Los palcos colmados con ese característico nivel social
típico de las funciones de gala, mucho smoking,
mucho moño, mucho vestido largo, mucho perfume importado. El resto del
auditorio, abarrotado en su totalidad por cientos de personas habitué y no
habitué de estos menesteres sinfónicos de gala.
La familia y los amigos del Colorado Lingieri, que
ocupaban las primeras filas del teatro, vivían el momento con la dicotomía de
la alegría y los nervios. Nadie sabía más que ellos todo lo que había
estudiado, trabajado, ensayado, el Colorado para llegar a este momento, único,
sublime.
Dentro del camarín, esperaba inquieto César Lingieri,
pianista por vocación, músico por herencia familiar y futbolero por sentimiento
popular; quien, mientras escuchaba el clásico, preparaba los últimos detalles
de su salida. Su hermana y productora Sonia, también música, también pianista y
encargada de la organización del concierto, pasaba el último parte sobre la
situación de los concurrentes al evento.
- Lleno
total Colo, no hay más espacio, todas las entradas vendidas y el ansiado
cartelito “No hay más localidades” puesto en ventanilla.
- Qué
bueno hermana, eso me hace muy feliz, aunque no están todos, faltan los pibes
del barrio…
Con cierto dejo de nostalgia, mientras la radio, en la
voz del relator, nos contaba un partido ida y vuelta, con predominio alternado,
el Colorado Lingieri lamentaba que sus amigos de andanzas no pudieran estar en
este día mágico en su vida.
Para el futbolero, un clásico es un clásico, un partido
único e irrepetible y justo el clásico se jugaba ese día sábado por la noche,
pese a todas las vicisitudes que traen aparejados los partidos nocturnos y
sobre todo en este clásico que tenía connotaciones de alto riesgo.
- ¿A
qué no sabés quienes están Colo? – pregunto Sonia.
- ¿No
me digas que vinieron los pibes?
- No,
está el Director de Cultura de la Ciudad, el Ministro de Cultura de la Nación,
el dueño de la revista Musical Home y los principales críticos de los diarios…¿Me
estás escuchando Colo?
- Si,
si…
El partido llevaba la atención del músico y en verdad su
estado de tranquilidad con respecto a su próximo ingreso a la función, era admirable
y muy valedero.
- También
vinieron el Gordo y Fito, los tenés que ver de traje…
- ¡Qué
grande, no me podían fallar…! Seguramente deben estar escuchando el partido.
El telón cerrado, semioscuridad en el escenario, el piano
en el centro y el murmullo de fondo. La función comienza. El Colo, se abraza
con su hermana, frota sus manos, hace trinar sus dedos y camina lentamente
hacia el piano.
Parado elegantemente a su lado, el telón que abre sus
brazos y el círculo de luz que los encierra. Aplausos y más aplausos de
recibimiento y el típico saludo a la platea.
Sonia, seguía los movimientos atentamente desde un
costado.
Ya sentado junto al piano, acomodó algo en su oído
izquierdo, el contrario a la vista del público. El silencio se apropió del recinto y el
concierto comenzó con un alto grado de emotividad. Seis temas consecutivos, con
todo el talento puesto en escena. La magia del Colorado hizo vibrar a los
presentes, que de pie, aplaudieron al músico.
El telón que cierra sus alas y Sonia que se acerca al
Colo, y con cara de asombrada le pregunta:
- ¿Estás
escuchando el partido, inconsciente?
- ¿Qué,
se notó mucho?
Faltaban quince minutos, los últimos minutos de un
clásico jugado de ida y vuelta, con un resultado incierto. Cualquier futbolero
de ley se pondría nervioso y el fútbol lo había logrado, el Colo estaba
nervioso, justo instantes antes de comenzar la segunda etapa del concierto.
El ritual seguía su marcha, sentado junto al piano, el
Colo esperó la apertura del telón, ajustando el auricular en el oído izquierdo,
donde el relato se hacía cada vez más intenso.
El séptimo tema estaba en marcha, una especialidad del
Colo: “la sinfonía nº 41, Júpiter,
en do mayor” de Wolfgang Amadeus Mozart, todos quienes lo
conocían sabían que disfrutarían del momento sublime de la noche. La excitación
iba en aumento, mientras el relato consumía minutos en el oído izquierdo del
Colo. El desplazamiento de las manos, sus ojos cerrados, el movimiento de su
cabeza acompañando la maravilla que de su talento emanaba.
Tiro libre en la puerta del área. Silencio de respeto, de
admiración y el éxtasis que sus manos libradas de tiempo y espacio, puestas al servicio
de un talento único.
La caricia a las teclas del piano celestial, se une a la
caricia del pie derecho del Polaco que inclinando el cuerpo, impacta el balón
haciéndolo realizar una comba, casi igual a la belleza de la melodía. Y las
manos que se detienen y el silencio que se hace carne, cuando Leo desde la radio grita el gol…
- Goooooollllll,
Goooollll
De pié y mirando al público, con la cara desencajada de
felicidad, los puños cerrados y los brazos en alto, dirigiendo su gesto
específicamente al Gordo y a Fito, que parados en sus butacas, devolvieron los
gritos de felicidad, revoleando sendas camisetas.
Mientras Leo Gentili, en su relato, invocaba la magia del
Polaco, que con su enorme talento, colocaba el balón lejos del alcance del
arquero de Defensores, dándole el triunfo sobre la hora a Excursionistas, para
felicidad del Colo, quien se sentó en el piano y desplegó todo su talento,
logrando que la noche mágica tuviera un final mucho más que feliz…
Eduardo J. Quintana
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