Formar
una pareja no es cosa de todos los días; consolidarla en estos tiempos es casi
una fantasía que logran muy pocas.
Rolo
y Ceci eran justamente eso, una pareja consolidada en todos sus aspectos. Diez
años de casados, ambos con buen trabajo, casa propia, un auto cada uno y muchos
amigos que se preguntaban qué podría haber ocurrido para tomar semejante
decisión echando por la borda tanto tiempo de amor.
Es
que eran inseparables y, a la luz del resto, la pareja perfecta. Eran la
envidia de las chusmas del barrio, el fin que cualquier pareja perseguía. La
única diferencia era el fútbol. Cecilia era simpatizante de Huracán, por
herencia paterna y sentido de pertenencia al barrio más porteño de todos,
Parque de los Patricios. La quemera había nacido en Rondeau y La Rioja, a un
par de cuadras del parque.
Rolando
se crió en Barracas y, como mucha gente de ese barrio, era hincha de Racing
Club de Avellaneda. Si bien eran dos grandes del fútbol argentino, no eran
acérrimos rivales. Simplemente, eran sufridos clubes nacidos en barriadas
obreras a principio del Siglo XX.
Tanto
Ceci como Rolo eran seguidores de sus equipos. Ella con toda su familia se
situaba en la platea Masantonio. Él era tipo de tribuna popular, de barra de
amigos y de fidelidad plena a la celeste y blanca. Pero el fútbol los dividía
solamente los días de partido, que a veces coincidían y otras veces no.
Pero
ese amor por la Academia que sentía Rolo hizo que, con el devenir del fútbol
femenino, comenzara a seguir partido a partido a “Las Pibas” del primer equipo
de Racing. Y no es que eso molestara a Ceci, pero sí sentó la primera gran
diferencia entre ellos. A Rolo le gustaba el fútbol femenino y a Ceci no. Rolo tenía
a su ídola en el fútbol jugado por mujeres y Ceci no sabía ni cómo formaba su
querido Huracán.
¿Quién
era la ídola de Rolo? Se preguntarán la gran mayoría. Su ídola era la temible
centrodelantera Rocío Alejandra Bueno. Pero muchos la tienen varios escalones
más abajo que Milito y Licha; para él no. Rolo la siente ídola y como tal la
defiende a ultranza.
Volviendo
a la pareja perfecta, nadie, pero absolutamente nadie, podía imaginar el motivo
de la separación. Porque esa era la noticia, Rolo y Ceci se habían separado. No
había otro hombre, ni otra mujer, ni siquiera problemas familiares. Tampoco
discusiones.
Todo
comenzó con un simple portarretrato. Una mesa con varios cuadritos de los
distintos ídolos de Huracán y Racing en partes iguales y sin espacio para nada
más. Cuando Racing le ganó el clásico a Independiente, a Rolo se le ocurrió
armar un nuevo cuadrito con una foto de Rocío Bueno con el gesto de homenaje a
su ídolo, Lisandro López. Pero para poner ese retrato, tuvo que correr el de
Javier Pastore y, al encimarlo con el del Loco Houseman, cayó y se le rompió el
vidrio. Rolo lo tomó como un accidente y lo volvió a poner encima de la mesa,
con el vidrio rajado.
Nada
hacía prever las consecuencias de dicho acto. Pero cuando volvió Ceci y se dio
cuenta de la rotura, no tuvo mejor idea que, como venganza, hacer desaparecer
el cuadro de Rocío.
Todo
siguió con normalidad y nada hacía vaticinar el desenlace final. Porque era
algo menor y sabiendo cómo se llevaban Rolo y Ceci, se solucionaba con una
charla. Por eso el entorno familiar y los amigos se sorprendieron de
sobremanera y se pusieron a investigar los motivos que llevaron a la disolución
de la pareja.
El
problema fue la pared de la habitación que hacía las veces de living. Cuando
chusmearon que el motivo era una simple pared, pensaron en desidia de Rolo de
no arreglar una cañería rota. Pero no, no había problemas de humedad.
Todo
ocurrió una noche, cuando Ceci volvió del Ducó donde el Globo había perdido su
partido. Rolo la esperaba con la comida preparada y todo el amor del mundo. Fue
allí cuando Ceci se dirigió a la habitación y gritó:
- ¿Qué es esto, Rolo…?
A
los gritos, insultando fuerte y agresivamente, se acercó a Rolo pidiendo
explicaciones.
- ¿Qué hiciste, Rolo? ¿Qué hiciste…?
Y
sin mediar palabra le asestó una bofetada, tomó su campera, su cartera y se fue
del departamento.
Allí
quedó Rolo, solitario y con su cachete rojo.
Allí
quedó Rolo sentado en el sillón de la habitación, admirando la pared en
cuestión.
Allí
quedó Rolo admirando los tres metros de ancho por tres de alto de esa hermosa
figura que, con el brazo derecho levantado y el izquierdo doblado, apoyando su
dedo índice en la sien, grita el gol de la victoria con el manto celeste y
blanco en el pecho y el escudo en el corazón.
Allí
estaba Rolo, frente a frente con Rocío y el gol…
Cuento inédito
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