- ¿En una celda, che?
-
Algo parecido, una habitación grande donde estábamos todos mezclados.
Los amigos preguntaban y Daniel
contaba. En cada frase, en cada palabra se notaba lo raro de la situación.
Porque fue una noche complicada que pasó junto a su papá.
El tema había venido mal
barajado desde la mañana; mi viejo Osvaldo,
no había podido conseguir un adelanto de sueldo y cuando llegué del
colegio, me encontré con la noticia.
Racing jugaba de visitante, en un
estadio hostil como era el de Estudiantes de La Plata. Normalmente el viaje lo
hacíamos en tren, por lo cual, entre una y otra cosa, se iban unos buenos
pesos.
El viejo había agotado todas las
variantes de amistades racinguistas con auto, sin encontrar respuesta. Se hacía
la hora y me había empezado a desesperar. Tenía catorce años y mi fanatismo
estaba en apogeo y es por eso que insistía con ir. Mi papá estaba en la
habitación, sentado en la cama abrazado a mi vieja, que en un momento salió y
me dijo:
-
Papá está destrozado, porque no te puede llevar a la cancha.
-
¿Cómo destrozado?
-
Sí, está llorando.
Eran épocas en que el sueldo
llegaba al veinte de cada mes y de ahí en más, había que remarla. Momentos en
que dos personas aparecían a “salvar las papas del fuego”: la tía Pepa y la
abuela Tita
Cuando ya me había tirado en la
cama derrotado por la situación, abrió la puerta la abuela salvadora. Su
corazón inmenso no permitía vivir dos situaciones: Ver mal a su hijo y ver
sufrir a su nieto mayor. Habló con mi mamá, preguntó por la triste situación,
entró a mi habitación y me dijo en voz baja:
-
Tomá nene, dale a tu papá.
-
¿Qué es esto…?
Haciéndome el tonto, porque era
dinero, le repetí:
-
¿Qué es esto, abuela?
-
Plata, para que puedan ir a ver a Racing
Se me iluminaron los ojos,
abrace a mi abuela con la misma fuerza que la abrazaba cuando me traía los
miguelitos con dulce de leche de “La Roma” y le dije:
-
Gracias abuela.
-
Esperá que me vaya, así tu mamá no chilla.
La abuela era tan hincha de la
Academia, como mi viejo y yo. Sabía que un partido visto por televisión era
sufrimiento, pero escuchado por radio era un martirio para el hincha seguidor
del club de sus amores y si ese club era Racing, el calvario era mayor.
Cuando la abuela se fue, entré a
la pieza y le dije a mi viejo:
-
Dale vamos, acá tenemos para viajar a La Plata
Mi papá levantó la cabeza de la
almohada y me dijo:
-
¿De dónde sacaste esa guita?
-
La abuela, pa. Apurá que no vamos a llegar.
Había un rápido a La Plata que
saldría en una hora y llegaría un rato antes del partido, así que no hubo mucho
tiempo de discutir. Nos cambiamos la ropa, saludamos a la familia y partimos
con el colectivo 53 hasta Plaza Constitución.
No se veía mucho movimiento de
hinchas. El tiempo muy nublado que pedía lluvia, la distancia hacia la ciudad
de las diagonales y el horario nocturno para un miércoles a la noche, atentaban
contra la concurrencia.
Cuando promediaba el viaje una
lluvia torrencial se desató, al punto que la formación tuvo que aminorar la
marcha. El retraso hizo que llegáramos a La Plata casi sobre la hora del
cotejo, por cuanto la distancia que separaba la estación del estadio pincha, la
hicimos a paso rápido, casi trotando. Eran épocas donde podíamos trotar sin
agitarnos.
Llovía mucho y estábamos
mojados, sacamos entrada rápido ya que no había gente. En momentos de subir los
escalones de madera de la tribuna visitante, un diluvio comenzó a arreciar. Los
jugadores estaban en la cancha, el partido transcurrió sobre una superficie con
mucha agua, lo que hizo un partido muy malo e imposible de digerir. Fue allí
que vimos que un par de personas, se resguardaban debajo de la tribuna y
miraban el partido entre los escalones. Mi viejo en un momento me instó a
imitarlos y allí fuimos. Aunque el agua pasaba igual, al menos te resguardabas
y cuando el resultado no ayudaba, cuando ambos pensábamos íntimamente que no
había sido buena la idea del viaje, escuchamos con voz gruesa y autoritaria:
-
¡Eh, ustedes dos…!
Aquella campaña que había comenzado
con la ilusión que se generaba alrededor de la contratación de Ricardo Julio
Villa, se fue diluyendo hasta llegar a “lo de siempre”, a deambular por la cola
de la tabla y finalizar el torneo salvándose en la penúltima fecha, con un
agónico empate uno a uno con Quilmes, en Guido y Sarmiento, pasando a ser los
jueces del descenso, en la última fecha con gol del “Perro” Killer, Racing
derrotó a Platense por uno a cero, enviándolo a jugar un partido desempate con
Lanús, en el Gasómetro, que el “Calamar” ganó por penales enviando al Granate,
junto a Temperley y Ferro Carril Oeste a la Primera División B.
-
¡Eh, ustedes dos…! - Repitió el oficial
Giramos la cabeza y vimos a un
oficial de policía con su piloto completamente mojado, que nos ordenaba.
-
Ustedes dos, vengan para acá.
Mientras otros dos policías se
acercaban con actitud poco amigable. Mi viejo que toma la posta y pregunta que
pasa. Los dos agentes piden que dejemos ese lugar. A salir de abajo de la
popular visitante y cuando encaramos la lluvia otra vez para subir los
escalones, el oficial que esboza:
-
¿Dónde van?
Allí mi viejo intentó tomar la
palabra, en momentos que cada uno de los policías recibía la orden del
superior.
-
¡Métanlos adentro…!
Eran épocas duras, de dictadura
militar fuerte; donde la policía tenía la autoridad brindada por el estado,
para llevarte detenido sin explicación previa. Años donde los derechos
individuales y colectivos eran avasallados por un poder autoritario, que
imprimía el rigor sistemático en todas sus acciones.
“Adentro”,
era un micro viejo, acondicionado como celular para detener gente; con celdas
individuales, una más grande en el fondo donde “te daban para que tengas” y una
más tranquila adelante. En esa nos sentaron a mi viejo y a mí, custodiados con
policías sedientos de violencia.
Nos enteramos por los últimos
detenidos que eran “pinchas”, que Estudiantes había ganado por dos a uno. Cada
tanto se armaba lío, ya que hinchas del local y de Racing estaban todos
mezclados, cosa que siguió en la comisaría ya que en un solo salón, estábamos
todos juntos.
Noté a mi viejo muy nervioso
desde un principio. Él estaba en conocimiento de las cosas que pasaban en el
país con el tema desapariciones, tema que yo no sabía que existían. Fue una
noche negra, en la que tuve que cebarle mate a los jefes. A las doce, dieron
permiso a todos los menores para que sus padres los retiren. Yo era menor, pero
tenía un gran problema, mi viejo estaba preso conmigo y mi mamá, estaría
buscándonos.
Con las cosas que pasaban en la
Argentina, la familia estaría rastreando en hospitales y comisarías nuestro
paradero. No permitirle hacer una llamada a un detenido, era parte de ese
autoritarismo digno de una dictadura como la que vivía el país. La información
en “off” era que la policía debía detener una cantidad de gente, en forma
arbitraria o no, para justificar su trabajo y la cancha era un buen lugar para
conseguir “presos”.
Pasaba la hora y nadie podía
conciliar el sueño, los detenidos sentados a mi derecha, apodados Somisa y
Liniers, eran hinchas de Racing que paraban con la barra y sus anécdotas nos
entretuvieron toda la noche. Al primero lo habían apodado así, dado sus
prominentes aparatos de metal en la dentadura y a Liniers, por la zona en que
residía.
A las cinco de la mañana, nos
largaron, tanto a mi viejo como a mí. Con hambre y mucho sueño caminamos hasta
la estación de tren, la plata era escasa y por suerte nos habían devuelto todo.
Había que esperar la salida de la primera formación que seguramente pararía en
todas las estaciones. Media hora después aparecieron Somisa y Liniers, con más
hambre que nosotros y sin un centavo para viajar. Mi viejo compró unas facturas
que devoramos al instante y una vez en el tren, cuando pasó el guarda a cobrar
boleto, pagó los cuatro pasajes. La gente que iba a trabajar atestaba la
formación, mientras nosotros dormíamos plácidamente y las estaciones pasaban
lentamente. Llegamos a Constitución, de ahí colectivo a casa, media hora más de
viaje y al llegar, una caminata de un par de cuadras y la sorpresa. Toda la
familia en la puerta de mi casa con miles de reproches. Nadie entendía la
situación. Nadie comprendía nuestro sentimiento.
Ser hincha de Racing no es para
cualquiera, el académico leal vivió muchas buenas y muchas malas, grandes
épocas y nefastas etapas; vivió gloria y humillación, pero siempre mantuvo su
grandeza.
-
¿Y qué dijeron tu mamá y tus abuelos, Dani ?
-
Nada, que me van a decir, si ellos amaron siempre a Racing como mi viejo y yo.
Llegamos a casa, se
despreocuparon, mientras mi vieja cebaba mate, contamos la historia y listo.
Mientras mi viejo se fue a
trabajar, yo me tiré a dormir, porque la vieja me dejó faltar al colegio, y
soñé, juro que soñé que el domingo en el Cilindro, contra Lanús, la historia
sería diferente.
Eduardo J. Quintana
Espectacular,senti como que estaba ahí ,muchas gracias!! Viva el futbol
ResponderEliminarGracias...
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