En posición horizontal, mirando los platos voladores, esos
que iluminan las camillas de los quirófanos, con el brazo derecho estirado y
apoyado, el medidor de pulsaciones en el dedo índice y el de presión arterial
en el brazo izquierdo, me preparaban para intervención. Con la música del
monitor de los latidos del corazón de fondo y un cañito que enviaba oxígeno a
mis orificios nasales.
Una imagen repetida en cualquier operación, sólo que la
vivía despierto, escuchando las voces de los médicos, enfermeros y asistentes.
El reloj marcaba 18.20 horas del viernes previo al clásico de invierno, que se
jugaría el domingo en el Cilindro. Con la mirada perdida en algún sitio,
recordaba el instante en el que el urólogo me dio el turno para la operación.
- ¿Te
parece bien el viernes 27 de Julio a las 17.15 horas?
- Sí,
cuanto antes mejor doctor.
- …
- Aunque
el domingo 29 se juega el clásico. ¿Podré ir doctor?
- ¿Clásico
de qué…?
- Racing
e Independiente, doctor, juegan el denominado clásico de invierno.
- No
sabía. No me gusta el fútbol. ¿Y es tan importante que vayas?
- Sí
doc, es un clásico…
- Si
todo sale bien, seguro que el domingo estás haciendo tu vida normal.
- ¿Y
si sale mal…?
- …
Recordaba justo las palabras del
médico, en el momento en que el anestesista rondaba la camilla. Recordaba sus
palabras y por sobre todo la charla que tuve con mi esposa cuando volví del
urólogo la semana pasada.
- ¿Y
gordito qué te dijo el médico? Me preguntó mi esposa
- Que
me operan el viernes 27, a las seis de la tarde, en Las Heras…
- Bueno,
yo arreglo en el trabajo para salir una hora antes y me cruzo con vos.
- Viste,
justo el viernes, antes del clásico…
- Me
imagino lo que estás pensando pelotudo…
- …
- No
seas boludo, se lo que estás pensando y ni se te ocurra decirlo.
Y lo que pensaba era que en las operaciones siempre hay dos
posibilidades. Blanco o negro, que vaya bien o que todo salga mal. Era una
intervención simple, con anestesia total, por cuantos los riesgos existirían
desde el mismo momento en que empezaría a dormirme y de allí en más, uno pierde
el sentido de la ubicación, el sentido del tiempo, el sentido de la vida misma.
Y justo en el fin de semana que se jugaría un clásico, yo me preguntaba: ¿Se
perderá el sentido de la pasión?
Siempre fui enemigo de los velorios, los cementerios y todo
en negocio de la muerte. Por eso desde que tengo uso de razón le pedí, primero
a mis viejos, después a mi esposa y mi hijo y por último a mis amigos, que mi
deseo cuando muera era que me cremen y arrojen mis cenizas en el Cilindro de
Avellaneda, en una ceremonia con hinchas de Racing presentes, muchos de ellos
que me conocen desde que nací, otro con los que crecí en la malaria futbolística, compartiendo el amor y el sentimiento por la
celeste y blanca y a los más pibes que vi nacer, que quizá no compartan mis
costumbres, pero que en definitiva persiguen el mismo objetivo. Y justo la
operación era ese viernes, lo que significaría que saliendo bien o de lo
contrario, el domingo estaría presente en el Cilindro. Si salía bien, en la
popular. Si salía mal, con mis cenizas esparcidas en el verde césped del
Presidente Perón. Lástima que no habría público visitante, para presenciar
semejante acto de amor. Ellos, por su naturaleza, jamás lo entenderían y
gritarían: ¡Se murió… Quintana se murió…! Pero lamentablemente no van a estar.
Solamente sentiré el calor de los míos.
Todas conjeturas. Nadie tiene comprada ni la vida, ni la
muerte…y menos un sufrido hincha de Racing.
Sentí que llegó el momento. El anestesista se acercó y me
habló suavemente.
- Va
a sentir un dolor en el brazo derecho y se va a dormir despacito…
Y los platos voladores comenzaron
a nublarse y el sonido del monitor de latidos del corazón a alejarse y allí perdí
toda noción…
A partir de ese momento, ya nada
es igual, es otro mundo. El corazón late, pero uno ya no lo escucha, y si ya no
late, uno ya no se da cuenta…
En realidad el que sufre es el
que está afuera, mi esposa, mis viejos, mi hijo, mis amigos. Yo ya no estoy. No
hay hora, ni tiempo, ni día.
De mi parte lo único que puedo
explicar, es que este clásico lo voy a vivir de otra manera y ya me siento
distinto. El Cilindro explota, todo celeste y blanco. Como era de prever están
presentes mi esposa y mi hijo. El partido comienza 15.30 horas y ya debemos
estar cerca porque el bullicio era enorme, se preparaban papeles y cintas y el telón
“más grande del mundo” que emociona a propios y extraños.
El cielo esboza un sublime
celeste surcado por la pureza de las nubes blancas. Había llegado el momento.
El momento de seguir sellando ese amor incondicional que manifiesto desde el
día mismo en que mis viejos me engendraron. Ese amor que no tiene espacio, ni
tiempo, Ese amor que va mucho más allá de la muerte. Ese amor que es el alma eterna…
Sentí que salía Racing, una leve
brisa se levantó en el estadio y una nube ocultó por un instante el sol. Por el
pasillo del córner apareció la figura de Sebastián Saja y en hilera, uno a uno
los jugadores del nuevo plantel.
Había llegado el momento, me
abracé a mi esposa, a mi hijo y con el brazo izquierdo al aire grité, grité
bien fuerte….¡Y dale, y dale, y dale, Racing dale…!
Que te puedo decir, excelente, agradable la manera de escribir y sentido hasta las bolas copn perdon de la expresion, gracias!!!
ResponderEliminarGracias
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