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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








viernes, 18 de septiembre de 2020

Una noche adentro

 

            - ¿En una celda, che?

            - Algo parecido, una habitación grande donde estábamos todos mezclados.

 

Los amigos preguntaban y Daniel contaba. En cada frase, en cada palabra se notaba lo raro de la situación. Porque fue una noche complicada que pasó junto a su papá.

 

El tema había venido mal barajado desde la mañana; mi viejo Osvaldo,  no había podido conseguir un adelanto de sueldo y cuando llegué del colegio, me encontré con la noticia.

 

Racing jugaba de visitante, en un estadio hostil como era el de Estudiantes de La Plata. Normalmente el viaje lo hacíamos en tren, por lo cual, entre una y otra cosa, se iban unos buenos pesos.

 

El viejo había agotado todas las variantes de amistades racinguistas con auto, sin encontrar respuesta. Se hacía la hora y me había empezado a desesperar. Tenía catorce años y mi fanatismo estaba en apogeo y es por eso que insistía con ir. Mi papá estaba en la habitación, sentado en la cama abrazado a mi vieja, que en un momento salió y me dijo:

 

            - Papá está destrozado, porque no te puede llevar a la cancha.

            - ¿Cómo destrozado?

            - Sí, está llorando.

 

Eran épocas en que el sueldo llegaba al veinte de cada mes y de ahí en más, había que remarla. Momentos en que dos personas aparecían a “salvar las papas del fuego”: la tía Pepa y la abuela Tita

 

Cuando ya me había tirado en la cama derrotado por la situación, abrió la puerta la abuela salvadora. Su corazón inmenso no permitía vivir dos situaciones: Ver mal a su hijo y ver sufrir a su nieto mayor. Habló con mi mamá, preguntó por la triste situación, entró a mi habitación y me dijo en voz baja:

 

            - Tomá nene, dale a tu papá.

            - ¿Qué es esto…?

 

Haciéndome el tonto, porque era dinero, le repetí:

 

            - ¿Qué es esto, abuela?

            - Plata, para que puedan ir a ver a Racing

 

Se me iluminaron los ojos, abrace a mi abuela con la misma fuerza que la abrazaba cuando me traía los miguelitos con dulce de leche de “La Roma” y le dije:

 

            - Gracias abuela.

            - Esperá que me vaya, así tu mamá no chilla.

 

La abuela era tan hincha de la Academia, como mi viejo y yo. Sabía que un partido visto por televisión era sufrimiento, pero escuchado por radio era un martirio para el hincha seguidor del club de sus amores y si ese club era Racing, el calvario era mayor.

 

Cuando la abuela se fue, entré a la pieza y le dije a mi viejo:

 

            - Dale vamos, acá tenemos para viajar a La Plata

 

Mi papá levantó la cabeza de la almohada y me dijo:

 

            - ¿De dónde sacaste esa guita?

            - La abuela, pa. Apurá que no vamos a llegar.

 

Había un rápido a La Plata que saldría en una hora y llegaría un rato antes del partido, así que no hubo mucho tiempo de discutir. Nos cambiamos la ropa, saludamos a la familia y partimos con el colectivo 53 hasta Plaza Constitución.

No se veía mucho movimiento de hinchas. El tiempo muy nublado que pedía lluvia, la distancia hacia la ciudad de las diagonales y el horario nocturno para un miércoles a la noche, atentaban contra la concurrencia.

Cuando promediaba el viaje una lluvia torrencial se desató, al punto que la formación tuvo que aminorar la marcha. El retraso hizo que llegáramos a La Plata casi sobre la hora del cotejo, por cuanto la distancia que separaba la estación del estadio pincha, la hicimos a paso rápido, casi trotando. Eran épocas donde podíamos trotar sin agitarnos.

Llovía mucho y estábamos mojados, sacamos entrada rápido ya que no había gente. En momentos de subir los escalones de madera de la tribuna visitante, un diluvio comenzó a arreciar. Los jugadores estaban en la cancha, el partido transcurrió sobre una superficie con mucha agua, lo que hizo un partido muy malo e imposible de digerir. Fue allí que vimos que un par de personas, se resguardaban debajo de la tribuna y miraban el partido entre los escalones. Mi viejo en un momento me instó a imitarlos y allí fuimos. Aunque el agua pasaba igual, al menos te resguardabas y cuando el resultado no ayudaba, cuando ambos pensábamos íntimamente que no había sido buena la idea del viaje, escuchamos con voz gruesa y autoritaria:

 

            - ¡Eh, ustedes dos…!

 

Aquella campaña que había comenzado con la ilusión que se generaba alrededor de la contratación de Ricardo Julio Villa, se fue diluyendo hasta llegar a “lo de siempre”, a deambular por la cola de la tabla y finalizar el torneo salvándose en la penúltima fecha, con un agónico empate uno a uno con Quilmes, en Guido y Sarmiento, pasando a ser los jueces del descenso, en la última fecha con gol del “Perro” Killer, Racing derrotó a Platense por uno a cero, enviándolo a jugar un partido desempate con Lanús, en el Gasómetro, que el “Calamar” ganó por penales enviando al Granate, junto a Temperley y Ferro Carril Oeste a la Primera División B.

 

            - ¡Eh, ustedes dos…! - Repitió el oficial

 

Giramos la cabeza y vimos a un oficial de policía con su piloto completamente mojado, que nos ordenaba.

 

            - Ustedes dos, vengan para acá.

 

Mientras otros dos policías se acercaban con actitud poco amigable. Mi viejo que toma la posta y pregunta que pasa. Los dos agentes piden que dejemos ese lugar. A salir de abajo de la popular visitante y cuando encaramos la lluvia otra vez para subir los escalones, el oficial que esboza:

 

            - ¿Dónde van?

 

Allí mi viejo intentó tomar la palabra, en momentos que cada uno de los policías recibía la orden del superior.

 

            - ¡Métanlos adentro…!

 

Eran épocas duras, de dictadura militar fuerte; donde la policía tenía la autoridad brindada por el estado, para llevarte detenido sin explicación previa. Años donde los derechos individuales y colectivos eran avasallados por un poder autoritario, que imprimía el rigor sistemático en todas sus acciones.

 

Adentro”, era un micro viejo, acondicionado como celular para detener gente; con celdas individuales, una más grande en el fondo donde “te daban para que tengas” y una más tranquila adelante. En esa nos sentaron a mi viejo y a mí, custodiados con policías sedientos de violencia.

Nos enteramos por los últimos detenidos que eran “pinchas”, que Estudiantes había ganado por dos a uno. Cada tanto se armaba lío, ya que hinchas del local y de Racing estaban todos mezclados, cosa que siguió en la comisaría ya que en un solo salón, estábamos todos juntos.

Noté a mi viejo muy nervioso desde un principio. Él estaba en conocimiento de las cosas que pasaban en el país con el tema desapariciones, tema que yo no sabía que existían. Fue una noche negra, en la que tuve que cebarle mate a los jefes. A las doce, dieron permiso a todos los menores para que sus padres los retiren. Yo era menor, pero tenía un gran problema, mi viejo estaba preso conmigo y mi mamá, estaría buscándonos.

 

Con las cosas que pasaban en la Argentina, la familia estaría rastreando en hospitales y comisarías nuestro paradero. No permitirle hacer una llamada a un detenido, era parte de ese autoritarismo digno de una dictadura como la que vivía el país. La información en “off” era que la policía debía detener una cantidad de gente, en forma arbitraria o no, para justificar su trabajo y la cancha era un buen lugar para conseguir “presos”.

 

Pasaba la hora y nadie podía conciliar el sueño, los detenidos sentados a mi derecha, apodados Somisa y Liniers, eran hinchas de Racing que paraban con la barra y sus anécdotas nos entretuvieron toda la noche. Al primero lo habían apodado así, dado sus prominentes aparatos de metal en la dentadura y a Liniers, por la zona en que residía.

A las cinco de la mañana, nos largaron, tanto a mi viejo como a mí. Con hambre y mucho sueño caminamos hasta la estación de tren, la plata era escasa y por suerte nos habían devuelto todo. Había que esperar la salida de la primera formación que seguramente pararía en todas las estaciones. Media hora después aparecieron Somisa y Liniers, con más hambre que nosotros y sin un centavo para viajar. Mi viejo compró unas facturas que devoramos al instante y una vez en el tren, cuando pasó el guarda a cobrar boleto, pagó los cuatro pasajes. La gente que iba a trabajar atestaba la formación, mientras nosotros dormíamos plácidamente y las estaciones pasaban lentamente. Llegamos a Constitución, de ahí colectivo a casa, media hora más de viaje y al llegar, una caminata de un par de cuadras y la sorpresa. Toda la familia en la puerta de mi casa con miles de reproches. Nadie entendía la situación. Nadie comprendía nuestro sentimiento.

 

Ser hincha de Racing no es para cualquiera, el académico leal vivió muchas buenas y muchas malas, grandes épocas y nefastas etapas; vivió gloria y humillación, pero siempre mantuvo su grandeza.

 

            - ¿Y qué dijeron tu mamá y tus abuelos, Dani ?

            - Nada, que me van a decir, si ellos amaron siempre a Racing como mi viejo y yo.

 

Llegamos a casa, se despreocuparon, mientras mi vieja cebaba mate, contamos la historia y listo.

Mientras mi viejo se fue a trabajar, yo me tiré a dormir, porque la vieja me dejó faltar al colegio, y soñé, juro que soñé que el domingo en el Cilindro, contra Lanús, la historia sería diferente.



Eduardo J. Quintana

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