Bienvenidos



Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








domingo, 17 de mayo de 2020

Error de diseño



Cuando hacen comparaciones de épocas en el fútbol seguramente no nos vamos a poner de acuerdo. Ni en las formas de juego, ni en la velocidad, ni en lo físico. Entonces ante tantas diferencias ¿cómo vamos a comparar nombres?
Ni los medios económicos, ni el advenimiento de la televisación de todos los partidos del mundo, pueden contrastarse. Pasamos de mirar un partido completo todos los viernes, a ver como juega un equipo de San Marino. Todas, absolutamente todas las comparaciones en el fútbol son odiosas.
Hoy un grupo de pibes juega un desafío y no preguntan quién lleva la pelota, por el simple motivo que llevan tres o cuatros de los últimos modelos, esos livianitos y de pelaje suave y brilloso. Allá por los setenta hacías un desafío y si el que llevaba la única pelota que había se la olvidaba, terminábamos jugando con una “Pulpo”.
Vos te imaginas en mi barrio cuando jugábamos un desafío, nadie quería llevar la de gajos hexagonales, ni siquiera la de alargados, porque si caía en lo de Doña Hilda, volvía reventada por el cuchillo. Imaginate vos volver a tu casa con la pelota hecha añicos, el viejo te daba con el cinto y no salías por tres días. Encima después de la penitencia no había reposición. Hoy los pibes de la ciudad, primero no juegan desafíos y después si surge alguno es por la “Play Station”. No hay conciencia de grupo social, juegan en una escuelita de futbol, con arcos y todo. La pelota no pasó a ser algo improbable de tener, al contrario, cualquiera tiene una pelota de marca y nueva.
¿Te imaginás a un pibe yendo al carnicero a pedirle grasa para pasarle al cuero para que no se reseque o ir a la gomería a inflar la pelota con el compresor a ojímetro? Hoy tienen infladores que se enchufan e inflan a medida. Y ojo, que no lo critico en absoluto, pero tampoco me sumo a la ola de las comparaciones de épocas. Hoy la felicidad en el fútbol pasa por otro lado.
Vení Pedro, sumate y contale a los muchachos lo de las camisetas de “Los Piratas”. Porque Pedro era vecino del barrio, somos de la misma edad y vivíamos a dos casas de distancias. Es más, mi vieja, la Beba y su mamá se encontraban siempre en el verdulero y venían caminando hasta casa contando cosas de la novela, si hasta se pasaban la “Radiolandia”. No me las imagino leyendo las redes sociales para enterarse de los chimentos. Para eso estaba la “TV Guía” de la peluquería.
¿Le contás lo de las camisetas o lo cuento yo, Pedro? Bueno, les cuento yo. Este Pedro es de poca palabra. ¿A qué viene lo de las camisetas? A que hoy los pibes se anotan en campeonatos y lo primero que hacen aparte de pagar un “fangote” de guita en inscripciones, porque ahora se anotan en torneos, allá en los setenta se hacían desafíos y torneos de barrio, pero no se “garpaba” nada porque no había un mango partido al medio. Les decía, se anotan en un torneo y se compran las camisetas nuevas, con colores exóticos y números inimaginables.
¿Te acordás Pedro las camisetas de “Los Piratas”? Ni se acuerda, está tan viejo que perdió la memoria. Un viernes viene el “Tito” a decirnos que se había cruzado con el “Gordo” Sánchez, de los pibes del pasaje y había arreglado un desafío en la canchita del club, para el sábado a la tarde. El padre de uno de “esos” del pasaje, manejaba la cancha del club y ese sábado la tenía libre y había hecho una matufia para que puedan jugar un desafío. ¿Me seguís Pedro? Cualquier cosa que se me pase, interrumpime.
La cancha para nosotros era como jugar en el Monumental, tenía arcos con redes, las líneas marcadas, era de baldosas lisas y hasta tenía tribunas. Soñábamos con jugar ahí. Hoy para un pibe es normal y no hubiesen tenido el problema que tuvimos nosotros. Había que jugar con camisetas y encima el “Gordo” Sánchez aclaró que ellos jugaban con la de la Selección Argentina y que llevaban la pelota. Imagínense, viernes a la tarde a solucionar el tema camisetas. Juntábamos algunas de Boca o de River, pero nunca ocho como necesitábamos. El viejo del “Patito” Gómez que era portero de un edificio, nos acompañó hasta la casa de deportes. No había oferta a la cual alcanzar. Las camisetas eran prohibitivas. Cuando nos estábamos yendo, encontramos casi en la salida, una caja unas “calaveras” de felpa negras y blancas. Ahí se le ocurrió a Don Gómez, regalarnos los números y las calaveras. Nos fuimos contentos a ver a Nilda, que era la modista del barrio y cuya hija Emilce, afilaba con Marcos, el hermano de “Pescadito” Mario que era nuestro arquero. Le decíamos “Pescadito” porque le encantaba ir a pescar. La modista nos hizo un diseño que era sobre una remera blanca, un triángulo celeste y la “calavera” cosida. El triángulo era de veinticinco centímetros de lado y la tela era celeste porque le sobraban trozos de un vestido que había confeccionado. Así que nos cortó ocho pedazos y solucionamos otra parte del problema.
¿Te acordás Pedro? Nos juntamos en la puerta de tu casa y nos repartimos los trozos celestes, las calaveras y los números. Nos pusimos de acuerdo que usaríamos una chomba o remera blanca, de las que usábamos para gimnasia en el colegio, que el triángulo apuntaría hacia arriba y que debía ser de veinticinco centímetros de lado, a mí me había tocado el número cinco, negro de cuerina. ¿A vos Pedro el dos, no? Porque Pedro era el Mariscal, como Perfumo.
Con todo arreglado, cada uno fue a su casa a convencer a su madre para que las cosiesen y arreglamos que nos juntábamos en la esquina, que era la casa del “Tato” y qué para estrenarla directamente en la cancha, todos iríamos con buzo o pullover encima para que no se viesen. Casi todas las casas tenían una máquina de coser y a la vez, todas las madres sabían coser, porque lo habían aprendido en la escuela en “Corte y Confección” que, en nuestra época, se llamaba “Labores”.
Obviamente la Beba, mi vieja y Mecha, la madre de Pedro, combinaron para hacerlo en mi casa y como íbamos a la misma escuela y usábamos la chomba similar, decidieron coserla de una forma que, una vez jugado el partido, se pueda descoser para seguir usando, porque solo teníamos una remera que se lavaba y se volvía a usar.
Por un minuto imaginen esta situación ahora. Madre, coser, una sola remera, un triángulo con una calavera. Impensado, improbable e imposible una situación así. Tan impensado que un pibe usase algo tan horrible. Tan improbable como que haya una máquina de coser en una casa. Y tan imposible que los pibes de hoy se hubiesen comprado un juego de camisetas con números impresos.
Llegó el sábado al mediodía y después de almorzar nos juntamos todos en la esquina de lo de “Tato”. Fuimos caminando todos juntos hasta el club hablando de como plantearíamos el partido. Cuando llegamos y entramos, nos sentimos en la gloria. Siempre veíamos partidos de afuera y ese sábado éramos protagonistas. Estaban los pibes del pasaje preparados, peloteando, todos con la camiseta de la Selección Argentina del Mundial ’74, bien prolijita. El “Gordo” Sánchez nos preguntó si teníamos camisetas y lo ignoramos. Cuando estábamos por largar, la sorpresa. ¿Te acordás Pedro? El loco dio la orden y todos a la vez nos sacamos los abrigos, para sorprender al adversario.
Y vaya si fue sorpresa…
“Tato”, vino con una musculosa blanca, de esas que se usan debajo de las camisas; el “Pescadito” tenía la “calavera” pegada en el buzo con cierre, a la altura del corazón; el Colo y Ramón los mellizos, tenían el triángulo al revés y “Patito” lo tenía ubicado correctamente, pero había cortado de quince centímetros de lado, en el cual la “calavera” entraba justa. Imaginen la risotada general. Las carcajadas del “Gordo” Sánchez la tengo grabada, me imagino que vos también Pedro, porque te le fuiste al humo y terminamos todos a las trompadas. Tal es así que el partido se suspendió, cuando Tito le pegó un “saque” en la nariz al presidente del club, que quiso entrar a separar.
Mientras teminaban la merienda una enfermera sale al patio y me pregunta si había terminado de contar la historia. Allí Pedro, que gira la silla de ruedas y dice:
-          Me tiene podrido, todos los días cuenta lo mismo
Y nos llevaron a las habitaciones. Llegaba la noche y refrescaba. En el geriátrico tienen reglas estrictas que cumplir y las cumplimos todos, no como los pibes de ahora que no respetan nada…
Eduardo J. Quintana


Cuento inédito

ITG: eduardo.quintana961
Twitter: @ejquintana010
Facebook: ejquintana010



1 comentario:

  1. Lindo cuento que me hace recordar mi infancia en Floresta.
    Aldo Paceri

    ResponderEliminar

Hazte miembro de este blog y tu mensaje respetuoso, siempre será bienvenido