Bienvenidos



Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








domingo, 18 de diciembre de 2022

Decisión tomada

 

Ni bien el árbitro italiano pitó el final del partido semifinal y ya consumado el 3 a 0 sobre Croacia, nos abrazamos con Mariela y lloramos. No había muchas cosas que nos hiciesen tan felices en estos tiempos difíciles y el fútbol era parte de ese cable a tierra que necesitamos para sobrevivir épocas socialmente complicadas.

En ese abrazo y cruces de miradas, salió un repentino: ¿Vamos…?

Ese vamos implicaba muchas cosas: Vamos y nos olvidamos los problemas. Vamos y gastamos los ahorros de hace tantos años para cambiar el auto. Vamos y traemos la tercera Copa.

Vamos…

 

En Argentina nací, tierra del Diego y Lionel. De los pibes de Malvinas, que jamás olvidaré…

 

El miércoles por la mañana nos pusimos en campaña para actualizar el pasaporte, averiguar por los pasajes y la estadía. El tema más difícil era conseguir las entradas. El jueves contrarreloj todo estaba solucionado y el vuelo saldría el mismo viernes por la mañana.

Solo había un tema pendiente, el pedido de permiso de los días en el trabajo. El martes, el jefe me los había negado, el miércoles se repitió la historia, el jueves hablé con José María, mi amigo médico, y conseguí dos certificados por 24 y por 72 horas. El jueves comencé con “presuntos síntomas” y el viernes, mensaje mediante, avisé qué, por prescripción médica, pasaría 24 horas de reposo.

 

No te lo puedo explicar, porque no vas a entender, las finales que perdimos cuantos años la lloré…

 

La Selección Argentina jugaría el domingo, su sexta final. Salvo aquella en Uruguay de 1930, había estado presente en las otras cinco. En el Monumental 1978 y en México 1986, presencié las vueltas olímpicas, en Italia 1990 y Brasil 2014 los subcampeonatos. Ahora a suerte y verdad presenciaría junto a mi esposa la sexta final con Francia en Catar.

Había visto levantar la copa a Daniel Passarella y a Diego Maradona. Soñaba con ver a Lionel Messi, sin dudas el mejor jugador del Siglo XXI. Tenía el póster con la Copa América alzada en manos del diez y soñaba con cambiarla para que dicha copa sea la del mundo.

 

Pero eso terminó porque en el Maracaná, la final con los brazucas la volvió a ganar papá…

 

Salvo la Copa ganada en el Mundial 1978, que se jugó de local, las demás fueron con mucho sacrificio económico. Para México, sin Mariela y junto a otros cuatro amigos, vendimos flores en una esquina, pirotecnia para las fiestas, helados en verano y todo lo que tuvimos a nuestro alcance para cubrir el viaje, las entradas y la estadía.

Para Italia ´90, todo fue distinto. El país vivía una situación extremadamente difícil, hiperinflación, nuevo gobierno y con Mariela, matrimonio. Habíamos guardado la luna de miel para ir a Nápoles. Teníamos familia italiana y aprovechamos para quedarnos todo el torneo. Fue el Mundial del sufrimiento, de Diego, el Cani y los penales atajados por Goyco.

La quinta final fue en el año 2014, en Brasil y allí viajamos con la familia completa, Mariela y nuestros dos hijos, siempre con la ilusión intacta y con un gran equipo. Nos quedamos en la puerta y lloramos mucho. Creímos merecer levantar la Copa que se nos negaba desde hacía mucho tiempo.

 

Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial…

 

Ganaba bien en mi trabajo y tenía un buen pasar, pero un viaje como este, a un lugar tan lejano dejaba secuelas económicas innegables. Pero ya estaba todo armado, valijas, viaje, estadía, entradas, el engaño en el trabajo, con la cubierta de un par de compañeros, que sabrían la situación y un cúmulo de ilusiones postergadas a través del tiempo. Era el momento exacto y había que estar presentes.
El viernes a la mañana partimos en un vuelo de treinta horas, con escalas en San Pablo, Barcelona y Estambul. Llegar a Doha, descubrir otra cultura, amucharte en la euforia y disfrutar.

 

Y al Diego, desde el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con La Tota alentándolo a Lionel…

 

El día de la final esperada llegó. El imponente “Estadio Lusail” se fue llenando de alegría, de emociones fuertes, de esperanzas compartidas. El celeste y blanco se fue adueñando de gran parte de las gradas. Con Mariela mirábamos todo, hasta cuando en un lapso del partido nos enfocaron en la pantalla gigante, para todo el mundo. Nuestra Selección ganó el partido con sufrimiento, pero merecidamente y todo el planeta tuvo ese momento esperado, cuando Lionel Messi levantó la Copa. Lo queríamos por él, por su familia, por su Rosario y por todos los argentinos.

El abrazo con Mariela otra vez por pantalla gigante, me expuso ante el mundo, ante nuestros amigos, ante el barrio y ante mi jefe. Ya no tendría trabajo a la vuelta, pero tendría en el corazón grabada la tercera Copa y les juro que nada importaba…


(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

IG: eduardo.quintana961

Facebook y Twitter: @ejquintana010



martes, 13 de diciembre de 2022

El plan de Marcos

 

-          Yo les dije que podía salir mal…

Fue la única frase que deslizó Marcos en todo el día. Su bronca era incontenible, su desazón proporcional al problema causado a sus amigos.

Minutos antes del partido con Holanda y que, a la postre, clasificó a la Selección Nacional a semifinales, Marcos fue a la panadería a comprar facturas para acompañar los mates en el partido y se encontró con “Don Ventura”.

-          ¿Cómo le va vecino?

-          Bien Don Ventura –mientras su mano derecha se tomaba el testículo izquierdo- ¿Va a ver el partido?

-          Por supuesto y si gana, y pasa a la semifinal, viajo a Catar.

Fue un baldazo de agua fría para Marcos. Don Ventura, se llamaba Jorge Gómez, tenía alrededor de sesenta años y fue apodado en el barrio como aquel personaje de mediados del siglo pasado de una película llamada “Fúlmine”, protagonizada por Pepe Arias, un queridísimo actor argentino. Así lo había bautizado el barrio, por decenas de acciones infortunadamente negativas. Él parecía no sentirse afectado, ni entender el significado de lo que rodeaba su apodo.

Marcos caminó los ochenta metros de la panadería a su casa en otra órbita, con la mente en blanco, sin poder determinar la magnitud de lo que había escuchado de la boca de Don Ventura: “si gana, y pasa a la semifinal, viajo a Catar”

Lo habló con sus amigos del barrio, hicieron todo lo que un “cabulero” haría, se vistió igual, se sentó en el mismo lugar, comió las facturas, tomó mate, solo varió una cosa: escribió en un papel “Jorge Gómez – Don Ventura” y lo metió en el freezer.

El “si gana y pasa a la semifinal” dicho por Don Ventura podría ser un boomerang y había que contrarrestarlo. El “si gana y pasa a la semifinal, viajo a Catar” sería cosa de estudiarlo, consumado el partido con Holanda.

En cuatro horas, todo el pueblo festejaba la victoria por penales y el paso a la siguiente ronda. Eran solo dos pasos para la gloria, pero esa gloria podría ser pisoteada por las desventuras de Don Ventura, si viajaba. Aquel “Fúlmine” de la película, este “Fúlmine” en Catar.

El lunes, Marcos tenía diseñado el plan que era muy arriesgado, pero infalible. Él personalmente se acercaría a Don Ventura, para averiguar el día y el número de vuelo, se lo transmitiría a Yiyo, uno de sus mejores amigos, para que prepare algo que demuestre que viajaría en el mismo vuelo. Marcos, nuevamente, sería quien le acercaría la propuesta de llevarlo al Aeropuerto de Ezeiza, el mismo día que a su amigo.

En la autopista, a la altura de los bosques, Titi con su moto, aparearía al auto, me mostraría un arma de juguete e instaría a desviarme del camino hacia la arboleda. Una vez allí le pondríamos una bolsa en la cabeza y le sacaríamos el pasaje, para destruirlo inmediatamente. Después al baúl y de allí a casa de Yiyo, que tenía el garaje vacío y una habitación donde tenerlo unas horas, hasta que salga el último vuelo a Catar.

Llegamos al garaje de Yiyo, quien abrió el portón automático para ingresar directamente. Una vez en el interior, bajaron a Don Ventura y lo llevaron a la habitación que estaba preparada con un sillón esposas y cadenas. Ventanas tapadas con papel, luz muy tenue y un ventilador de techo que removía el aire. Le quitaron la bolsa de la cabeza, le colocaron una mordaza y una venda en los ojos. Lo dejaron solo.

 

-          Yo les dije que podía salir mal…

-          No entiendo –acota Titi- cómo se nos pudo pasar por alto.

-          Boludos, somos tres boludos.

Con esa aseveración de Yiyo, llegó el silencio. No se escuchaba nada, el lugar era hermético. Según los cálculos de Marcos, irían treinta minutos del segundo tiempo y no había noticias. Ni siquiera nos habían permitido tener una radio. Una potente explosión de júbilo, que traspasó los muros, marcaba que, la semifinal de la Copa del Mundo, había finalizado con victoria de la Selección Argentina frente a Croacia

Habían conseguido cumplir el objetivo, Don Ventura, el negativo del barrio, no viajó a Catar y no había cometido ninguna de sus tropelías maléficas.

El sueño de jugar la sexta final de la Copa del Mundo para el país, justificaba todas las acciones programadas y si no hubiese sido por el GPS de Don Ventura, Yiyo, Titi y Marcos, estarían festejando el triunfo fuera de la celda…



(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

IG: eduardo.quintana961

Facebook y Twitter: @ejquintana010

viernes, 9 de diciembre de 2022

La confesión de Willy

 

 

El viernes era feriado. Ese raro invento llamado “feriado puente” para incentivar el turismo. Serían cuatro días donde todos aquellos a quienes no les gustara el fútbol, podrían viajar a visitar algún lugar turístico. Seguramente los menos, los otros, los que sentían el fútbol como algo más que un deporte, esa gran mayoría de fieles del deporte pasión, utilizarían el feriado para preparar los detalles cabuleros y tomarían ese feriado como aquel 9 de julio, en el cual “Romerito” se convirtió en héroe.

En la semana se comunicaron Manuel y Florencia para combinar el asado. Eran cuatro hermanos, dos varones y dos chicas. Manuel se encargó de hablar con Pedro y Florencia con Julia. Los cuatro, en realidad, las cuatro parejas y sus hijos verían el partido juntos como en aquel maravilloso Mundial 2014.

Aquel fue asado en el quincho de la casa de Manuel, este iba a ser asado en el quincho en casa de Manuel.

Pedro puso el vino aquella vez, Pedro pondría el tinto esta vez. Florencia se encargaba de las ensaladas como ayer y Julia del helado. Todo estaba preparado, se juntarían a las doce, para la picada viendo a Brasil y almorzar esperando Argentina – Holanda.

En ocho años habían cambiado algunas cosas. El quincho tenía acondicionador de aire, el Smart TV nuevo era de 75 pulgadas, Holanda ya no era Holanda, sino Países Bajos y la familia era más numerosa. Habían nacido tres nuevos integrantes Pipi y Samy hijos de Pedro y Sol, la hija de Julia con su nueva pareja, Willy. Atrás había quedado su ex pareja, con quien Julia tenía a Milo, quien obviamente, estaba presente.

A las diez, Manuel y su hijo Benjamín prendieron el fuego. Mientras Fernanda, la pareja del anfitrión y Bautista acomodaban las cosas en la mesa. Florencia y Mariela, madre e hija preparaban las ensaladas y la picada. Un rato antes del mediodía, llegaron los más chicos, Pedro con su familia y Julia con Willy, que nunca había comido un asado en casa de sus cuñados y los dos niños.

Ese tema de Willy, quien no había estado en 2014 se trató anteriormente, pero para que Julia no se ofenda quedó en la intimidad. Su pasado era casi desconocido, la familia había quedado muy conectada con el papá de Milo, ex marido de Julia.

Willy no se llamaba Guillermo, se llamaba Fernando y era un muchacho moderno, que trabajaba en un broker de bolsa y ostentaba un muy buen pasar económico, algo que en la familia de su pareja no era para nada producto de envidia.

En el medio del asado Brasil y Croacia iban a alargue. Antes de terminar Croacia eliminaba a Brasil y todo era fiesta. Corrieron la mesa, prepararon el quincho como cine, sirvieron el helado y mientras lo tomaban, comenzaban la previa.

La charla era intensa y con voz alta, señal de nervios. En una de esas intervenciones, Pedro dice:

-       Fernando, pregunta del millón: ¿Por qué Willy…?

Era una pregunta que no encontraba respuesta en la lógica y que ni siquiera Julia, que lo conoció con ese apodo, sabía.

-       La historia se remonta a muchos años -explica Willy con vos ceremoniosa- estaba en tercer año la secundaria.

-       ¿Año…? Pregunta Florencia

-       Tercer año lo hice en 1978, el año del Mundial.

Ya instantáneamente se enteraron que Willy era bastante más grande que Julia, que había nacido en 1986. Pero como en el amor no existen diferencias de edad, jamás se había planteado en conversación alguna, ya que Willy tenía aspecto de cuarentón.

-       ¿Sesenta años tenés? Pregunta Manuel

-       Cincuenta y nueve. Cumplo sesenta el año próximo.

Willy que toma la palabra y cuenta:

-       Tengo un gemelo, llamado Sergio

Se quedaron todos en silencio, era algo que no sabían en la familia.  Solo Julia conocía esa historia, pero como Sergio vivía en Canadá, no se conocían personalmente.

-       En el Mundial de 1978 había unos gemelos muy famosos, medios colorados como nosotros, a quienes empezamos a imitar.

Manuel miró a Florencia y esta, a su vez, a su marido Javier. Eran de la misma generación que Willy y sabían de quienes hablaban.

-       ¿Hablás de los gemelos holandeses…?

Y a la pregunta de Javier, Willy responde con la sinceridad de quien no siente el fútbol.

-       Sí, Willy y René Van de Kerkhof…

Todos se miraron y la pareja de Julia que remata.

-       Nos peinábamos igual y nos compramos las dos camisetas de Holanda con el número 10 y el apodo “René”, y el 11 con el “Willy” en la espalda…

Un silencio se hizo carne en todo el quincho

-       ¿La camiseta de Holanda dijiste, Willy…? Preguntó su pareja, Julia.

-       ¿Holanda…Países Bajos…? Dice Milo, el hijo de su pareja.

-       Sí, la camiseta de “La Naranja Mecánica” -acota Willy- De Holanda del ’78.

-       ¿Vos decís qué te dicen Willy por un holandés que jugaba en el año del pedo?

Y ante el silencio del resto de la familia, Julia se levanta, le deja la bebé a Florencia y le dice a Willy:

-       Te voy a pedir que te vayas a verlo a otro lado…

-       ¿Cómo…?

-       Fue clara Julia, Willy…Comenta Manuel.

-       Estoy hablando con Julia, no con vos…

Ahí se levantaron Pedro y Javier, con otro tono:

-       No le contestes así a Manuel…

-       ¡Estás en su casa, salame…!

Fue Pedro el que esbozó algo así como: “acá estás demás”.

Eran una familia muy unida y evidentemente, después del embarazo, las cosas entre Willy y Julia no estaban tan bien, como para que la madre de Milo y Sol no salga a defender a su pareja.

Fue algo inesperado. A minutos de un momento importante una discusión fuerte y una reacción aún peor. Willy se fue enojado, la familia quedó sola y los primeros minutos fueron en el más absoluto silencio. No había reacción posible ante lo acontecido y la tensión de un partido durísimo.

El gol de Molina, rompió el hielo…

Fue una hermosa fiesta, un momento de desazón, una vuelta a la esperanza, un terrible sufrimiento, mucho nervio, mucho grito y, sobre todo, unión familiar. Como en 2014, el final fue a puro canto, plena emoción y victoria, hermosa victoria.

La familia unida por el fútbol y el émulo de Willy Van de Kerkhof, yéndose a su casa.

Como correspondía…

(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

IG: eduardo.quintana961

Facebook y Twitter: @ejquintana010


sábado, 3 de diciembre de 2022

Consejos de Doña Chicha

 

Me desperté sobresaltado, no era un sábado más. Sudoroso, mal dormido, con la boca reseca y demás está decir, preocupado. Preocupado porque pasamos del derrotismo propio del pueblo desilusionado, a un exitismo difícil de manejar.

No sé cómo explicar mi estado de ánimo. Podría definirlo como estado de ansiedad:

“Afección por la que una persona tiene preocupación y sentimientos de miedo, terror o intranquilidad excesivos”

Eso era lo que vivía...

Mi esposa no estaba y llegaría a casa a la hora del partido. Solo, me fui a caminar y despejarme. Era imposible. Los balcones adornados con banderas celestes y blancas, los autos circulando por la avenida tocando bocina y la gente con camiseta de la selección, era mayoría. Imposible abstraerse.

No duré mucho caminando, entre el calor y los nervios tomé la decisión de volver al departamento. Al entrar, me encontré con uno de los vecinos con quien más confianza tenía.

-       Toto ¿Cómo estás?

-       Bien Daniel, menos nervioso que otras veces -contestó mi vecino- después de lo de México y Doña Chicha, estoy más tranquilo.

No reaccioné inmediatamente, treinta segundos tardé en hilvanar a Doña Chicha con la vecina del edificio.

Doña Chicha, era una mujer nacida en Luque, Paraguay. Su nombre era Ramona Azucena Zunilda Salcedo Benítez, Doña Chicha para todos los vecinos. Una mujer dedicada al prójimo. Tiraba las cartas, curaba el empacho, deshacía nudos, entre tantas cosas supersticiosas. Se la conocía por hacer siempre el bien y en la mayoría de las ocasiones, gratis. Sus proezas la hacían una mujer querida en el vecindario.

No dudé, ingresé al edificio y me dirigí a golpearle la puerta, que abrió al instante.

-       Daniel, buenos días. ¿Qué lo trae por acá?

-       Hola Doña Chicha, ¿Cómo anda usted?

-       Bien, muy bien. ¿Usted?

-       Bien Doña Chicha, esperando nervioso el partido de la selección.

-       Tranquilo Daniel, es un partido de fútbol

-       Es verdad. ¿Puedo hacerle una consulta?

-       Cómo no, pase un momento.

Fueron quince minutos de reflexión y consejos. Me pidió que mantenga en secreto todo cuanto me dijo y que, la eficacia, dependería de la energía que le aplique. Me fui raudamente al departamento y realicé lo recomendado por Doña Chicha.

Cuando comenzó el partido estábamos mi esposa y yo sentados en los mismos lugares que en el partido con México. Los chicos estaban en casa de sus amigos siguiendo la cábala.

El partido fue disfrute y sufrimiento, fue buen fútbol y goles. El 2 a 1 fue tan corto como contundente y los cuartos de final serán contra “La Naranja Mecánica” el próximo viernes.

María José se levantó de su sillón y me preguntó:

-       ¿Te sirvo algo fresco, Dani…?

-       Dale -le contesté entre eufórico y relajado- ¿Compraste algo para comer?

-       Sí, ahora traigo.

Y mientras repetían los goles y mostraban los festejos de la gente en las calles argentinas, María José abre la puerta superior de la heladera para sacar hielo.

Con la apertura del freezer, se descomprimió y asomó violentamente la cabeza del “peluche canguro”, de mi hija, que había puesto apretujado a pedido de Doña Chicha.

El efecto la cábala tuvo un rotundo éxito y eso valía cualquier grito, cualquier desmayo, cualquier golpe y hasta los tres puntos que le aplicaron, en la guardia del hospital, a la pobre de María José, que jamás se imaginó lo que vendría al abrir el freezer.

El golpazo iba a pasar y habría que pensar como sería el partido con Países Bajos…

Cuestión de cábalas y seguir los consejos de Doña Chicha…


(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

IG: eduardo.quintana961

Facebook y Twitter: @ejquintana010

miércoles, 30 de noviembre de 2022

La presencia de Sandro

 

Como manejar los nervios en la previa de una “final”, como es cada partido definitorio de un campeonato mundial. La definición se había adelantado al segundo partido de la fase de grupos. Ganar o ganar comenzó a ser, tempranamente, la única alternativa y ellos lo sabían.

¿Quiénes eran ellos, se preguntarán…? Es simple, ellos eran cinco viejos amigos del barrio y de la vida. Esos amigos de aventura, de la colimba, de la barra, del bar. Viejos amigos en el verdadero sentido de las palabras. Todos de la década del ’50, todos rondando los setenta y pico. En realidad, de los cinco eran cuatro con achaques típicos de la edad.

Habían vivido muchos mundiales y varios de ellos juntos. Pero todos recordaban uno en especial y era Argentina ’78. En casa de Fede, en los viejos sillones, los cinco jóvenes amigos vieron por televisión aquel partido frente a Polonia, en el “Gigante de Arroyito”. Esa noche que Kempes se consagró ídolo total del fútbol argentino. Dos goles y un atajadón, para que el “Pato” Fillol le saque un penal al polaco Deyna. Rondaban los veintitrés y veinticinco años. Venían de hacer el servicio militar. Aquella vez se juntaron como cábala, porque cuatro años atrás, para el Mundial de Alemania 1974, no lo habían podido hacer porque tres de ellos estaban en la colimba y la Selección cayó por 3 a 2.

Siempre se juntaban para los mundiales y este 30 de noviembre, lo iban a repetir. Solo había algo que iba a romper la cábala y era que, Sandro, había fallecido en plena pandemia. Su ausencia se iba a notar, como se notaba en cada reunión. Sandro era primo hermano de Juan, el Poli, que no era “policía”, sino “poligriyo”. La barra se completaba con el Chato y su hermano menor Pilo.

Como todo veterano, Federico tenía la casa exactamente igual que la había heredado de sus padres. Solo habían cambiado detalles de pintura, algunos muebles, color de pintura y el tamaño del televisor. Pero lo importante, el sillón grande para tres y los dos sillones individuales eran los mismos. Estaban tan bien cuidados, que hasta tenían el mismo tapizado bordó de siempre. La mesita con una picada, como aquella vez en el ’78 y muchos nervios.

El Poli, Pilo y el Chato en el sillón grande, como el día de aquel partido por la segunda ronda en Arroyito, Fede en un sillón individual y el otro vacío. Un vacío que generaba tristeza.

Una de las paredes del living, tenía un mural grande en blanco y negro con la imagen de los cinco amigos en las piletas de Ezeiza, mostrando total alegría. En la televisión, los jugadores que se metían en el vestuario luego del precalentamiento. En la calle, silencio total y el timbre que suena…

-       ¿Quién será ahora…? Pregunta al aire Pilo.

-       Debe ser alguien pidiendo ropa. Acota Federico.

-       ¿Voy…? Pregunta el Chato.

-       No, dejá que voy yo -acota Fede- está cerrado con llave.

Pasaron un par de minutos, los jugadores que salían a la cancha y Fede que no venía.

-       ¿Qué habrá pasado…? Pregunta, preocupado, el Poli.

-       Voy a ver…

Y cuando el Chato se levantaba, abre la puerta Fede, con los ojos llorosos y una urna en la mano.

-       Ahora estamos los cinco…

Mientras depositaba la urna con las cenizas de Sandro en el sillón vacío, desde Catar, llegaban las estrofas del himno que, los cuatro amigos, entonaron con mucha emoción…


(Foto extraída de Internet)


Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

IG: eduardo.quintana961

Facebook y Twitter: @ejquintana010

lunes, 31 de octubre de 2022

Patronato de mi vida

 

Fue una infancia signada por la tragedia ya que el destino había marcado que cuando llegamos con mi hermano mayor a la Argentina huyendo de las esquirlas dejadas por la guerra civil española, nos encontraríamos en la soledad absoluta. Fue hace muchísimo tiempo cuando en una noche de frío, anclamos en el Puerto de Buenos Aires provenientes de la madre patria, solos, mi hermano José que tenía dieciocho años y yo con solamente cinco de edad. Allá habían quedado nuestros padres y tres hermanas. Allá habían quedado días de hambre y miedo.

Nuestro arribo no fue la mejor, la tía que nos debía cuidar había enfermado muy gravemente y no podía hacerse cargo. Mi hermano ya era grande y por intermedio de un vecino de la tía Victoria, consiguió trabajo en la zafra de azúcar en la provincia de Tucumán, no lo vi nunca más y juro que lo extrañé horrores. Yo viví quince días con una vecina, hasta que mi tía falleció. Volver a España era imposible, así que no quedó otra alternativa que la autorización escrita de mi hermano, para que me internen pupilo en el Patronato de la Infancia que tenía la sede en San Telmo. Fueron largos años de aprendizaje, de nuevos amigos y lo que a la postre sería una nueva familia. Entre mis compañeros se encontraba el Tavo, el Fino y Pocholo con quienes armamos una linda amistad. Demás está decir que, aunque haya nacido en Andalucía, me apodaron el Gallego desde el primer día. El Tavo era entrerriano, de Urdinarrain, un pueblo cercano a Gualeguaychú. El Fino era cordobés, de Villa María y el Pocholo de Capital Federal. Armamos un lindo grupo, nos hicimos amigos y esa amistad duró muchos años. Cada uno tenía una historia fuera del “Padelai”; familia, amigos, raíces y hasta un club de fútbol. Pocholo era de Boca, el Fino de Alumni, el Tavo de River y yo del Sevilla. No tenía equipo en Argentina y poco sabía del rojiblanco, pero la pasión por el fútbol jamás la perdí, pese a la distancia y al desarraigo.

Cuando cumplimos los dieciocho años junto al Tavo salimos a la vida civil exterior y sin familia en Capital, nos dirigimos rumbo a Urdinarrain, en Entre Ríos. Allí nos esperaba un asado espectacular preparado por Don Jorge, el padre del Tavo. Una semana en familia y partimos rumbo a Paraná donde nos esperaba un buen trabajo en una fábrica de muebles y una nueva vida, asentados laboralmente, viviendo en una casita en las afueras de la ciudad. La primera actividad que realizamos juntos, fuera de lo laboral, fue concurrir a un partido del Regional entre Club Atlético Patronato de la Juventud Católica de Paraná y el Club Gimnasia y Esgrima de Concepción del Uruguay, un clásico. Conocimos el “Prebístero Bartolomé Grella” repleto de hinchas del “Negro Santo” y nos enamoramos mutuamente del rojinegro.

Ambos éramos católicos creyentes, por lo tanto, el club nos aceptó como propios y a partir de su ingreso como socios comenzó una comunión de fe con la institución, convivencia que duraría hasta que la muerte nos separe. El Tavo ya partió, yo cumplí setenta y siete años y todavía me mantengo bien, pero me asisten los achaques típicos de la edad. Pasé toda una vida al lado de Patronato y muchos clásicos como con Gimnasia y Esgrima de Concepción, contra el Sportivo Urquiza o bien en la ciudad, contra el Decano, el Club Atlético Paraná. Conocí grandes ídolos como Jorge Comas, Américo Pessoa, Carucha Müller, Mario Belloni y tantos otros, que disfruté con la rojinegra. Recuerdo como si fuera hoy la vuelta olímpica en el ’78, cuando logramos la clasificación al Torneo Nacional. Fue la primera vez que volví a Buenos Aires, obviamente, fui a aquel inolvidable partido en la Bombonera.

A veces se me complica y debo programar la misa para otra hora. Algo que no les conté, tomé los hábitos hace treinta años y desde hace veintidós, trabajo en una capilla de un pueblito cercano a Paraná, donde necesitan la palabra de Dios. Concurren muchísimos fieles, a quienes me encargo de convencer entre muestras de fe y bendiciones sobre las bondades del cristianismo y también sobre la pasión por el Negro de Paraná. La camiseta a bastones va debajo de la sotana, que casualmente tiene un largo cinto rojo y con esa vestimenta doy misa, siempre y cuando no juegue Patronato. Suerte que al sacerdote que me acompaña no le gusta el fútbol y me reemplaza en cada partido, en cada viaje. Ahora estoy ansioso porque la próxima semana después de setenta y dos años sin verlo viajo a Tucumán, ya que mi hermano José cumple noventa años y voy de sorpresa. Obviamente le llevo de regalo la camiseta de Diego Jara, autografiada por el goleador.

Mi vida pasó de la tragedia a la felicidad, de la soledad a la multitudinaria pasión por la iglesia y el fútbol.

Pasó del exilio a Dios.

A Dios y Patronato…

(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento extraído del libro "Con la ilusión en ascenso - Segundo Tiempo"


IG: eduardo.quintana961

Facebook y Twitter: @ejquintana010