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miércoles, 4 de agosto de 2021

“Joe”, el gran DT

 

Ustedes no se imaginan lo mal que la pasó, todo lo que sufrió. Fueron un par de meses terribles, difíciles de olvidar. Se cerró en él y si no hubiese sido por su hija y su hijo, hoy no estaríamos acá disfrutando este momento.

José Gabriel Almada era un ex jugador de fútbol devenido a director técnico de juveniles. Un estudioso y obsesionado psicopedagogo que dedicó gran parte de su vida al fútbol. El retiro lo cruzó muy joven; con tan solo treinta y dos años una reiterada lesión lo hizo abandonar lo que amaba. Lejos de amilanarse, comenzó el curso de técnico, que perfeccionó con distintas capacitaciones dedicadas al fútbol infantil. Pasó el tiempo. Pasó la vida. Casi cincuenta y dos años ininterrumpidos dedicados al fútbol, desde aquel debut en baby a los nueve años, hasta esta final esperada, sentado en el banco de suplentes.

“Joe”, como era llamado José Gabriel desde niño, por su propensión a masticar chicle “Bazooka” durante todo el día y coleccionar las famosas historietas de “Joe Bazooka” que venían en el interior de la goma de mascar, había logrado todo tipo de campeonatos, tanto como jugador, como con casi todas las categorías que manejó. Pero el que estaba por jugar, el que comenzaba en minutos, era tan especial que merecía que toda su familia se situara en la tribuna. Miriam, su esposa; Julieta, su esposo y sus tres hijos; Juan, su esposa y sus dos hijos, una banda propia que se juntaba por primera vez para ver un partido, en el cual, su padre dirigía a uno de los equipos.

Merecía este presente por aquella deconstrucción que había iniciado una década atrás, que se debía pura y exclusivamente a una charla con sus hijos, en momentos que cursaban la secundaria. Julieta con diecisiete y Juan con quince, le dieron una lección tal, que hicieron que su padre viviese hoy esta situación particular.

“Joe” era el menor de cuatro hermanos varones, nacidos y criados en un pueblo alejado. Su padre, ya grande con el nacimiento de su primer hijo, parecía el abuelo de su cuarto hijo y sus hermanos mayores los padres. En el seno de una familia patriarcal, la madre era la encargada de los quehaceres domésticos y una figura decorativa en la toma de las decisiones, asumiendo el “romanticismo” de esa situación. Así creció en su primera etapa de vida, hasta que viajo a la ciudad para jugar al fútbol grande. Allí lo recibió su tío Joaquín, hermano de su padre y con sus mismas características machistas, mayoritariamente típicas de esa etapa de la humanidad. Solterón, jugador y mujeriego; hombre de hipódromos, garitos y cabarets. Ningún ejemplo que imitar para José Gabriel. Secundaria en una escuela industrial que abandonó cuando los horarios comenzaron a juntarse con el fútbol, que en ese momento era prioridad, tanto para él, como para su tío y tutor.

Su personalidad, su cotidiana forma de vivir y, sobre todo, esa herencia de familia, le crearon una visión de género carente de perspectiva de género y en ese sentido, el fútbol, era una de sus máximas expresiones patriarcales. Obviamente, formado de dicha manera, buscó para convivir una mujer sumisa como Miriam, con quien contrajo matrimonio y formó una familia, que fue reciclándose con el nacimiento, primero de su hija y luego del varón.

Ahora, ¿en qué se concatena la historia con este final? En verdad, si en la historia no hubiesen existido Julieta y Juan, hoy estarían en su casa, en el jardín, tomando unos mates, con los niños correteando por ahí. Pero el destino quiso, que aquella tarde lluviosa de jueves, cuando “Joe” le explicaba a Miriam que iba a renunciar a la dirección técnica del baby del club, su hija y su hijo estuviesen presentes y prestaran atención. El día anterior, el encargado de fútbol del club le había pedido que sume a una niña a la categoría correspondiente. En la cabeza de “Joe” el fútbol era de hombres y no cabía que una mujer lo practique. No entendió las explicaciones de los directivos, ni el consejo de Miriam para que tome un tiempo para pensarlo. La negativa fue clara y terminante.

Pasó ese jueves, pasó el viernes y el sábado, por la mañana, sentado junto a la mesita del jardín y sorpresivamente, Julieta y Juan pidieron tener una charla familiar, que obviamente se desarrolló con mate y facturas. Fue un desayuno único y distinto. Fue un día lleno de enseñanza. Tomó la palabra Julieta, que ya había incursionado en marchas feministas, con su pañuelo verde siempre presente y una cabeza abierta en un tiempo diferente, distinto, mejor. Allí le planteó a “Joe” que habían escuchado la charla con Miriam sobre su decisión con el club y que no la compartía, ni ella ni Juan.

Habían cambiado los tiempos y las mujeres empoderadas habían ganado derechos que terminarían germinando para dar paso a una sociedad mejor. Juan, a su lado, no solo asentía, sino que aseguraba que ya no había vuelta atrás. Que debía “aggiornarse” a la nueva época y que ella ponía la figura de la mujer ubicada a la par del hombre, con los mismos derechos. El fútbol como parte importante de la sociedad, daba paso a las niñas para empezar un cambio en la humanidad que no tenía retroceso. “Joe” escuchaba atentamente, mientras miraba fijamente a Miriam, que levantaba las cejas en señal “que las cosas eran así”.

Julieta tenía un discurso profundo y formado en el hecho de haber desaprendido todo lo que le habían inculcado desde niña como normal. Le hablaba a su padre e indirectamente a su madre de la “Ley Micaela”, de la “ESI”, de la Ley de Identidad de Género. Sabía dónde tocar y entendía el juego de convencer. Juan la ayudaba mucho desde su visión masculina moderna por fuera de la lógica patriarcal, que se gestaba en la convivencia con su hermana y compañeras de colegio. El padre perdía su mirada en los rosales, en la bombilla del mate y en los ojos de Miriam.

La charla iba llegando a su fin, pero antes Julieta asestó el golpe final. Le habló de esa periodista jovencita que tanto alababa “Joe” por su frescura y su inteligencia, la del canal de noticias que siempre miraba cuando estaba en casa y fue allí que le mostró con su celular, un video en el cual se defendía ante los ataques de un inescrupuloso machista. Quedó impactado, en silencio, viviendo un mundo que se había terminado, una vida que había cambiado y fue ahí donde se cerró en su ser interior. Pensó, soñó, hurgó en su pasado y delineó su futuro. Sus hijos le habían dejado una enseñanza, un mensaje humano inolvidable e invalorable, que lo llevó a vivir esta coyuntura especial.

Momento de buscar ganar el campeonato, inculcando pelota al piso, cabeza levantada, toque sutil, salida limpia, valores futbolísticos y, sobre todo, igualdad en la diversidad. Allí estaba “Joe”, el director técnico, que buscaría el primer título para el fútbol femenino del club…

(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

IG: eduardo.quintana961

Facebook y Twitter: @ejquintana010

11 comentarios:

  1. Muy lindo cuento Esuardo !!!! Felicitaciones !!

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  2. Da para pensar un rato.Muy bueno Eduardo

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  3. Qué difícil es derribar muros. Pero que genial cuando se rompe. Tantas veces habrá construido "paredes" frente a rivales y ahora tiene que derribarlas. Gran enseñanza Eduardo. Abrazo.

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    1. Desde "The Wall" para acá, resulta mas sencillos derribar muros. Es un proceso...
      Gracias JP !

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  4. Precioso Quintana!!!! Al leer cada uno de sus cuentos, tan entrañables a veces me digo, no me equivoqué. Un abrazo

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    1. Mi mentora alguna vez me dijo: "Escriba Quintana, siempre va a encontrar a alguien a quien le guste lo que escribe".
      Tenía razón. Gracias...

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