Ustedes no se imaginan
lo mal que la pasó, todo lo que sufrió. Fueron un par de meses terribles,
difíciles de olvidar. Se cerró en él y si no hubiese sido por su hija y su hijo,
hoy no estaríamos acá disfrutando este momento.
José Gabriel Almada era
un ex jugador de fútbol devenido a director técnico de juveniles. Un estudioso
y obsesionado psicopedagogo que dedicó gran parte de su vida al fútbol. El
retiro lo cruzó muy joven; con tan solo treinta y dos años una reiterada lesión
lo hizo abandonar lo que amaba. Lejos de amilanarse, comenzó el curso de
técnico, que perfeccionó con distintas capacitaciones dedicadas al fútbol
infantil. Pasó el tiempo. Pasó la vida. Casi cincuenta y dos años
ininterrumpidos dedicados al fútbol, desde aquel debut en baby a los nueve
años, hasta esta final esperada, sentado en el banco de suplentes.
“Joe”, como era llamado
José Gabriel desde niño, por su propensión a masticar chicle “Bazooka” durante
todo el día y coleccionar las famosas historietas de “Joe Bazooka” que venían
en el interior de la goma de mascar, había logrado todo tipo de campeonatos,
tanto como jugador, como con casi todas las categorías que manejó. Pero el que
estaba por jugar, el que comenzaba en minutos, era tan especial que merecía que
toda su familia se situara en la tribuna. Miriam, su esposa; Julieta, su esposo
y sus tres hijos; Juan, su esposa y sus dos hijos, una banda propia que se
juntaba por primera vez para ver un partido, en el cual, su padre dirigía a uno
de los equipos.
Merecía este presente por
aquella deconstrucción que había iniciado una década atrás, que se debía pura y
exclusivamente a una charla con sus hijos, en momentos que cursaban la
secundaria. Julieta con diecisiete y Juan con quince, le dieron una lección tal,
que hicieron que su padre viviese hoy esta situación particular.
“Joe” era el menor de
cuatro hermanos varones, nacidos y criados en un pueblo alejado. Su padre, ya
grande con el nacimiento de su primer hijo, parecía el abuelo de su cuarto hijo
y sus hermanos mayores los padres. En el seno de una familia patriarcal, la
madre era la encargada de los quehaceres domésticos y una figura decorativa en
la toma de las decisiones, asumiendo el “romanticismo” de esa situación. Así
creció en su primera etapa de vida, hasta que viajo a la ciudad para jugar al
fútbol grande. Allí lo recibió su tío Joaquín, hermano de su padre y con sus
mismas características machistas, mayoritariamente típicas de esa etapa de la
humanidad. Solterón, jugador y mujeriego; hombre de hipódromos, garitos y
cabarets. Ningún ejemplo que imitar para José Gabriel. Secundaria en una
escuela industrial que abandonó cuando los horarios comenzaron a juntarse con
el fútbol, que en ese momento era prioridad, tanto para él, como para su tío y
tutor.
Su personalidad, su cotidiana
forma de vivir y, sobre todo, esa herencia de familia, le crearon una visión de
género carente de perspectiva de género y en ese sentido, el fútbol, era una de
sus máximas expresiones patriarcales. Obviamente, formado de dicha manera,
buscó para convivir una mujer sumisa como Miriam, con quien contrajo matrimonio
y formó una familia, que fue reciclándose con el nacimiento, primero de su hija
y luego del varón.
Ahora, ¿en qué se
concatena la historia con este final? En verdad, si en la historia no hubiesen
existido Julieta y Juan, hoy estarían en su casa, en el jardín, tomando unos
mates, con los niños correteando por ahí. Pero el destino quiso, que aquella
tarde lluviosa de jueves, cuando “Joe” le explicaba a Miriam que iba a
renunciar a la dirección técnica del baby del club, su hija y su hijo
estuviesen presentes y prestaran atención. El día anterior, el encargado de
fútbol del club le había pedido que sume a una niña a la categoría correspondiente.
En la cabeza de “Joe” el fútbol era de hombres y no cabía que una mujer lo
practique. No entendió las explicaciones de los directivos, ni el consejo de
Miriam para que tome un tiempo para pensarlo. La negativa fue clara y terminante.
Pasó ese jueves, pasó
el viernes y el sábado, por la mañana, sentado junto a la mesita del jardín y
sorpresivamente, Julieta y Juan pidieron tener una charla familiar, que
obviamente se desarrolló con mate y facturas. Fue un desayuno único y distinto.
Fue un día lleno de enseñanza. Tomó la palabra Julieta, que ya había
incursionado en marchas feministas, con su pañuelo verde siempre presente y una
cabeza abierta en un tiempo diferente, distinto, mejor. Allí le planteó a “Joe”
que habían escuchado la charla con Miriam sobre su decisión con el club y que
no la compartía, ni ella ni Juan.
Habían cambiado los
tiempos y las mujeres empoderadas habían ganado derechos que terminarían
germinando para dar paso a una sociedad mejor. Juan, a su lado, no solo
asentía, sino que aseguraba que ya no había vuelta atrás. Que debía
“aggiornarse” a la nueva época y que ella ponía la figura de la mujer ubicada a
la par del hombre, con los mismos derechos. El fútbol como parte importante de
la sociedad, daba paso a las niñas para empezar un cambio en la humanidad que
no tenía retroceso. “Joe” escuchaba atentamente, mientras miraba fijamente a
Miriam, que levantaba las cejas en señal “que las cosas eran así”.
Julieta tenía un
discurso profundo y formado en el hecho de haber desaprendido todo lo que le
habían inculcado desde niña como normal. Le hablaba a su padre e indirectamente
a su madre de la “Ley Micaela”, de la “ESI”, de la Ley de Identidad de Género. Sabía
dónde tocar y entendía el juego de convencer. Juan la ayudaba mucho desde su
visión masculina moderna por fuera de la lógica patriarcal, que se gestaba en
la convivencia con su hermana y compañeras de colegio. El padre perdía su
mirada en los rosales, en la bombilla del mate y en los ojos de Miriam.
La charla iba llegando
a su fin, pero antes Julieta asestó el golpe final. Le habló de esa periodista
jovencita que tanto alababa “Joe” por su frescura y su inteligencia, la del
canal de noticias que siempre miraba cuando estaba en casa y fue allí que le
mostró con su celular, un video en el cual se defendía ante los ataques de un
inescrupuloso machista. Quedó impactado, en silencio, viviendo un mundo que se
había terminado, una vida que había cambiado y fue ahí donde se cerró en su ser
interior. Pensó, soñó, hurgó en su pasado y delineó su futuro. Sus hijos le
habían dejado una enseñanza, un mensaje humano inolvidable e invalorable, que
lo llevó a vivir esta coyuntura especial.
Momento de buscar ganar el campeonato, inculcando pelota al piso, cabeza levantada, toque sutil, salida
limpia, valores futbolísticos y, sobre todo, igualdad en la diversidad. Allí
estaba “Joe”, el director técnico, que buscaría el primer título para el fútbol
femenino del club…
Cuento inédito
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