La suavidad de tus manos, acariciando mi suave
cabello.
El calor de tu piel, protegiéndome en los
momentos difíciles.
La leche emanada de tus pechos, para hacerme
crecer.
La papilla preparada por tus manos y dirigida
con amor a mi boca.
Tus consejos siempre oportunos. Tu paciencia
siempre presente.
La penitencia colocada en el momento correcto.
La felicitación y el beso, como premio a un
acto de la vida.
Un lugar en tu cama para sacar mi miedo en una
noche de tormenta.
Tu inconfundible perfume a madre. Tus sonrisas
y tus lágrimas
Tu mirada penetrante y sincera para advertirme
el peligro.
Tu voz para alentarme en la larga carrera de la
vida.
Mamá y la dulce palabra pronunciada en mi
niñez.
Mamita y el pedido de socorro permanente.
Vieja, desde el corazón y desde la razón.
Tus brazos tendidos siempre para ayudarme, para
abrazarme.
Y mi amor, para estarte eternamente agradecido.
Mamá, tu hijo y el amor eterno.
Eduardo J. Quintana
(del libro "Formato de mujer")
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