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miércoles, 24 de julio de 2024

Rocío y el gol

 

Formar una pareja no es cosa de todos los días; consolidarla en estos tiempos es casi una fantasía que logran muy pocas.

Rolo y Ceci eran justamente eso, una pareja consolidada en todos sus aspectos. Diez años de casados, ambos con buen trabajo, casa propia, un auto cada uno y muchos amigos que se preguntaban qué podría haber ocurrido para tomar semejante decisión echando por la borda tanto tiempo de amor.

Es que eran inseparables y, a la luz del resto, la pareja perfecta. Eran la envidia de las chusmas del barrio, el fin que cualquier pareja perseguía. La única diferencia era el fútbol. Cecilia era simpatizante de Huracán, por herencia paterna y sentido de pertenencia al barrio más porteño de todos, Parque de los Patricios. La quemera había nacido en Rondeau y La Rioja, a un par de cuadras del parque.

Rolando se crió en Barracas y, como mucha gente de ese barrio, era hincha de Racing Club de Avellaneda. Si bien eran dos grandes del fútbol argentino, no eran acérrimos rivales. Simplemente, eran sufridos clubes nacidos en barriadas obreras a principio del Siglo XX.

Tanto Ceci como Rolo eran seguidores de sus equipos. Ella con toda su familia se situaba en la platea Masantonio. Él era tipo de tribuna popular, de barra de amigos y de fidelidad plena a la celeste y blanca. Pero el fútbol los dividía solamente los días de partido, que a veces coincidían y otras veces no.

Pero ese amor por la Academia que sentía Rolo hizo que, con el devenir del fútbol femenino, comenzara a seguir partido a partido a “Las Pibas” del primer equipo de Racing. Y no es que eso molestara a Ceci, pero sí sentó la primera gran diferencia entre ellos. A Rolo le gustaba el fútbol femenino y a Ceci no. Rolo tenía a su ídola en el fútbol jugado por mujeres y Ceci no sabía ni cómo formaba su querido Huracán.

¿Quién era la ídola de Rolo? Se preguntarán la gran mayoría. Su ídola era la temible centrodelantera Rocío Alejandra Bueno. Pero muchos la tienen varios escalones más abajo que Milito y Licha; para él no. Rolo la siente ídola y como tal la defiende a ultranza.

Volviendo a la pareja perfecta, nadie, pero absolutamente nadie, podía imaginar el motivo de la separación. Porque esa era la noticia, Rolo y Ceci se habían separado. No había otro hombre, ni otra mujer, ni siquiera problemas familiares. Tampoco discusiones.

Todo comenzó con un simple portarretrato. Una mesa con varios cuadritos de los distintos ídolos de Huracán y Racing en partes iguales y sin espacio para nada más. Cuando Racing le ganó el clásico a Independiente, a Rolo se le ocurrió armar un nuevo cuadrito con una foto de Rocío Bueno con el gesto de homenaje a su ídolo, Lisandro López. Pero para poner ese retrato, tuvo que correr el de Javier Pastore y, al encimarlo con el del Loco Houseman, cayó y se le rompió el vidrio. Rolo lo tomó como un accidente y lo volvió a poner encima de la mesa, con el vidrio rajado.

Nada hacía prever las consecuencias de dicho acto. Pero cuando volvió Ceci y se dio cuenta de la rotura, no tuvo mejor idea que, como venganza, hacer desaparecer el cuadro de Rocío.

Todo siguió con normalidad y nada hacía vaticinar el desenlace final. Porque era algo menor y sabiendo cómo se llevaban Rolo y Ceci, se solucionaba con una charla. Por eso el entorno familiar y los amigos se sorprendieron de sobremanera y se pusieron a investigar los motivos que llevaron a la disolución de la pareja.

El problema fue la pared de la habitación que hacía las veces de living. Cuando chusmearon que el motivo era una simple pared, pensaron en desidia de Rolo de no arreglar una cañería rota. Pero no, no había problemas de humedad.

Todo ocurrió una noche, cuando Ceci volvió del Ducó donde el Globo había perdido su partido. Rolo la esperaba con la comida preparada y todo el amor del mundo. Fue allí cuando Ceci se dirigió a la habitación y gritó:

-       ¿Qué es esto, Rolo…?

A los gritos, insultando fuerte y agresivamente, se acercó a Rolo pidiendo explicaciones.

-       ¿Qué hiciste, Rolo? ¿Qué hiciste…?

Y sin mediar palabra le asestó una bofetada, tomó su campera, su cartera y se fue del departamento.

Allí quedó Rolo, solitario y con su cachete rojo.

Allí quedó Rolo sentado en el sillón de la habitación, admirando la pared en cuestión.

Allí quedó Rolo admirando los tres metros de ancho por tres de alto de esa hermosa figura que, con el brazo derecho levantado y el izquierdo doblado, apoyando su dedo índice en la sien, grita el gol de la victoria con el manto celeste y blanco en el pecho y el escudo en el corazón.

Allí estaba Rolo, frente a frente con Rocío y el gol…


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

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