La lluvia golpeteaba los vidrios del amplio
ventanal, de manera tal que generaban un áspero ambiente para una charla
generacional.
Pero el nieto gozaba con las anécdotas del
abuelo, quien a su vez sentía un placer indescriptible al saber que era un
interlocutor válido en el comentario de sus hazañas de antaño.
Gabrielito, era un niño inquieto y locuaz,
apasionado por los relatos de Don Mariano, su querido abuelo, y éste a su vez
utilizaba ese apasionamiento, para poder pasar un día de lluvia encerrado sin
poder salir.
El niño jugaba con sus dedos persiguiendo las
gotas que se desplazaban a lo largo del vidrio en forma descendente.
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Mirá abuelo que gotas tan grandes.
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Sí Gabrielito, parecen las lágrimas de Dios.
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¿Cómo las lágrimas de Dios, abuelo?
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En realidad, es un mito que se generó en una vieja anécdota que me
sucedió, con mi papá y mi abuelo, allá por el 2001.
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¿En el 2001, abuelo? Hace un montón de tiempo.
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Si bebé, exactamente un 27 de diciembre del 2001.
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¿Y qué pasó abuelo? ¿Cómo fue?
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Es una larga y emocionante historia Gabrielito, estábamos pasando
un año triste. El 2001 fue, para todo el pueblo, un año triste, con muchos
inconvenientes políticos y económicos. Esos vaivenes hicieron que renunciara un
presidente tras otro, y que los conflictos se agravaran.
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Pero abuelo. ¿Por qué lloró Dios?
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Mirá hijo, se vivía una semana de tensión, a puro cacerolazo, con
protestas callejeras a diario, saqueos en los comercios, y varios muertos.
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No entiendo que tiene que ver...
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Quizá haya sido consecuencia de tantos sucesos, pero ese día 27 de
diciembre, estábamos mi abuelo, mi papá y yo sentados presenciando un partido
de fútbol, “el partido de fútbol”, y en un determinado momento comenzaron a
caer unos gotones enormes del cielo.
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¿Se mojaron todos?
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No Gabrielito, las gotas no mojaban; en realidad mojaban, pero era
tan importante lo que pasaba que el agua no se sentía.
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¿Eran lágrimas santas, abuelo?
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Sí Gabriel, eran las lágrimas de Dios, que lloraba de emoción.
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¿Y ustedes, abuelo?
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Nosotros nos unimos los tres en un eterno abrazo y rompimos en
llanto de alegría.
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¡Qué lindo abuelo...!
-
Lloramos todos, mi abuelo, mi papá, yo y lo más lindo que, de la
emoción, también lloraba Dios.
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¿Pero, por qué lloraban entonces, abuelo?
-
¡Porque Racing había salido campeón Gabriel, había salido
campeón...!
Cuento extraído del libro "La grandeza es otra cosa y otros cuentos racinguistas"
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