaba al poder y al rico poderoso, provocaba a la vida. Eso lo hizo el más grande de todos los tiempos.

Lo vivaron todos los hinchas del mundo y eso lo hizo amado por muchos y odiado por pocos. Quizá esos que hoy no sientan nada. Los vacíos de emociones.

Sostengo que soy un afortunado por escribir y que mínimamente, en los libros, en los cuentos, quedan reflejados mis sentimientos. Y ahí están, un puñado de obras que, alguna vez, les leerán a mis nietos o bisnietos, contándoles que, alguna vez, en la historia hubo un tipo que, con su irreverencia ante el dominio de la pelota, hizo feliz a un pueblo y “regó de gloria este suelo”.

El D10S del fútbol se fue por un rato a jugar con los grandes de la historia, pero les juro que voy a esperar los tres días, se los juro…


EJQ


 

domingo, 8 de noviembre de 2020

El “Tata” y su Juventud

 

Miralo al “Tata”. Un crack el jovato. Se levanta temprano, toma unos mates, hace las compras y ayuda en la limpieza. Después, a la hora del almuerzo, pone la mesa y al finalizar lava los platos. Es un fenómeno. Lo admiran sus hijos, sus nietos y sus bisnietos; su familia, sus amigos y los vecinos.

El “Tata” dejará un legado hermoso, una familia grande, leal y con convicciones. Dedicó durante toda su vida, horas de trabajo a su oficio, a su casa y a su enseñanza diaria. Con su jubilación digna y buen pasar de salud, podía darles todos los gustos a los más niños. El fútbol formaba parte su vida y la mayor herencia que le transmitiría a los suyos, que fieles al viejo, mantendrían el amor a la divisa que los vio nacer.

La siesta y el mate de la tarde eran sagrados. El ritual que, solo se modificaba por razones climáticas, se mudaba en caso de lluvia a la galería lateral, que se erigía a lo largo de la casa. Allí pasaba largas horas escuchando la radio, compañera inseparable del querido “Tata” o dando cátedra de vida a su familia y a sus amigos. La otra cosa que podía modificar el ritual, era el fútbol; cuando tomaba su boina y caminaba las cinco cuadras que lo separaban del estadio, para ubicarse en el mismo lugar de siempre, formando parte de la fisonomía del club.

Era un ejemplo de fidelidad y amor, desde aquel mismo momento en que su tío Julio, lo llevó a la cancha. Épocas de alambrado y fútbol irregular, de solo Juventud Unida, sin el Universitario que apareció muchos años después. Era historia viviente y pura, esa que no aparece en los libros y que se vuelven mito, una vez que el hincha pasa a la eternidad. Por eso eran vitales sus relatos, para que sigan vivos a través de la herencia familiar.

A veces era parte del paisaje del hogar y su ausencia de extrañar. Por eso el vecindario lo quería, porque siempre respondía al saludo con el característico gesto de sacarse la boina y moverla con estilo en el aire. Porque siempre estaba ahí, con su pava, su mate y la mecedora. Siempre estaba ahí, siempre; exhibiendo su casaca auriazul y sus cien años de Juventud…

(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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viernes, 30 de octubre de 2020

El barrilete del abuelo

 ¡Feliz Navidad Futbolera...!


Cuando hace cuatro años Don Jaime quedó viudo, se internó en la tarea de ejercer una protección personal sobre su nieto. Su jubilación, al margen de su subsistencia, estaba destinada a contribuir, con pequeños detalles a la felicidad de Diego. El ejemplo era su biblioteca llena de pequeños libros infantiles y sus juguetes didácticos. El niño, gustoso, pasaba gran tiempo libre escuchando las historias de su abuelo, esos ejemplos simples de la vida. Una mañana leyéndole un cuento a Dieguito, nombró la palabra barrilete. El niño, que llevaba su nombre en homenaje al mejor jugador de la historia del fútbol, preguntó:

-          ¿Barrilete cósmico?

-          No Diego, un barrilete terrenal

-          ¿Y qué es un barrilete…?

-          ¿Nunca viste un barrilete, Dieguito?

-          No abuelo

En ese momento Melina, la nuera de Don Jaime y mamá de Diego, lo llamó para almorzar y prepararse para ir al colegio. Esa tarde, el abuelo, fue a la ferretería del barrio y a la librería, para comprar las cosas y poner manos a la obra. Al volver a su casa, se cruzó con su hijo Hernán que cortaba el pasto.

-          ¿Qué hacés viejo?

-          Bien nene, ¿vos?

-          Todo en orden, arreglando el jardín.

Un silencio

-          ¿Y eso…? Señalando las bolsas.

-          Una sorpresa para Dieguito.

-          ¿Sorpresa? Hmmm, eso suena peligroso

Así se fue Don Jaime a trabajar a su tallercito del fondo, donde no solo guardaba recuerdos, sino que tenía su mesa de trabajo. Vivían en casas separadas, dentro de un mismo terreno y en el fondo, en un lugar impenetrable e intocable, el abuelo Jaime tenía el lugar donde pasaba la mayor parte del tiempo. Había una sola persona que tenía acceso a ese altar privado, Dieguito.

Pasó el viernes entero con Don Jaime inserto en aquella sorpresa. A la hora de la cena, la luz del “galpón” seguía encendida y desde la cocina, Melina le pregunta a Hernán:

-          ¿En qué anda tu viejo?

-          No sé, me dijo que le estaba preparando una sorpresa a Diego.

-          ¿Qué será?

-          No tengo idea, igual es peligroso

Finalizada la cena, con los platos lavados y prestos a dormir, Hernán visitó a su padre, que se asustó con su entrada al taller.

-          Eh viejo, no te asustes…

-          Pensé que era Dieguito y no quiero que vea lo que hago.

-          Epa, te está quedando bien.

-          ¿Te acordás hijo, cuando te los hacía para vos?

-          ¿Cómo me voy a olvidar? El cometa, ¿te acordás del cometa?

-          Sí, con una cola de un metro y medio

-          Los Saucedo, salieron a la calle muertos de envidia. ¡Qué lindo recuerdo viejo…!

-          Era tan grande que hacía sombra…

-          Lo que lloré cuando se cortó el hilo.

-          Me acuerdo Hernán, me acuerdo porque la abuela me pidió que te haga otro.

-          Y me lo hiciste…

-          Claro, te hice el rombo con el escudo de Huracán…

-          Y le pusimos el hilo más fuerte…

-          Me salió carísimo, eran doscientos metros de doscientos cincuenta gramos, un dineral.

-          Ese lo tiramos de grande, viejo. Estuvo acá en el galpón de adorno. ¡Qué hermoso recuerdo…! ¿Querés que te ayude?

-          Dale, ayúdame a tensar el papel y lo termino de pintar armado…

-          Ahí vengo, viejo…

Allí fue Hernán a avisarle a Melina que se quedaba ayudando al Don Jaime y a preparar el termo para el mate. Era una noche larga y de hermosos recuerdos. Terminaron antes del amanecer, el viejo tenía una felicidad enorme, había quedado impecale. Añadieron el hilo con un nudo de pesca perfecto, e hicieron un ovillo de doscientos metros. El trabajo estaba finalizado.

Se fueron a dormir unas horas. A la mañana, como cada sábado, Don Jaime y Dieguito irían a la plaza, junto a la vía muerta; la diferencia era que esa mañana, Hernán y Melina llegarían con el barrilete enorme para sorpresa del niño. Después de unos tiros con la pelota, aparecieron los padres del niño.

-          ¿Cómo andan?

Preguntó Melina ante la sorpresa de su hijo, que corrió a abrazarla.

-          Vení papi, vení a patear que el abuelo ataja.

-          Esperá Diego, ahora vengo.

-          ¿Dónde vas abuelo…?

-          Ya vengo, ya vengo…

Allí fue el abuelo hasta el auto. El viento corría de sur a norte. El cielo estaba limpio y el sol, que se elevaba, brillaba más que nunca. Don Jaime, aseguró el barrilete, desenrolló treinta metros de hilo y comenzó una larga carrera al grito de: ¡Diegoooooo…!

El niño giró su cabeza y señaló a su abuelo. Hernán, abrazado a Melina, con una sonrisa de satisfacción en su rostro y lágrimas en sus ojos, admiraba la escena. Dieguito que sale corriendo detrás de su abuelo, que iba soltando hilo mientras el barrilete se elevaba, logrando en un par de minutos su máxima altura. El niño gritaba de alegría, mientras Don Jaime le explicaba:

-          Ves Diego, eso es un barrilete…

-          Es hermoso abuelo.

-          Tomá, sostené el hilo y mové el brazo así…

El abuelo le explicaba a su nieto como mantener el barrilete en lo alto. El niño repetía el movimiento de su brazo derecho, el viento hacía lo suyo.

-          Mirá papá, mirá mamá, con el abuelo vamos a llegar al cielo

Felicidad plena en el abuelo, adrenalina en su máxima expresión en el nieto y el barrilete volando allá cerca del cielo, con la cara de Diego Armando Maradona dibujada a la perfección, con un número diez acompañando la imagen.

Era el barrilete del abuelo Jaime. Era el barrilete cósmico de Diego…


(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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miércoles, 7 de octubre de 2020

Un tal Juan

 

Cuando le pregunté a la primera persona, dudé. Sus ochenta y siete años llevados a los tumbos, sumado a algunas vacilaciones en las respuestas, me llevaron a pensar que no solo no sabía de quien hablaba, sino que no se ubicaba en tiempo con las cavilaciones propias de la edad.

El abuelo me contó desde muy niño que jugaba de inside izquierdo con la responsabilidad de la camiseta número diez y del manejo del equipo. Hablaba de partidos puntuales, de goles vistosos y compañeros ignotos para mi corta edad.

La segunda persona que encontré de edad, estaba ubicada junto al alambrado de la tribunita de José Hernández, del lado derecho del arco, casi en soledad. Su larga barba y cabellera canosa, se filtraban detrás del espeso humo que emanaba de su pipa. Aparentaba ser mucho más joven que el primero, cosa que confirmé cuando consulté si había visto a Excursionistas en la década de ’40 y su respuesta fue contundente: Veía al “Verde” desde muy niño, pero había nacido en 1935 o sea que en la década del ’40 era muy chico para recordar partidos puntuales o a algún jugador. En realidad, no recordaba haber visto a mi abuelo, pero reconocerlo implicaba un desprestigio a su memoria y un descrédito entre los hinchas que lo consideraban un memorioso.

Mi viejo y mi tío me aseguraron haberlo visto jugar en el Bajo Belgrano. Mi abuela me hablaba de los recuerdos de la canasta con sándwiches para ver, al menos, dos partidos del sábado, en los cuales seguro el abuelo estaría presente. El viejo me contaba del trabajo en la imprenta de “Harrods Gath & Chaves” y de sus comienzos en el turf. Merodeaba la zona constantemente, entre el Club, el Hipódromo y el Coliseo.

La recomendación de un “Villero” me hizo llegar a dos historiadores del club, que veían el partido desde la platea. Quedamos en consultar unos libros luego del partido y así fue. En casa de uno de ellos, que no eran tan ancianos como los otros consultados, pero que demostraban una memoria prodigiosa y vasto conocimiento de la historia del “Verde”, revisamos varios libros y recortes de periódicos de la época no dando con ningún jugador de las características de mi abuelo.

Recuerdo como si fuese hoy, llegar de su mano por la calle Pampa y que en la entrada salude a todos e ingrese cual si fuera su casa. No lo soñé, juro que era así. Un abrazo con uno, un apretón de manos con otro; un recuerdo, otro recuerdo y alguna anécdota de un golazo. Un partido en cancha de Chicago, otro con Argentino de Quilmes, un clásico con Defensores y miles de anécdotas.

No pude encontrar a nadie fuera del entorno familiar, que lo hubiese visto jugar. Corría una carrera contra el tiempo, ya que a medida que se consumían los años, aquellos hinchas irían partiendo sin dejar testimonio explícito de haber visto jugar al abuelo y tendría que esperar que alguno baje para que me diga que, allá en el cielo, hay un tal Juan, que lleva la diez en la espalda y destila magia defendiendo a Excursionistas…

(Foto Estadios de Argentina)

Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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lunes, 28 de septiembre de 2020

El caballero del gol

 

La plaza del pueblo en todo su esplendor y el sol que brilla en la copa de sus árboles frondosos; la fuente, el monumento y los senderos con sus bancos de madera. Álamos, olmos, paraísos y un bello sauce, debajo de su sombra, un banco y en ese banco la misma figura de siempre.

Isabel y Fernando caminaban de la mano de sus hijos, Thais y Mateo, quienes tomaban un helado en cucurucho. El verano caluroso hacía propicias las caminatas bajo la sombra y en la plaza abundaban los lugares frescos, que se ocupaban siempre con parejas, familias y abuelos. Pero había un banco debajo del sauce que tenía dueño y estaba protegido por decenas de palomas.

Mateo comía el helado y miraba con fascinación al anciano y su relación con las aves.

-       Papi, ¿quién es ese señor?

-       ¿Cuál hijo…?

-       El que le da de comer a las palomas

-       Ese señor es “El caballero del gol”

Siguieron caminando y el niño no le quitaba la vista de encima.

-       ¿Qué mirás Mateo?

-       Al señor que tiene los ojos tristes, mami.

-       ¿Tiene los ojos tristes? – dice Isabel - No me había dado cuenta.

Con la observación de su hijo, Isabel prestó atención y consultó a Fernando sobre dicha característica que jamás había observado, los ojos tristes del “Viejo del sauce” como lo llamaba el común de la gente.

-       ¿Por qué tiene los ojos tristes el “Viejo del sauce”?

-       ¿El “Viejo del sauce”? Es una falta de respeto llamarlo así.

-       ¿Y cómo querés que lo llame?

-       Como debe ser: “El caballero del gol”.

Era una historia fascinante. Aníbal Mirko Di Francesco, tendría alrededor de noventa años y había vivido más de la mitad de su vida en soledad. Su llegada a Laguna del Sauce databa, según los más viejos, de principios de los ‘70 y provenía de otro pueblo del mismo partido. Su carácter introvertido y su negación a aceptar aquel pasado de idolatría, lo hacían un personaje digno de analizar. Pocos sabían su historia.

Aníbal Mirko Di Francesco, había nacido en Talar del Sol, un pueblo que fue creciendo a la vera de un inmenso bosque de robles, con sus cuidadas plantaciones y el aserradero más grande de la región. De dicho aserradero, de la cooperativa y sus trabajadores se fundó el Club Sportivo Robledal, nombre proveniente de la materia prima con la que subsistía todo un pueblo. El “Roble” se había fundado a principios de la década del cincuenta y se había afiliado a la Liga en 1953, desde sus inicios y hasta mediados de los ’60 tuvo entre sus filas al jugador más importante de su historia y al máximo goleador de la Liga: Aníbal Mirko Di Francesco, “El caballero del gol”.

Fernando no había vivido aquella aventura, su padre Emilio era muy chico y tenía muy pocos recuerdos, pero el abuelo de Isabel y bisabuelo de Thais y Mateo, conocía a la perfección su historia. Cuando volvían de la plaza, encontraron a Don José tomando mate bajo la sombra de la parra y allí Fernando instó a los niños a que le cuenten al nono a quien habían visto.

-       Cuéntenle a Don José a quien vieron en la plaza…

-       Al “Viejo del sauce”. Acota Thais, mientras Mateo corrige.

-       “El caballero del gol”, nono.

Don José, asiente con la cabeza y agrega:

-       Un goleador mortífero en la cancha y un caballero en la vida, Aníbal Mirko Di Francesco.

Con el bisabuelo en el centro de la escena y la familia alrededor, comenzó con la narración, cosa que al viejo lo apasionaba.

Cuando cuentan de jugadores goleadores con seiscientos, ochocientos y hasta mil goles, siempre decía que, si “El caballero del gol” contase todos los goles de su carrera, rondaría los mil quinientos.

-       ¿Cómo va a hacer tantos goles? Interrumpe Mateo.

-       Yo les digo que hubo años de dos o tres goles por partido.

El “Roble” disfrutó diez y siete años del centrodelantero de los cuales quince fue goleador de toda la Liga. Siempre peleaba el título, pero el poderoso Gimnasia de Morla lo terminaba ganando, por mérito propio o por ser el club del presidente de la Liga.

-       ¿Y por qué le dicen “El caballero del gol”? Pregunta Isabel a su abuelo.

-       Ahí está su otra virtud, era tan educado, servicial y atento, que el diario provincial lo apodó así.

Aníbal Mirko Di Francesco era de esas personas a la cual no se le escapaba un solo detalle. El saludo, las muestras de solidaridad, la atención y el respeto por el género opuesto. Ingresaba a la cancha con el equipo con una docena de flores e iba regalando a las mujeres que concurrían a ver a Sportivo Robledal. El característico gesto de ayudar al adversario caído o admitir públicamente un error, hizo que el diario “La Provincia” le colocara el mote de “El caballero del gol”, cosa que lo signó para siempre.

Fernando sabía la historia, pero prefirió que sea Don José quien la cuente, ya que sabía que lo hacía feliz ver a sus bisnietos atentos a sus anécdotas.

-       ¿Nono y por qué tiene los ojos tristes? Preguntó Mateo.

-       Tiene los ojos tristes por el mismo motivo por el cual es tan solitario y callado.

-       Pero no entiendo – interrumpió Isabel – era ídolo de Talar del Sol y está viviendo Laguna del Sauce. ¿Es extraño, no…?

En el año 1967 Di Francesco iba a cumplir treinta y siete años, había salido goleador los últimos tres torneos y casi con seguridad se coronaría también ese año. El desarrollo del campeonato y el fixture habían querido que Sportivo Robledal llegase a enfrentar al tetracampeón Gimnasia, en la ciudad de Morla, en la última fecha con una diferencia de dos puntos a favor. Había dos resultados que consagrarían al “Roble” campeón por primera vez, el triunfo y el empate. La caravana más grande de toda la historia de Talar del Sol partió en búsqueda de la vuelta olímpica, En el vecindario solo permanecieron policías patrullando las calles y cuidando las casas vacías. Ni los malandras habían quedado en el pueblo. Amigos, vecinos, junto a la esposa de Di Francesco se llegaron hasta “El Coloso de Morla”, para ver un partido donde se dirimiría no solo lo más importante que era el campeón, sino que de ese partido saldría el goleador del torneo, Di Francesco de Sportivo Robledal y Camilo Cesáreo de Gimnasia encabezaban la tabla de goleadores con setenta y cinco tantos cada uno. Dos temibles goleadores, probablemente los más importantes de la historia de la región.

El “Coloso” era una caldera y el partido tuvo de todo, lesionados, expulsados, polémicas y goles. En el comienzo de la segunda etapa, Cesáreo de cabeza puso el uno a cero. Cinco minutos después con un furibundo disparo Di Francesco empató el partido. A diez del final, nuevamente Cesáreo le daba la victoria y con dicha victoria el campeonato a Gimnasia. El “Roble” fue con todo en búsqueda del empate y con los cambios ofensivos que realizó el director técnico de Sportivo, metió a Gimnasia contra el arco. En tiempo de descuento, con todos los jugadores dentro del área del “Lobo” de Morla, un balón en forma de centro tirado desde la izquierda, cayó dentro del área chica y fue empujado por Di Francesco al gol. El árbitro miró al juez de línea que corrió inmediatamente al centro de la cancha y convalidó el gol. Todo Gimnasia se le fue encima mientras los jugadores y los hinchas del “Roble” festejaban, todos menos “El caballero del gol”. La larga carrera del árbitro se detuvo y anuló el gol, provocándose una trifulca que hizo suspender el partido.

Consultado el árbitro sobre la anulación del gol fue muy claro: “Lo había convalidado pero el autor del gol me aseguró que lo hizo con la mano”. Rápidamente la noticia corrió por los medios, Gimnasia de Morla había logrado el pentacampeonato con la ayuda de “El caballero del gol”. Allí vino lo peor, la invasión de la cancha, el cachetazo en público de su esposa, la rápida huida de Di Francesco perseguido por los suyos al grito de traidor.

Dicen que salió de Morla vestido de cura con rumbo desconocido, otros aseguran que escapó en un patrullero con ropa de policía. Durante unos años nadie supo nada de él, hasta que apareció por Laguna del Sauce, futbolísticamente retirado, psicológicamente arruinado y físicamente desmejorado. Solitario, introvertido e inadvertido, sin aquella contraproducente idolatría que lo llevó a la infelicidad deportiva, pero con los principios propios de los grandes. Para los pibes y no tan pibes es el “Viejo del sauce”, para los veteranos futboleros es “El caballero del gol” aquel que no vendió su dignidad, ni por una vuelta olímpica…



Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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viernes, 18 de septiembre de 2020

Una noche adentro

 

            - ¿En una celda, che?

            - Algo parecido, una habitación grande donde estábamos todos mezclados.

 

Los amigos preguntaban y Daniel contaba. En cada frase, en cada palabra se notaba lo raro de la situación. Porque fue una noche complicada que pasó junto a su papá.

 

El tema había venido mal barajado desde la mañana; mi viejo Osvaldo,  no había podido conseguir un adelanto de sueldo y cuando llegué del colegio, me encontré con la noticia.

 

Racing jugaba de visitante, en un estadio hostil como era el de Estudiantes de La Plata. Normalmente el viaje lo hacíamos en tren, por lo cual, entre una y otra cosa, se iban unos buenos pesos.

 

El viejo había agotado todas las variantes de amistades racinguistas con auto, sin encontrar respuesta. Se hacía la hora y me había empezado a desesperar. Tenía catorce años y mi fanatismo estaba en apogeo y es por eso que insistía con ir. Mi papá estaba en la habitación, sentado en la cama abrazado a mi vieja, que en un momento salió y me dijo:

 

            - Papá está destrozado, porque no te puede llevar a la cancha.

            - ¿Cómo destrozado?

            - Sí, está llorando.

 

Eran épocas en que el sueldo llegaba al veinte de cada mes y de ahí en más, había que remarla. Momentos en que dos personas aparecían a “salvar las papas del fuego”: la tía Pepa y la abuela Tita

 

Cuando ya me había tirado en la cama derrotado por la situación, abrió la puerta la abuela salvadora. Su corazón inmenso no permitía vivir dos situaciones: Ver mal a su hijo y ver sufrir a su nieto mayor. Habló con mi mamá, preguntó por la triste situación, entró a mi habitación y me dijo en voz baja:

 

            - Tomá nene, dale a tu papá.

            - ¿Qué es esto…?

 

Haciéndome el tonto, porque era dinero, le repetí:

 

            - ¿Qué es esto, abuela?

            - Plata, para que puedan ir a ver a Racing

 

Se me iluminaron los ojos, abrace a mi abuela con la misma fuerza que la abrazaba cuando me traía los miguelitos con dulce de leche de “La Roma” y le dije:

 

            - Gracias abuela.

            - Esperá que me vaya, así tu mamá no chilla.

 

La abuela era tan hincha de la Academia, como mi viejo y yo. Sabía que un partido visto por televisión era sufrimiento, pero escuchado por radio era un martirio para el hincha seguidor del club de sus amores y si ese club era Racing, el calvario era mayor.

 

Cuando la abuela se fue, entré a la pieza y le dije a mi viejo:

 

            - Dale vamos, acá tenemos para viajar a La Plata

 

Mi papá levantó la cabeza de la almohada y me dijo:

 

            - ¿De dónde sacaste esa guita?

            - La abuela, pa. Apurá que no vamos a llegar.

 

Había un rápido a La Plata que saldría en una hora y llegaría un rato antes del partido, así que no hubo mucho tiempo de discutir. Nos cambiamos la ropa, saludamos a la familia y partimos con el colectivo 53 hasta Plaza Constitución.

No se veía mucho movimiento de hinchas. El tiempo muy nublado que pedía lluvia, la distancia hacia la ciudad de las diagonales y el horario nocturno para un miércoles a la noche, atentaban contra la concurrencia.

Cuando promediaba el viaje una lluvia torrencial se desató, al punto que la formación tuvo que aminorar la marcha. El retraso hizo que llegáramos a La Plata casi sobre la hora del cotejo, por cuanto la distancia que separaba la estación del estadio pincha, la hicimos a paso rápido, casi trotando. Eran épocas donde podíamos trotar sin agitarnos.

Llovía mucho y estábamos mojados, sacamos entrada rápido ya que no había gente. En momentos de subir los escalones de madera de la tribuna visitante, un diluvio comenzó a arreciar. Los jugadores estaban en la cancha, el partido transcurrió sobre una superficie con mucha agua, lo que hizo un partido muy malo e imposible de digerir. Fue allí que vimos que un par de personas, se resguardaban debajo de la tribuna y miraban el partido entre los escalones. Mi viejo en un momento me instó a imitarlos y allí fuimos. Aunque el agua pasaba igual, al menos te resguardabas y cuando el resultado no ayudaba, cuando ambos pensábamos íntimamente que no había sido buena la idea del viaje, escuchamos con voz gruesa y autoritaria:

 

            - ¡Eh, ustedes dos…!

 

Aquella campaña que había comenzado con la ilusión que se generaba alrededor de la contratación de Ricardo Julio Villa, se fue diluyendo hasta llegar a “lo de siempre”, a deambular por la cola de la tabla y finalizar el torneo salvándose en la penúltima fecha, con un agónico empate uno a uno con Quilmes, en Guido y Sarmiento, pasando a ser los jueces del descenso, en la última fecha con gol del “Perro” Killer, Racing derrotó a Platense por uno a cero, enviándolo a jugar un partido desempate con Lanús, en el Gasómetro, que el “Calamar” ganó por penales enviando al Granate, junto a Temperley y Ferro Carril Oeste a la Primera División B.

 

            - ¡Eh, ustedes dos…! - Repitió el oficial

 

Giramos la cabeza y vimos a un oficial de policía con su piloto completamente mojado, que nos ordenaba.

 

            - Ustedes dos, vengan para acá.

 

Mientras otros dos policías se acercaban con actitud poco amigable. Mi viejo que toma la posta y pregunta que pasa. Los dos agentes piden que dejemos ese lugar. A salir de abajo de la popular visitante y cuando encaramos la lluvia otra vez para subir los escalones, el oficial que esboza:

 

            - ¿Dónde van?

 

Allí mi viejo intentó tomar la palabra, en momentos que cada uno de los policías recibía la orden del superior.

 

            - ¡Métanlos adentro…!

 

Eran épocas duras, de dictadura militar fuerte; donde la policía tenía la autoridad brindada por el estado, para llevarte detenido sin explicación previa. Años donde los derechos individuales y colectivos eran avasallados por un poder autoritario, que imprimía el rigor sistemático en todas sus acciones.

 

Adentro”, era un micro viejo, acondicionado como celular para detener gente; con celdas individuales, una más grande en el fondo donde “te daban para que tengas” y una más tranquila adelante. En esa nos sentaron a mi viejo y a mí, custodiados con policías sedientos de violencia.

Nos enteramos por los últimos detenidos que eran “pinchas”, que Estudiantes había ganado por dos a uno. Cada tanto se armaba lío, ya que hinchas del local y de Racing estaban todos mezclados, cosa que siguió en la comisaría ya que en un solo salón, estábamos todos juntos.

Noté a mi viejo muy nervioso desde un principio. Él estaba en conocimiento de las cosas que pasaban en el país con el tema desapariciones, tema que yo no sabía que existían. Fue una noche negra, en la que tuve que cebarle mate a los jefes. A las doce, dieron permiso a todos los menores para que sus padres los retiren. Yo era menor, pero tenía un gran problema, mi viejo estaba preso conmigo y mi mamá, estaría buscándonos.

 

Con las cosas que pasaban en la Argentina, la familia estaría rastreando en hospitales y comisarías nuestro paradero. No permitirle hacer una llamada a un detenido, era parte de ese autoritarismo digno de una dictadura como la que vivía el país. La información en “off” era que la policía debía detener una cantidad de gente, en forma arbitraria o no, para justificar su trabajo y la cancha era un buen lugar para conseguir “presos”.

 

Pasaba la hora y nadie podía conciliar el sueño, los detenidos sentados a mi derecha, apodados Somisa y Liniers, eran hinchas de Racing que paraban con la barra y sus anécdotas nos entretuvieron toda la noche. Al primero lo habían apodado así, dado sus prominentes aparatos de metal en la dentadura y a Liniers, por la zona en que residía.

A las cinco de la mañana, nos largaron, tanto a mi viejo como a mí. Con hambre y mucho sueño caminamos hasta la estación de tren, la plata era escasa y por suerte nos habían devuelto todo. Había que esperar la salida de la primera formación que seguramente pararía en todas las estaciones. Media hora después aparecieron Somisa y Liniers, con más hambre que nosotros y sin un centavo para viajar. Mi viejo compró unas facturas que devoramos al instante y una vez en el tren, cuando pasó el guarda a cobrar boleto, pagó los cuatro pasajes. La gente que iba a trabajar atestaba la formación, mientras nosotros dormíamos plácidamente y las estaciones pasaban lentamente. Llegamos a Constitución, de ahí colectivo a casa, media hora más de viaje y al llegar, una caminata de un par de cuadras y la sorpresa. Toda la familia en la puerta de mi casa con miles de reproches. Nadie entendía la situación. Nadie comprendía nuestro sentimiento.

 

Ser hincha de Racing no es para cualquiera, el académico leal vivió muchas buenas y muchas malas, grandes épocas y nefastas etapas; vivió gloria y humillación, pero siempre mantuvo su grandeza.

 

            - ¿Y qué dijeron tu mamá y tus abuelos, Dani ?

            - Nada, que me van a decir, si ellos amaron siempre a Racing como mi viejo y yo.

 

Llegamos a casa, se despreocuparon, mientras mi vieja cebaba mate, contamos la historia y listo.

Mientras mi viejo se fue a trabajar, yo me tiré a dormir, porque la vieja me dejó faltar al colegio, y soñé, juro que soñé que el domingo en el Cilindro, contra Lanús, la historia sería diferente.



Eduardo J. Quintana

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