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No viejo, pero les digo que él era distinto. ¿Te
acordás Chulo?
-
¡Cómo me voy a olvidar Betito, si gracias a él, tuve la
máxima satisfacción que me dio el fútbol!
-
Yo también gocé muchachos, ese momento que cuenta el
Chulo, lo gocé como nunca.
La vieja y repetida historia del
“Mudo” Sarlenga, recorrió todos los bares capitalinos y hasta fue nota de un importante
medio periodístico nacional.
Nadie olvidará aquel día de lluvia;
nadie, incluido el “Mudo” Teófilo Sarlenga.
La verdad, que con todos los
inconvenientes y operaciones que había soportado de pibe, era verdaderamente un
día para no olvidar, por tanta emoción vivida.
Es que la lluvia hacía estragos en
la humanidad de los veintidós jugadores y el árbitro Máximo Solarriaga. No era
común que un partido se desarrollase bajo semejante diluvio.
Pero hay una teoría, los clásicos
jamás deben suspenderse, y ese día se llevó a cabo dicha teoría.
Los años de profundas diferencias
entre los dos pueblos vecinos se dirimían ahí, en una cancha de fútbol. La Liga del Noroeste, poseía
clásicos inolvidables, San Carlos – Belgrano, Estrella Fugaz – Martiniano
Veiga; pero el clásico entre Justiniano Duncan y el Sportivo Verá, era casi
centenario.
Y si uno piensa que entre
Justiniano Duncan, un pueblito de tres mil habitantes y Dique Verá, el vecino
de tan sólo tres mil doscientos diqueños, existían sólo tres kilómetros de
distancia, imaginará los diversos motivos que generaba tal enfrentamiento.
“Los duncanos”, apropiándose de las
fuentes de trabajo del mismísimo Dique o “los diqueños” utilizando las aulas de
la Escuela Nº
32, “Saturnino J. Duncan”.
Enfrentamientos por mujeres, por
dinero; por cuanto motivo sea compartir un lugar común.
En Dique Verá se encontraba el
Balneario Municipal y en Justiniano Duncan, la Sala de Primeros Auxilios.
Todo era disputa, y si de disputa
se trataba, el fútbol no se quedaba atrás.
Los últimos diez clásicos habían
sido ganados por Dique Verá y de esos diez enfrentamientos, cinco terminaron a
las trompadas.
Ese día de lluvia torrencial, no
sólo se dirimían historias amorosas, deudas económicas o problemas limítrofes.
Ese día del diluvio, no sólo se jugaban cuestiones sentimentales o el
partidismo del Intendente, un “diqueño” de pura cepa; sino que se definía la Liga del Norte.
Sportivo Verá, puntero invicto del
campeonato, defendía el título e iba en busca del penta campeonato. Su escolta,
el Club Recreativo Justiniano Duncan, visitaba a su eterno adversario, ubicado
sólo a una unidad de la punta.
La mínima diferencia seguramente se
debería constatar en la cancha, aunque el pueblo “duncano” esperaba que su
eterno adversario, recibiera los favores del Intendente.
Para evitar suspicacias, el Doctor
Jaime Nardoza, intendente reelecto por quinta vez al frente de la Municipalidad que
aglutinaba ambos pueblos, contrató los servicios de un importante árbitro
provincial: Máximo Solarriaga.
El estadio General Nardoza
(legendario militar bisabuelo del Intendente), estaba completo, los medios
gráficos calcularon aproximadamente cuatro mil personas. Tres mil doscientos
“diqueños” y ochocientos estoicos hinchas del Justiniano.
Ya desde temprano, el aguacero fue
impresionante y las graderías, los alambrados, los techos aledaños, los árboles
y hasta los camiones que transportaron a los hinchas duncanos, se vieron
enteramente colmados.
En el Sportivo Verá jugaban los
legendarios Antonieti y Lozano, que poco tiempo después formaron el ala
izquierda de un importante equipo de la Capital. Justamente
el wing izquierdo, Lozano, era el goleador del campeonato.
En cambio en Justiniano Duncan,
eran once laboriosos e ignotos jugadores, que pasaron inadvertidos para el fútbol
profesional.
Todos, menos justamente Teófilo
Sarlenga.
Pobre Teófilo, había pasado las mil
y una durante su infancia y su adolescencia; hasta había viajado a la Capital para operarse las
cuerdas vocales; pero nada, jamás pudo decir una sola palabra.
“El Mudo” era suplente del Bachi
Botaro, el goleador del Justiniano. Pero el muy adoquín, faltando tres fechas
para el final, le ensartó un tremendo ñoqui al juez, por lo que fue suspendido
por dos años.
El partido siguiente lo reemplazó
Pedro Santoro, que hizo el gol del triunfo y en el festejo, el “salame” se
desgarró. Allí surgió la oportunidad del Mudo Sarlenga.
Ya desde el inicio, tanto el barro
como el árbitro lograron su cometido, generaron un partido trabado. El empate
era victoria para el Sportivo y al Justiniano sólo le quedaba una opción,
ganar.
Encima de males a los diez minutos
de juego, el Flaco Solórzano, nuestro half derecho se cortó con un botellazo
que cabeceó, proveniente de un centro tirado desde la tribuna local, con una de
tinto medio llena; teniendo que abandonar la cancha raudamente, rumbo al
Hospital de Justiniano Duncan.
La cosa aún empeoró cuando se
desgarró nuestro wing derecho, el Piti Monsalvo.
Iban veinte minutos de juego y el
Justiniano había realizado las dos variantes permitidas.
Para continuar la mala racha,
faltando dos para terminar el primer tiempo, un mal despeje del Turco Solchaga,
fue a parar al pié izquierdo del zurdo Lozano, quien implacable selló el 1 a 0.
Así fueron al descanso, con el
marcador por la mínima diferencia a favor del cada vez más puntero del
campeonato, el Sportivo Verá.
Hay que imaginar el festejo de los
“diqueños”, que a medida que pasaban los minutos, cada vez parecían más. Hasta
la sonrisa y los gestos demagógicos que dibujaba el Intendente, desde el Palco
de Honor.
No había dudas, la cosa para
Justiniano Duncan, sonaba a mera hazaña, sólo un milagro cambiaría la historia,
que parecía escrita de antemano.
Para proseguir con una tarde negra,
a los cinco del segundo, en un rapto de impotencia el Turco Solchaga, nuestro
“golquiper” le puso una terrible tranca al hábil Antonieti, situación que fue
aprovechada por Solarriaga, el juez más bombero que conocí en mi vida, para
dejarnos con diez hombres.
El Chulo González, con el buzo de
arquero, tomo la posta del Turco y la verdad lo hizo bastante bien.
Uno a cero, con diez hombres, sin
cambios y chapoteando en un verdadero fangal, la historia parecía imposible de
revertirse.
Pero en el fútbol, siempre hay un
pero. La única vez que pasamos la mitad de cancha, el pibe Farías, uno de los
ingresados, colgó la pelota en un ángulo, y a cobrar.
Uno a uno y la cosa pintaba
distinta, tan distinta que los gritos que se escuchaban provenían de la tribuna
colmada del visitante, que en la cancha eran franca minoría.
¡Justiniano, Justiniano! El aliento
bajaba como una ola imaginaria, desde la tribuna, y contagiaba a los jugadores
visitantes.
Los “diqueños”, aspirando a
mantener el empate, se amontonaron atrás formando dos hipotéticas líneas de
cinco jugadores.
Jugando gran parte del segundo
tiempo en cuarenta metros, con el heroico ataque del Justiniano y la estoica
defensa del Sportivo, comenzaron a producirse los roces arteros, fricciones
intencionales y foules innecesarios.
En uno de los tantos avances del
diezmado conjunto visitante, el “Mudo” Sarlenga ingresó al área, encaró a los
centrales, provocando que ambos, al mismo tiempo, lo levantaran arteramente por
el aire. Tal fue el golpe, que el Mudo con un clásico gesto de grito sin voz,
cayó provocando un desparramo de barro, agua y pasto.
Acto seguido, el Morsa Casano fuera
de sí, le puso un mandoble en la cara al “fullback” derecho y el muy atorrante
de Solarriaga, que ya les dije era un bombero, le muestra la roja. Y para
completarla, del penal al Mudo, ni hablar.
Partido liquidado, diría un
conocido relator. Los muy perros del Intendente y sus secuaces, festejaban
alborozados un empate casi sellado.
La cosa cada vez era más cuesta
arriba para los de Justiniano Duncan. Once contra nueve. En realidad, doce
contra nueve y las piernas que ya no respondían.
Por eso decía al comienzo, que
jamás el pueblo “duncano” olvidará ese día. El pueblo y el mismísimo Sarlenga;
que a los cuarenta y tres minutos del segundo tiempo, a los ochenta y ocho del
partido, con la cancha totalmente embarrada, con las piernas que le temblaban
de cansancio, con toda la fiesta local armada, arrancó desde su campo dejando
rivales y guadañazos en el camino, dribleando con la pelota corta haciendo
patito, amagando hacia uno y otro lado. Todo un campo lo separaba del arco del
Sportivo Verá, un campo interminable. Y cuando salió el arquero, suavemente, la
picó por encima de su cabeza, describiendo una hermosa parábola, que terminó
con el balón entrando lentamente en el arco local.
Nunca nos vamos a olvidar de ese
día, un inolvidable día para Justiniano Duncan.
Un inolvidable día para Teófilo
Sarlenga y su loca carrera rumbo a la historia, emulando a un imaginario héroe
en una desapacible tarde de fútbol.
La inolvidable imagen del festejo
del Mudo Sarlenga gritando el gol de su vida, como un verdadero soprano.
Eduardo J. Quintana
del último libro "de fútbol y barrio"
Conseguilo en librerías o en forma virtual en libreriaimaginaria@hotmail.com
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@ejquintana010
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