Dedicado a Nito
A veces me pongo a pensar, en las
vueltas que tiene la vida y llego a la conclusión, que los momentos hay que
vivirlos. Vivirlos en presente, sin pensar en el futuro.
Y no es que no tenga esperanzas, al
contrario; pero los golpes de la vida, me han signado estas pautas de
pensamiento.
Cada vez que me reuno con mis
amigos, me doy cuenta de lo importante que fue aquel día, en cancha de
Platense. Fue, driría, una bisagra en mi vida y también en la de mis propios
amigos.
¿Por qué los incluyo? Porque en
cada reunión realizada en casa de cualquiera de los cuatro o en otro lugar, y
por el mero hecho de juntarnos, daba motivo para que cuente aquella desventura
amorosa.
Como pasó el otro día en lo de
Tito, otra vez la historia contada desde mi boca. Esa desventura que me marcó
para siempre.
Tanto el Tito, como Roby y Nano,
sabían que yo era un ganador nato con las mujeres y que representaba el símbolo
del galán. Pero aquella tarde en cancha de Platense, todo se dio vuelta; al
punto de replantearme seriamente mi vida amorosa.
Ella se llamaba Martha, Martha con
hache. Por supuesto para todo mi entorno era “La Martha”. Una rubia inmortal y
celestial de rizos ensortijados a media espalda, ojos brillantes verdes mar y
un ir y venir verdaderamente descomunal.
Con “La Martha” todo empezó como
una aventura, una hermosa aventura que duró exactamente un año. Doce meses a
full, completamente enamorados.
Por lo menos de mi parte, enamorado
como nunca lo había estado.
Pero ese amor tenía como contrapartida
muchas cosas. La primera y fundamental, una norma en mi vida, era que “La
Martha” no me impedía cumplir con un ritual sabatino, el ritual más importante
en mi vida, ir a ver a mi querido Tigre.
La barra era Tigre, mis amigos eran
Tigre, mi familia era Tigre.
Había nacido tres a cuadras de la
cancha y me crié mamando la azul y roja del Matador.
Nada era más importante en mi vida,
que el Club de Victoria, hasta que llegó “La Martha”, mi rubia divina.
Tan divina era, que cumplía la
segunda premisa fundamental, en mi vida amorosa; me dejaba bien parado en
cualquier situación. Porque era bella, inteligente, seductora y muy, pero muy
sincera.
Por lo menos eso creí durante los
doce meses de amor incondicional. Nos veíamos todos los días de la semana, excepto
los Sábados por la tarde, cuando la dejaba por mi otro gran amor, Tigre.
Ella tomaba la situación del fútbol
con total amplitud y comprensión, sumado a que los Sábados, trabajaba en la
peluquería, comolo hacía todos los días
de la semana.
El único sueño pendiente que “La
Martha” no me cumplió, era verla vestida con la camiseta azul y roja. Jamás
pude convencerla. No gustaba del fútbol o por lo menos eso aparentaba en
público.
Tito, Roby y Nano, mis hermanos de
la vida, la adoraban porque ella indirectamente los seducía.
La rubia era tan particular, que
podía atraer a cuanto hombre se pusiese enfrente, sin ser infiel a su pareja.
Pero no había caso, nunca logré que luciera la histórica casaca del Matador,
como tampoco logré que sea mi compañera en la cancha. No tranzaba, y si bien
con los grandes de la “B”, así como el clásico con Platense eran peligrosos; el
resto de los partidos eran tranquilos y Tigre llevaba tanta gente, que nos
sentíamos protegidos.
Tigre era muy grande, tanto en
cantidad de público, como en mi corazón.
Tan grande, que no lo comparaba con
nada del mundo.
Mi vida se había encaminado con “La
Martha”, de forma tal de pensar, que había encontrado la mujer de mi vida, esa
mujer ideal con quien me casaría y tendría hijos. Algo que jamás nadie hubiese
imaginado. Hasta había fantaseado casarme con la camiseta de Tigre y antes de
ir a la iglesia, como seguramente nos casaríamos un Sábado, pasar por el
estadio donde jugara Tigre. Si era local, mejor. Pero el solo hecho de
imaginármelo, ya era tema de discusión interna.
Ella parecía más formal, más de
Iglesia, vestido blanco y fiesta. En cambio yo, quería otra cosa.
Pero como la relación tenía solo un
año, había tiempo para convencerla y que cambie de opinión.
Por todos estos detalles que cuento,
es que los muchachos me piden que relate la repetida historia, cada vez que nos
encontramos. Y el Sábado pasado, luego de ir a la cancha, nos reunimos todos a
comer un asado en la casa de Roby, que a su vez había invitado a un grupo de
amigos y amigas de su trabajo. Cuando promediaba la cena y como era
característico, me hicieron narrar la historia con “La Martha”.
Eso, que ya habían pasado cinco
años, pero el recuerdo era tan real, que merecía el enésimo acto. Todos miraban
y escuchaban atentos. Había que ver las caritas de las chicas, cuando contaba
lo previo a aquel Sábado increíble. Es que en realidad, lo más importante de la
historia se reflejaba en ese fin de semana.
Por supuesto, si Tigre se
enfrentaba con Platense en Saavedra, allí fuimos todos, cada uno con su
respectiva camiseta, su gorra azul y roja, y la bandera que decía “La Barra del
Langa”.
Porque así me llamaban “El Langa
Sarmiento”. Mis viejos me habían puesto de nombres José María; José María Sarmiento.
Fui “Pepe” de chiquito, hasta que
se cruzaron las primeras chicas y el éxito trajo aparejado el nuevo apodo,...
“El Langa”.
Llegamos temprano al estadio de
Saavedra y rápidamente toda la tribuna visitante, se fue poblando. Con los
pibes, nos juntábamos con la barra brava y cuando había que ir al frente, no
escatimábamos recursos boxísticos.
Nos dieron un baile terrible. Cómo
habrá sido el baile, que en un momento me puse a pensar, “yo estoy acá
perdiendo el tiempo, comiéndome este bailongo, cuando podría estar con “la
Martha, mi rubia divina”.
Había visto perder a Tigre; pero
así, por esa diferencia y contra “la bosta de Platense”, nunca jamás.
Estaba con mucha bronca; diría más
que bronca, impotencia. Por eso cuando comenzaron las escaramuzas de pelea,
encaramos todos juntos hacia la puerta que dividía las tribunas.
Ellos no se daban por enterados de
nuestra sed de venganza. Eran todo fiesta; saltaban y cantaban. “Borombombom,
borombombom, le dicen Tigre y es un gato comilón”; o la hiriente, “Que nacieron
hijos nuestros, hijos nuestros morirán”. Todo el repertorio futbolero.
Cuando repartíamos piedrazos a
diestra y siniestra, veo que “el Roby” le dice algo “al Tito” y su vez “al
Nano”. Y encaran hacia mí, como queriéndome detener.
-
¡Viene la yuta, viene la yuta!. Apuntaba el Roby.
-
Vamos Langa, rajemos de acá. Gritaba el Nano, mientras
los tres me llevaban a la rastra.
Yo estaba tan caliente, pero tan
caliente, que quería pelearme hasta con la policía......
Pero ellos parecían arrugar, cosa
que todavía me enfurecía más.
Luché contra las piedras y el
esfuerzo que hacían mis amigos para hacerme retroceder.
Tanto, que logré zafarme y correr
hacia donde estaban los de Platense y la policía......
Me subí a la reja que separaba las
tribunas, exponiéndome, pero con la intención que todos me sigan. Nunca arrugaba y más de una vez, cobré para
el campeonato. Pero ese día, ese Sábado, ese maldito clásico, fue el peor de mi
vida.
Cuando estaba arriba, bien arriba
de la reja, encabezando la rebelión.....La vi......
Estaba en el paravalancha de la
“tribunita de mierda” que da a la General Paz. Era ella...... Con su camiseta
blanca y marrón. Con un mugriento gorro que dejaba ver sus largos rulos rubios.
Era ella que cantaba “le dicen
Tigre y es un gato comilón”.
Era ella, la mujer de mi vida, la
futura madre de mis hijos, la más traicionera de las mujeres que yo haya
conocido en mi vida.
Porque eso, eso que para ella era pasión pura, para mí
era traición.
Allí quedé inerte, inmóvil,
apabullado, sentado encima de la reja divisoria.
Mi futuro, hecho trizas por una
traición y mi amor, mi amor pisoteado.
Porque podría haberle perdonado una
infidelidad con otro hombre, o hasta con otra mujer.
O que me hubiese dicho que no me
amaba, que no me quería ver nunca más.
Pero eso jamás, jamás se lo voy a
perdonar a la Martha.
¡Porque a la final,.........la muy
turra era Calamar!
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