Ni
bien el árbitro italiano pitó el final del partido semifinal y ya consumado el
3 a 0 sobre Croacia, nos abrazamos con Mariela y lloramos. No había muchas
cosas que nos hiciesen tan felices en estos tiempos difíciles y el fútbol era
parte de ese cable a tierra que necesitamos para sobrevivir épocas socialmente
complicadas.
En
ese abrazo y cruces de miradas, salió un repentino: ¿Vamos…?
Ese
vamos implicaba muchas cosas: Vamos y nos olvidamos los problemas. Vamos y
gastamos los ahorros de hace tantos años para cambiar el auto. Vamos y traemos
la tercera Copa.
Vamos…
En Argentina nací,
tierra del Diego y Lionel. De los pibes de Malvinas, que jamás olvidaré…
El
miércoles por la mañana nos pusimos en campaña para actualizar el pasaporte,
averiguar por los pasajes y la estadía. El tema más difícil era conseguir las
entradas. El jueves contrarreloj todo estaba solucionado y el vuelo saldría el
mismo viernes por la mañana.
Solo
había un tema pendiente, el pedido de permiso de los días en el trabajo. El
martes, el jefe me los había negado, el miércoles se repitió la historia, el
jueves hablé con José María, mi amigo médico, y conseguí dos certificados por
24 y por 72 horas. El jueves comencé con “presuntos síntomas” y el viernes,
mensaje mediante, avisé qué, por prescripción médica, pasaría 24 horas de
reposo.
No te lo puedo
explicar, porque no vas a entender, las finales que perdimos cuantos años la
lloré…
La
Selección Argentina jugaría el domingo, su sexta final. Salvo aquella en
Uruguay de 1930, había estado presente en las otras cinco. En el Monumental
1978 y en México 1986, presencié las vueltas olímpicas, en Italia 1990 y Brasil
2014 los subcampeonatos. Ahora a suerte y verdad presenciaría junto a mi esposa
la sexta final con Francia en Catar.
Había
visto levantar la copa a Daniel Passarella y a Diego Maradona. Soñaba con ver a
Lionel Messi, sin dudas el mejor jugador del Siglo XXI. Tenía el póster con la
Copa América alzada en manos del diez y soñaba con cambiarla para que dicha
copa sea la del mundo.
Pero eso terminó
porque en el Maracaná, la final con los brazucas la volvió a ganar papá…
Salvo
la Copa ganada en el Mundial 1978, que se jugó de local, las demás fueron con
mucho sacrificio económico. Para México, sin Mariela y junto a otros cuatro
amigos, vendimos flores en una esquina, pirotecnia para las fiestas, helados en
verano y todo lo que tuvimos a nuestro alcance para cubrir el viaje, las
entradas y la estadía.
Para
Italia ´90, todo fue distinto. El país vivía una situación extremadamente
difícil, hiperinflación, nuevo gobierno y con Mariela, matrimonio. Habíamos
guardado la luna de miel para ir a Nápoles. Teníamos familia italiana y
aprovechamos para quedarnos todo el torneo. Fue el Mundial del sufrimiento, de
Diego, el Cani y los penales atajados por Goyco.
La
quinta final fue en el año 2014, en Brasil y allí viajamos con la familia
completa, Mariela y nuestros dos hijos, siempre con la ilusión intacta y con un
gran equipo. Nos quedamos en la puerta y lloramos mucho. Creímos merecer
levantar la Copa que se nos negaba desde hacía mucho tiempo.
Muchachos,
ahora nos volvimos a ilusionar. Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón
mundial…
Ganaba
bien en mi trabajo y tenía un buen pasar, pero un viaje como este, a un lugar
tan lejano dejaba secuelas económicas innegables. Pero ya estaba todo armado,
valijas, viaje, estadía, entradas, el engaño en el trabajo, con la cubierta de
un par de compañeros, que sabrían la situación y un cúmulo de ilusiones
postergadas a través del tiempo. Era el momento exacto y había que estar
presentes.
El viernes a la mañana partimos en un vuelo de treinta horas, con escalas en
San Pablo, Barcelona y Estambul. Llegar a Doha, descubrir otra cultura,
amucharte en la euforia y disfrutar.
Y al Diego, desde
el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con La Tota alentándolo a Lionel…
El día de la final esperada llegó. El imponente “Estadio
Lusail” se fue llenando de alegría, de emociones fuertes, de esperanzas
compartidas. El celeste y blanco se fue adueñando de gran parte de las gradas. Con
Mariela mirábamos todo, hasta cuando en un lapso del partido nos enfocaron en
la pantalla gigante, para todo el mundo. Nuestra Selección ganó el partido con
sufrimiento, pero merecidamente y todo el planeta tuvo ese momento esperado,
cuando Lionel Messi levantó la Copa. Lo queríamos por él, por su familia, por
su Rosario y por todos los argentinos.
El abrazo con Mariela otra vez por pantalla
gigante, me expuso ante el mundo, ante nuestros amigos, ante el barrio y ante mi
jefe. Ya no tendría trabajo a la vuelta, pero tendría en el corazón grabada la
tercera Copa y les juro que nada importaba…
Cuento inédito
IG: eduardo.quintana961
Facebook y Twitter: @ejquintana010
En un marco de relato futbolero convencional, el muy buen hallazgo de dos puntos de quiebre, el sugestivo "¿Vamos?" y el abrazo en pantalla gigante tras la inesperada aparición en pantalla gigante. Bien ahí!!!
ResponderEliminarGracias Emilio. Valoro tu mensaje...
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