Cuando le pregunté a la
primera persona, dudé. Sus ochenta y siete años llevados a los tumbos, sumado a
algunas vacilaciones en las respuestas, me llevaron a pensar que no solo no
sabía de quien hablaba, sino que no se ubicaba en tiempo con las cavilaciones
propias de la edad.
El abuelo me contó desde muy
niño que jugaba de inside izquierdo con la responsabilidad de la camiseta
número diez y del manejo del equipo. Hablaba de partidos puntuales, de goles
vistosos y compañeros ignotos para mi corta edad.
La segunda persona que
encontré de edad, estaba ubicada junto al alambrado de la tribunita de José
Hernández, del lado derecho del arco, casi en soledad. Su larga barba y
cabellera canosa, se filtraban detrás del espeso humo que emanaba de su pipa.
Aparentaba ser mucho más joven que el primero, cosa que confirmé cuando
consulté si había visto a Excursionistas en la década de ’40 y su respuesta fue
contundente: Veía al “Verde” desde muy niño, pero había nacido en 1935 o sea
que en la década del ’40 era muy chico para recordar partidos puntuales o a
algún jugador. En realidad, no recordaba haber visto a mi abuelo, pero
reconocerlo implicaba un desprestigio a su memoria y un descrédito entre los
hinchas que lo consideraban un memorioso.
Mi viejo y mi tío me
aseguraron haberlo visto jugar en el Bajo Belgrano. Mi abuela me hablaba de los
recuerdos de la canasta con sándwiches para ver, al menos, dos partidos del
sábado, en los cuales seguro el abuelo estaría presente. El viejo me contaba
del trabajo en la imprenta de “Harrods Gath & Chaves” y de sus comienzos en
el turf. Merodeaba la zona constantemente, entre el Club, el Hipódromo y el
Coliseo.
La recomendación de un
“Villero” me hizo llegar a dos historiadores del club, que veían el partido
desde la platea. Quedamos en consultar unos libros luego del partido y así fue.
En casa de uno de ellos, que no eran tan ancianos como los otros consultados,
pero que demostraban una memoria prodigiosa y vasto conocimiento de la historia
del “Verde”, revisamos varios libros y recortes de periódicos de la época no
dando con ningún jugador de las características de mi abuelo.
Recuerdo como si fuese hoy,
llegar de su mano por la calle Pampa y que en la entrada salude a todos e
ingrese cual si fuera su casa. No lo soñé, juro que era así. Un abrazo con uno,
un apretón de manos con otro; un recuerdo, otro recuerdo y alguna anécdota de
un golazo. Un partido en cancha de Chicago, otro con Argentino de Quilmes, un
clásico con Defensores y miles de anécdotas.
No pude encontrar a nadie
fuera del entorno familiar, que lo hubiese visto jugar. Corría una carrera
contra el tiempo, ya que a medida que se consumían los años, aquellos hinchas
irían partiendo sin dejar testimonio explícito de haber visto jugar al abuelo y
tendría que esperar que alguno baje para que me diga que, allá en el cielo, hay
un tal Juan, que lleva la diez en la espalda y destila magia defendiendo a
Excursionistas…
Eduardo J. Quintana
Cuento inédito
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