¡Feliz Navidad Futbolera...!
Cuando
hace cuatro años Don Jaime quedó viudo, se internó en la tarea de ejercer una
protección personal sobre su nieto. Su jubilación, al margen de su
subsistencia, estaba destinada a contribuir, con pequeños detalles a la
felicidad de Diego. El ejemplo era su biblioteca llena de pequeños libros
infantiles y sus juguetes didácticos. El niño, gustoso, pasaba gran tiempo
libre escuchando las historias de su abuelo, esos ejemplos simples de la vida.
Una mañana leyéndole un cuento a Dieguito, nombró la palabra barrilete. El
niño, que llevaba su nombre en homenaje al mejor jugador de la historia del
fútbol, preguntó:
-
¿Barrilete
cósmico?
-
No Diego,
un barrilete terrenal
-
¿Y qué es
un barrilete…?
-
¿Nunca
viste un barrilete, Dieguito?
-
No abuelo
En
ese momento Melina, la nuera de Don Jaime y mamá de Diego, lo llamó para
almorzar y prepararse para ir al colegio. Esa tarde, el abuelo, fue a la
ferretería del barrio y a la librería, para comprar las cosas y poner manos a
la obra. Al volver a su casa, se cruzó con su hijo Hernán que cortaba el pasto.
-
¿Qué
hacés viejo?
-
Bien
nene, ¿vos?
-
Todo en
orden, arreglando el jardín.
Un
silencio
-
¿Y eso…?
Señalando las bolsas.
-
Una
sorpresa para Dieguito.
-
¿Sorpresa?
Hmmm, eso suena peligroso
Así
se fue Don Jaime a trabajar a su tallercito del fondo, donde no solo guardaba
recuerdos, sino que tenía su mesa de trabajo. Vivían en casas separadas, dentro
de un mismo terreno y en el fondo, en un lugar impenetrable e intocable, el
abuelo Jaime tenía el lugar donde pasaba la mayor parte del tiempo. Había una
sola persona que tenía acceso a ese altar privado, Dieguito.
Pasó
el viernes entero con Don Jaime inserto en aquella sorpresa. A la hora de la
cena, la luz del “galpón” seguía encendida y desde la cocina, Melina le
pregunta a Hernán:
-
¿En qué
anda tu viejo?
-
No sé, me
dijo que le estaba preparando una sorpresa a Diego.
-
¿Qué
será?
-
No tengo
idea, igual es peligroso
Finalizada
la cena, con los platos lavados y prestos a dormir, Hernán visitó a su padre,
que se asustó con su entrada al taller.
-
Eh viejo,
no te asustes…
-
Pensé que
era Dieguito y no quiero que vea lo que hago.
-
Epa, te
está quedando bien.
-
¿Te
acordás hijo, cuando te los hacía para vos?
-
¿Cómo me
voy a olvidar? El cometa, ¿te acordás del cometa?
-
Sí, con
una cola de un metro y medio
-
Los
Saucedo, salieron a la calle muertos de envidia. ¡Qué lindo recuerdo viejo…!
-
Era tan
grande que hacía sombra…
-
Lo que
lloré cuando se cortó el hilo.
-
Me
acuerdo Hernán, me acuerdo porque la abuela me pidió que te haga otro.
-
Y me lo
hiciste…
-
Claro, te
hice el rombo con el escudo de Huracán…
-
Y le
pusimos el hilo más fuerte…
-
Me salió
carísimo, eran doscientos metros de doscientos cincuenta gramos, un dineral.
-
Ese lo
tiramos de grande, viejo. Estuvo acá en el galpón de adorno. ¡Qué hermoso
recuerdo…! ¿Querés que te ayude?
-
Dale,
ayúdame a tensar el papel y lo termino de pintar armado…
-
Ahí
vengo, viejo…
Allí
fue Hernán a avisarle a Melina que se quedaba ayudando al Don Jaime y a
preparar el termo para el mate. Era una noche larga y de hermosos recuerdos.
Terminaron antes del amanecer, el viejo tenía una felicidad enorme, había
quedado impecale. Añadieron el hilo con un nudo de pesca perfecto, e hicieron
un ovillo de doscientos metros. El trabajo estaba finalizado.
Se
fueron a dormir unas horas. A la mañana, como cada sábado, Don Jaime y Dieguito
irían a la plaza, junto a la vía muerta; la diferencia era que esa mañana,
Hernán y Melina llegarían con el barrilete enorme para sorpresa del niño.
Después de unos tiros con la pelota, aparecieron los padres del niño.
-
¿Cómo
andan?
Preguntó
Melina ante la sorpresa de su hijo, que corrió a abrazarla.
-
Vení papi,
vení a patear que el abuelo ataja.
-
Esperá
Diego, ahora vengo.
-
¿Dónde
vas abuelo…?
-
Ya vengo,
ya vengo…
Allí
fue el abuelo hasta el auto. El viento corría de sur a norte. El cielo estaba
limpio y el sol, que se elevaba, brillaba más que nunca. Don Jaime, aseguró el
barrilete, desenrolló treinta metros de hilo y comenzó una larga carrera al
grito de: ¡Diegoooooo…!
El
niño giró su cabeza y señaló a su abuelo. Hernán, abrazado a Melina, con una
sonrisa de satisfacción en su rostro y lágrimas en sus ojos, admiraba la
escena. Dieguito que sale corriendo detrás de su abuelo, que iba soltando hilo
mientras el barrilete se elevaba, logrando en un par de minutos su máxima
altura. El niño gritaba de alegría, mientras Don Jaime le explicaba:
-
Ves
Diego, eso es un barrilete…
-
Es
hermoso abuelo.
-
Tomá,
sostené el hilo y mové el brazo así…
El
abuelo le explicaba a su nieto como mantener el barrilete en lo alto. El niño repetía
el movimiento de su brazo derecho, el viento hacía lo suyo.
-
Mirá
papá, mirá mamá, con el abuelo vamos a llegar al cielo
Felicidad
plena en el abuelo, adrenalina en su máxima expresión en el nieto y el
barrilete volando allá cerca del cielo, con la cara de Diego Armando Maradona
dibujada a la perfección, con un número diez acompañando la imagen.
Era
el barrilete del abuelo Jaime. Era el barrilete cósmico de Diego…
Cuento inédito
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hazte miembro de este blog y tu mensaje respetuoso, siempre será bienvenido
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.