Caminos
de la vida que confluyen en destinos casi inimaginados. Senderos ocultos en la
mente que jamás hubiesen pensado transitar, si la historia se hubiese desarrollado
en normal. Cuatro amigos inseparables, cuatro futboleros de ley con la sequedad
del grito de gol atragantado por la ira de la naturaleza, que deposita en la
sociedad todos los males, sin distinguir clases, religiones, razas; sin
siquiera separar a los buenos de los malos.
Aquella,
alejada en el tiempo, mesa de cuatro en el barcito del barrio que los cobijaba,
que hoy muestra sus sillas con las patas indicando el techo y el silencio
propio de un cementerio de pocillos y cucharitas, con el doloroso candado
puesto en la cadena que cierra sus puertas. Una imagen que lastimaba, pero que
prevenía un desastre. Un sábado atípico, sin la juntada habitual. La
responsabilidad del “Polaco”, “Dani”, el “Bocha” y el “Manteca”, con padres
grandes o hijos chicos (o ambas cosas) y el peligro latente de contagio de una
“peste” que llegó para desnudar las falencias de un sector de la sociedad
enfermo de egoísmo y la solidaridad de la gran mayoría que, por suerte,
entendió el mensaje sublime de cuidarse y cuidar a los suyos.
Era
un sábado especial y no podían dejar de estar unidos, al menos a la distancia.
Con intermitencias de cortes en la transmisión, con dificultades con el volumen
y la falta de experiencia tecnológica, los cuatro amigos de la vida se prepararon
para el convite digital. Frente a la computadora, por una aplicación para
reuniones virtuales, fueron apareciendo uno a uno aquellos que alguna vez en la
mesa habitual de su bar, conocieron la leyenda del rugido del cerro, aquel día
de la hazaña en el Barrio Cabot cuando, con gol del “Vecino” Díaz, lograba el
primer ascenso a Primera División de su historia. Cuando desde el cerro sonaron
las primeras carcajadas de alegría, mientras el pueblo se congregaba en la
plaza para iniciar los festejos.
Eran
cuatro, eran amigos y eran inseparables. Los mismos que vivieron en carne
propia aquel empate del 2015 en cancha de Trinidad, donde el cerro volvió a
rugir de alegría y pudieron corroborar que la leyenda era verdad.
Llegaba
el 6 de septiembre, como aquel día de 1936, cuando en el Barrio del Quinto
Cuartel, bajo la presidencia de Don Venancio Castro, se fundaba el Club
Sportivo Federico Picón.
Ochenta
y cuatro años después, a mil doscientos kilómetros de distancia, el “Polaco”, “Dani”,
el “Bocha” y el “Manteca”, esperaron que el reloj de la computadora marcara las
cero horas del domingo, esta vez rodeados por su familia, para levantar las
copas por “zoom” y gritar al unísono, bien fuerte: ¡Feliz cumpleaños Picón…!
Imaginando que, allá a lo lejos, el cerro festejaba con carcajadas de alegría…
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