Dedicado al Embajador Triguero y Poeta Daniel
Castrillo
Uno
nace y por razones obvias sabe el “por qué”, pero no el “para qué”. Desde que
comencé a pensar y utilizar mi propia razón, supe el “por qué”. El fruto del
amor de mis viejos, esa típica gente humilde que tenía como premisa fundamental
formar una familia. Gente de pueblo y cuando digo pueblo, hablo de ese lugar en
el cual cada uno de sus habitantes se conoce entre sí. Saben la madera de la
cual están hechos. Imagínense que hoy tiene diez mil habitantes y con la gran
bonanza de un mundo que pide trigo. Mi pueblo es la “Capital Nacional del Trigo”.
Mi pueblo es Leones, ubicado al centro este de la Provincia de Córdoba, en el
Departamento de Marcos Juárez.
Infancia
tranquila, infancia feliz, entre la paz del campo y los animales. Entre el
club, el fútbol y el piano. Porque el “para qué nací” quedaba representado en
dos cosas importantes de mi vida: estudiar y tocar el piano por un lado y amar al
“Triguero” para toda la vida.
De
muy niño me sentaba en el piano con la abuela Emilia y copiaba el movimiento de
sus manos, que lejos estaban de ser similares a la de una pianista. El
gallinero y la huerta jugaban en contra de esa suavidad característica de las
manos en el teclado. Pero el oído de la abuela Emilia servía para enseñarme.
Tenía cinco años y no llegaba con los pies al piso. No había cumplido cinco
todavía y lo recuerdo porque cuando los cumplí, me llevaron a ver al “Señor”
Vladimir Schmidt, un alemán, rubio, alto, flaco de manos grandes y dedos,
impresionantemente, largos. Era el “Señor Vladimir”, así se hacía llamar y así
lo llamaban en la Ciudad de Marcos Juárez donde había llegado a fines de la
década del ´30, huyendo de la guerra.
Todos
los martes, jueves y sábados, el abuelo “Tonio” me llevaba para las clases de
piano. Veintiún kilómetros de ida y tantos de vuelta en el Rastrojero 1970, que
usaban para manejarse en el campo. Un sacrificio que los abuelos hacían con
mucho amor. A los dos años de estudio y con varias clases encima, la abuela me escuchaba
tocar en su piano vertical, mucho más rústico que el “Bluthner” de cola que
tenía el Señor Vladimir. Mozart y Bach eran mis preferidos y Beethoven el
elegido desde siempre de la abuela Emilia. La situación había cambiado y era ella
quien se sentaba a mi lado para admirarme y muchas veces acompañarme en algún
tema.
Mi
primer concierto fue a los doce años en la Sociedad Italiana, como acompañante
del Señor Vladimir y fue todo un éxito. El futuro estaba marcado y la música
sería uno de los destinos de mi vida. El otro, el otro destino era el fútbol y
ese “para qué nací”. Estaba claro, nací para honrar al club del pueblo, de la
familia, de los amigos: al Club Leones Deportivo, Agrario, Social y Biblioteca.
Así, con todas las letras, así como fue creado allá en febrero de 1922, a
partir de la fusión de los clubes River y Argentino. Así, con esos colores azul
y rojo a bastones verticales que llevo en el corazón desde el día que llegué a
la vida.
Mozart
y el Triguero, Bach y el Triguero, Beethoven y el Triguero, amigos inseparables
para toda mi vida. Las enseñanzas a diario, las nuevas composiciones y, sobre
todo, la muerte del “Señor” Vladimir Schmidt, me hicieron crecer de una forma
inimaginable. Llegaron los contratos profesionales y las giras por el país. El
hecho de ser un músico que hablaba de fútbol con acento cordobés, me hizo más
popular. Al punto de comenzar a seguirme gente, que nada tenía que ver con la
música clásica tradicional y creo que lo exitoso partía desde mis
composiciones, llevando a la gente a escuchar a los grandes músicos
consagrados. No digo que me acompañaban multitudes, pero a lo largo y ancho del
país, siempre llenaba las salas. Ni hablar, cuando volvía a Córdoba.
Cuando
esas presentaciones por el país se hicieron realidad, comenzó el contraste con
el hecho de no estar en Leones los fines de semana, que el Club jugaba en el estadio
“Triguero”, cosa que modificaba seriamente mi estado de ánimo. Cuando terminaba
cada concierto y hasta, algunas veces en los intervalos, consultaba el celular
para saber noticias azulgranas.
En
alguna entrevista radial, me han preguntado sobre mis sueños y he respondido
con total sinceridad: mi gran sueño, es tocar en el Teatro Colón y mi gran
utopía, es ver a mi club jugar en el Monumental de Buenos Aires. Y ahí vino la consulta
del periodista:
-
¿Cuál
es tu Club…?
-
El
Club Leones de Córdoba
Lo
dije y lo repetí con total orgullo. No miento si digo que, en cualquier lugar
del país, donde diga “soy de Leones” me emociono.
Dije
país, y tengo que empezar a decir mundo. Porque pronto, muy pronto empezaré una
gira por distintos países de Europa…De Leones a Europa…
Pero
antes de partir a la gira por el “Viejo Mundo”, hubo un llamado, una cita y una
sorpresa. Aquella ilusión, aquel sueño a cumplir, sería realidad. Toda la vida
lo había soñado y lo tenía ahí en la palma de la mano. Viajé a Leones para
compartir con la abuela Emilia y el abuelo “Tonio” la gran noticia. Lloramos
abrazados los tres. El concierto estaba confirmado, solo restaba saber cuándo.
Esa misma tarde, un llamado telefónico, ponía fecha y hora: Teatro Colón – Miércoles,
16 de abril – 21 horas.
Mi
cara se transformó; los abuelos, que presenciaron la charla, pensaron en la
suspensión del concierto, más aún cuando escucharon mi respuesta:
-
¿Puedo
responderles en una hora?
Una
hora para decidir algo que desde la razón no tenía sentido, soy músico de toda
la vida y el Teatro Colón es lo máximo a lograr en el país. Pero también era “Triguero”
desde el día del nacimiento y el corazón decía que no podía fallar, justo un 16
de febrero de 2022, cuando mi club cumplía su centenario.
Quedé
sentado en el sillón, sin palabras y por un largo rato. Quedé pensando, solo
pensando. Allí fue cuando la abuela Emilia, como en aquellas viejas épocas, se
sentó a mi lado, pasó su brazo arrugado sobre mis hombros y me aconsejó:
-
Acá,
en Leones, no tenés nada que demostrar, tu amor por el club es incomparable y
ya sos una especie de “embajador triguero”.
-
¿Pero
por qué un 16 de febrero…?
-
Eso no
lo decidís vos hijo, no podés desaprovechar la oportunidad…
Estuve
así unos minutos y luego me levanté, subí al auto y partí rumbo al predio del club.
Entré al estadio, me senté en una de las tribunas y medité la decisión.
La
tercera semana de febrero comenzó a puro festejo en Leones, con las fiestas
tradicionales. En Buenos Aires, el calor veraniego arreciaba y las noches se
presentaban igual. Una larga fila para ingresar al Teatro Colón, mezclaba gente
de alta sociedad, con gente común de clase media baja que admiraba mi música.
Una asistente me preparaba en el camarín. Otro allegado me mostraba fotos de la
cola de ingreso y no lo podía creer. Ahí le pregunté: ¿Llegaron…?
-
Sí,
están en un palco
Respiré
aliviado. Antes de concentrarme para entrar, tomé el teléfono celular y les
escribí a mis amigos del club. - ¿Empezó la caravana? Y la respuesta fue: - Sí
amigo, está todo el pueblo. Acá te enviamos un abrazo y muchos éxitos…
Fue
muy difícil concentrarme, pero lo logré. Un aviso de la asistente para que me
prepare, ya que ingresaría en cinco minutos. Me incorporé, me miré al espejo,
acomodé mi saco y recorrí el largo pasillo al escenario. Una luz indicó por
donde debía circular, cuando empezaron a sonar los aplausos. Fui directamente
al piano, me senté, acomodé mis dedos y me dejé llevar.
Una
primera parte de Mozart, muy aplaudida. Un intervalo, para dar paso al
concierto con temas propios, que no solo fueron aplaudidos por la gente
clásica, sino que ovacionados por “los intrusos” del Teatro Colón. Con mucha
emoción llegó el intervalo más largo. En camarines, la asistente me avisa que
todo era un éxito y los organizadores estaban muy felices. Le pregunté:
-
¿Estuve
bien…?
-
Excelente.
-
Espere
el final entonces…
Así
reingresé, entre aplausos y gritos. Un poquito de Bach y mucho de Beethoven. Tocaba
y daba lugar para imaginarme el orgullo que debería tener mi abuela Emilia, que
fue un poco la mentora y la felicidad del abuelo “Tonio”, quien puso todo su
esfuerzo para alcanzar esto. Así llegó el último intervalo corto.
Fui
rápido al camarín, me encerré durante dos minutos, golpearon la puerta para
salir a escena y allí fui. Me senté junto al piano e hice, ininterrumpidos,
cuatro temas propios y allí la sorpresa. Dos temas de Charly García con
arreglos personales llevados al piano y dos de Luis Alberto Spinetta. Habían
prendido las luces del teatro, la gente clásica y no clásica deliraba con las
palmas y gritos.
Para
finalizar, el saludo poco habitual, me saqué el saco y dejé ver mi camisa azul
y roja a bandas verticales preparada para la ocasión, tomé un micrófono, miré
hacia el palco donde estaban los abuelos y les agradecí a viva voz. Pedí silencio,
un minuto, cosa que logré en el momento y les solicité que me acompañen. Allí
fue donde todo el Teatro Colón le canto el “Cumpleaños Feliz” al “Triguero” en
su centenario…
Así,
con dos temas de la Mona Jiménez, que llevé al piano con mis propios arreglos y
que salieron perfectos, finalizamos una noche mágica.
Mi
imagen con los brazos abiertos mirando al cielo y la camisa del Club Leones ilustró
la tapa de los periódicos de todo el país con el título: “Leones y esa música
que proviene del trigo”
Cuento inédito
IG: eduardo.quintana961
Facebook y Twitter: @ejquintana010
Graciassssssss!!!!!!! Un regalo maravilloso!!!!!!
ResponderEliminar