¿Habrá pensado
quien inventó con tamaño desparpajo, la llamada pena máxima, todo lo que ella
provocaría?
Las reacciones de
los jugadores contrarios, contra el árbitro bandido que cobró penal en el
minuto cuarenta y seis del segundo tiempo, con el marcador igualado en cero.
La reacción casi
justificada por otro partido perdido. Por la pérdida de la punta del campeonato
o la ya predeterminada pelea por no descender.
Habrá pensado el
ideario de tan sublime idiotez, las consecuencias nefastas que un penal provoca
en el hincha apasionado y fanático; la cantidad de paros cardíacos, suicidios y
muertes prematuras que han sufrido quienes pueblan las graderías de los
estadios por más chicos que sean, pagando su entrada para ver un supuesto espectáculo
deportivo y se encuentran con esa necia decisión de dirimir un cotejo por medio
de un miserable tiro penal, que convertido vale lo mismo que el gol del
habilidoso número diez, que eludiendo a cinco adversarios y ante la salida del
arquero, la empala por encima de su cabeza, dejándolo estupefacto ante la
algarabía general. Vale lo mismo que un arquero elija un palo y el shoteador le
pegué un puntazo al medio del arco y la pelota haga una parábola pero
igualmente entre. Vale igual, vale uno.
Me imagino que
quien inventó el penal, hoy debe sentirse cómplice de la violencia generada
contra el árbitro, que según su visión, dice haber cobrado por reglamento y
allí correrán los jugadores para demostrarle que ellos no están de acuerdo con
tamaña medida y habrá expulsados y pedradas desde las tribunas y comenzará la
represión policial.
El penal es
psicológicamente inaceptable, tanto para el jugador profesional que acertando
aumenta sus ingresos, como errándolo los disminuye. La presión es infinita, tan
infinita como son las chanzas a las que se ve sometido el jugador que erra el
penal, cuando llega al café o a la escuela al día siguiente.
Es
psicológicamente inaceptable por la tamaña desigualdad que hay entre el heroico
arquero que ataja la pena y el shoteador que obligadamente debe hacer el gol,
ante el tamaño del arco y los diminutos doce pasos que separán a la pelota de
él.
Pues el jugador
que shotea por encima del travesaño o el que mansamente entrega la pelota a las
manos del guardavalla será considerado responsable. No así el arquero que “hizo
lo que pudo” en un manoteo casi casual, casi instintivo y fortuito, aunque la
pelota termine besando la red.
El penal es
inaceptable desde todo punto de vista y nadie me va a hacer cambiar de opinión.
Doce pasos que separan
a shoteador de la gloria...
Y te puedo
asegurar que dejé los prejuicios de lado y grité internamente: ¡Tomá, atajate
ésta...! Y le pegué un chutazo que metió la bola justo al lado del bolso
izquierdo, y el arquero, pobre, se quedó parado mirando como entraba...
Eduardo J. Quintana
@ejquintana010
@ejquintana010
del libro "de fútbol y barrio"
"Difundir la Literatura Futbolera para volver a pensar en jugar a la pelota"
Las imágenes que ilustran este cuento, fueron tomadas de Internet
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