Hay
cosas en el fútbol que, a pesar de los años y la globalización televisiva, se
mantienen, sobre todo en la pureza del fútbol juego. Pequeñas cosas materiales,
ante la inmensidad de la pasión. La primera pelota, la primera camiseta, el
primer par de botines, cosas que, con el paso de los años, no se olvidan
fácilmente.
Los tiempos fueron cambiando y hoy es normal ver a un pibe, de ocho o nueve años, con un par de botines de marca o bien que tenga dos o tres pelotas. El uso exclusivo de la camiseta de su club quedó relegado por las casacas internacionales o de la selección nacional y el pibe que viste la camiseta de su club, tiene varias y del último modelo. Antes era distinto y cuando digo antes, hablo de hace un tiempito. Un par de botines, para una familia común, era casi prohibitivo o sea que, quien los tenía, normalmente los cuidaba. La pelota de cuero que, con el paso de los años pasó a ser algo parecido a la cuerina, se untaba con grasa de vaca para que no se reseque y las camisetas que tenían los números cosidos (en una tarea casi monumental de la vieja, con aguja e hilo) eran de piqué y bien cuidadas, sin polillas en el ropero, duraban años. Creo que se rompían de viejas, jamás en una fricción del juego y menos por efectos del lavado.
Como decía, los tiempos cambiaron y hoy no solamente se destiñen, sino que al menor contacto con un manotazo, se rompen; pero los pibes tienen muchas y no las lloran. Creo que fueron perdiendo la noción del valor material de las cosas. Normalmente jugábamos con los “Sacachispas”, algo parecido a un botín de fútbol, con forma de bota corta, pero de tela y goma. Después estaban los que tenían viejos de guita y se podían calzar unos “Fulvence” y los ricos usaban los “Adidas”, que venían con tapones de goma y también de metal. Otros, como mi caso y muchos de mis amigos, jugábamos con zapatillas, en el mejor de los casos de cuero, a veces con las de lona. Guardaba los “Sacachispas” para ocasiones importantes.
Por eso, recuerdo esa mañana de domingo, día del clásico de barrio contra los pibes de la cortada, que tenían un equipazo y con quienes nos jugábamos algo más que un partido de fútbol. Es que en ese equipo jugaba “Tito” Parmesano, un crack que le había “robado” la novia a nuestro arquero: el “Flaco” Garibaldi. Se jugaba algo más, porque estaban el pedante de “Moquito” Sosa y el fanfarrón de “Fito” Gutiérrez, a quienes conocíamos de la escuela. Por eso era un verdadero clásico, que no se suspendía por nada del mundo, y una final que, para mí, se jugaba con los botines “Sacachispas”.
Los lavé con una semana de anticipación y pasaron un par de días enganchados con un broche de la soga. Cuando estaban por secarse, una impensada lluvia los volvió a mojar y ya no se secaron. Pero como dije, una final se jugaba con botines, así que los usaría mojados y esa mañana de domingo, cuando me los puse, con el agua, el sol y el agua nuevamente, se habían achicado. Intenté de cualquier forma ponérmelos, estirarlos, con tanta mala suerte que ese domingo del clásico contra los pibes de la cortada, esa mañana donde se jugaba algo más que el honor, ese día desapacible de campo embarrado y humedad en el aire, los “Sacachispas” dijeron basta. Mojados y todo, intenté coserlos con hilo y aguja, pero fue imposible; su vida útil había terminado y su destino era la basura. Saqué del ropero las viejas zapatillas de cuero y contrariado seguí con los preparativos.
Mi viejo y mi vieja miraban atentamente la situación, mientras degustaban unos ricos mates. Ante mi enojo tornado en desilusión, mi vieja me dijo:
Los tiempos fueron cambiando y hoy es normal ver a un pibe, de ocho o nueve años, con un par de botines de marca o bien que tenga dos o tres pelotas. El uso exclusivo de la camiseta de su club quedó relegado por las casacas internacionales o de la selección nacional y el pibe que viste la camiseta de su club, tiene varias y del último modelo. Antes era distinto y cuando digo antes, hablo de hace un tiempito. Un par de botines, para una familia común, era casi prohibitivo o sea que, quien los tenía, normalmente los cuidaba. La pelota de cuero que, con el paso de los años pasó a ser algo parecido a la cuerina, se untaba con grasa de vaca para que no se reseque y las camisetas que tenían los números cosidos (en una tarea casi monumental de la vieja, con aguja e hilo) eran de piqué y bien cuidadas, sin polillas en el ropero, duraban años. Creo que se rompían de viejas, jamás en una fricción del juego y menos por efectos del lavado.
Como decía, los tiempos cambiaron y hoy no solamente se destiñen, sino que al menor contacto con un manotazo, se rompen; pero los pibes tienen muchas y no las lloran. Creo que fueron perdiendo la noción del valor material de las cosas. Normalmente jugábamos con los “Sacachispas”, algo parecido a un botín de fútbol, con forma de bota corta, pero de tela y goma. Después estaban los que tenían viejos de guita y se podían calzar unos “Fulvence” y los ricos usaban los “Adidas”, que venían con tapones de goma y también de metal. Otros, como mi caso y muchos de mis amigos, jugábamos con zapatillas, en el mejor de los casos de cuero, a veces con las de lona. Guardaba los “Sacachispas” para ocasiones importantes.
Por eso, recuerdo esa mañana de domingo, día del clásico de barrio contra los pibes de la cortada, que tenían un equipazo y con quienes nos jugábamos algo más que un partido de fútbol. Es que en ese equipo jugaba “Tito” Parmesano, un crack que le había “robado” la novia a nuestro arquero: el “Flaco” Garibaldi. Se jugaba algo más, porque estaban el pedante de “Moquito” Sosa y el fanfarrón de “Fito” Gutiérrez, a quienes conocíamos de la escuela. Por eso era un verdadero clásico, que no se suspendía por nada del mundo, y una final que, para mí, se jugaba con los botines “Sacachispas”.
Los lavé con una semana de anticipación y pasaron un par de días enganchados con un broche de la soga. Cuando estaban por secarse, una impensada lluvia los volvió a mojar y ya no se secaron. Pero como dije, una final se jugaba con botines, así que los usaría mojados y esa mañana de domingo, cuando me los puse, con el agua, el sol y el agua nuevamente, se habían achicado. Intenté de cualquier forma ponérmelos, estirarlos, con tanta mala suerte que ese domingo del clásico contra los pibes de la cortada, esa mañana donde se jugaba algo más que el honor, ese día desapacible de campo embarrado y humedad en el aire, los “Sacachispas” dijeron basta. Mojados y todo, intenté coserlos con hilo y aguja, pero fue imposible; su vida útil había terminado y su destino era la basura. Saqué del ropero las viejas zapatillas de cuero y contrariado seguí con los preparativos.
Mi viejo y mi vieja miraban atentamente la situación, mientras degustaban unos ricos mates. Ante mi enojo tornado en desilusión, mi vieja me dijo:
- ¿Vas con las zapatillas?
- Sí ma, los “Sacachispas” se rompieron y no tienen más arreglo
- Te duraron mucho, hijo
- Y sí mami, con tanto traqueteo se terminaron rompiendo.
- ¿Debe estar toda embarrada la cancha, no?
- Sí mamá, llovió casi toda la semana.
- Tomá -me dijo– cuidalos.
- ¿Y estos botines, papá?
- “Son los botines de los Fulvencedores”.
Fue un partidazo, ganamos tres a dos dejando el honor a salvo. Jugué un gran encuentro, hice los tres goles que marcaron la victoria y los dediqué al aire, porque mi viejo no estaba en la cancha. Me hubiese gustado abrazarlo en cada gol, porque con los botines “Fulvence” era otra cosa. ¡Eran los botines de mi viejo…!
me encanta !!!!!!
ResponderEliminar¡Gracias Pablo...!
EliminarHermosos los fulvenze, los usé como también los saca chispas, que linda infancia jugar con esos botines
ResponderEliminarGracias por el comentario.
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