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domingo, 29 de julio de 2012

La pasión entre la vida y la muerte


En posición horizontal, mirando los platos voladores, esos que iluminan las camillas de los quirófanos, con el brazo derecho estirado y apoyado, el medidor de pulsaciones en el dedo índice y el de presión arterial en el brazo izquierdo, me preparaban para intervención. Con la música del monitor de los latidos del corazón de fondo y un cañito que enviaba oxígeno a mis orificios nasales.
Una imagen repetida en cualquier operación, sólo que la vivía despierto, escuchando las voces de los médicos, enfermeros y asistentes. El reloj marcaba 18.20 horas del viernes previo al clásico de invierno, que se jugaría el domingo en el Cilindro. Con la mirada perdida en algún sitio, recordaba el instante en el que el urólogo me dio el turno para la operación.
-       ¿Te parece bien el viernes 27 de Julio a las 17.15 horas?
-       Sí, cuanto antes mejor doctor.
-      
-       Aunque el domingo 29 se juega el clásico. ¿Podré ir doctor?
-       ¿Clásico de qué…?
-       Racing e Independiente, doctor, juegan el denominado clásico de invierno.
-       No sabía. No me gusta el fútbol. ¿Y es tan importante que vayas?
-       Sí doc, es un clásico…
-       Si todo sale bien, seguro que el domingo estás haciendo tu vida normal.
-       ¿Y si sale mal…?
-      
Recordaba justo las palabras del médico, en el momento en que el anestesista rondaba la camilla. Recordaba sus palabras y por sobre todo la charla que tuve con mi esposa cuando volví del urólogo la semana pasada.
-       ¿Y gordito qué te dijo el médico? Me preguntó mi esposa
-       Que me operan el viernes 27, a las seis de la tarde, en Las Heras…
-       Bueno, yo arreglo en el trabajo para salir una hora antes y me cruzo con vos.
-       Viste,  justo el viernes, antes del clásico…
-       Me imagino lo que estás pensando pelotudo…
-      
-       No seas boludo, se lo que estás pensando y ni se te ocurra decirlo.
Y lo que pensaba era que en las operaciones siempre hay dos posibilidades. Blanco o negro, que vaya bien o que todo salga mal. Era una intervención simple, con anestesia total, por cuantos los riesgos existirían desde el mismo momento en que empezaría a dormirme y de allí en más, uno pierde el sentido de la ubicación, el sentido del tiempo, el sentido de la vida misma. Y justo en el fin de semana que se jugaría un clásico, yo me preguntaba: ¿Se perderá el sentido de la pasión?
Siempre fui enemigo de los velorios, los cementerios y todo en negocio de la muerte. Por eso desde que tengo uso de razón le pedí, primero a mis viejos, después a mi esposa y mi hijo y por último a mis amigos, que mi deseo cuando muera era que me cremen y arrojen mis cenizas en el Cilindro de Avellaneda, en una ceremonia con hinchas de Racing presentes, muchos de ellos que me conocen desde que nací, otro con los que crecí en la malaria futbolística,  compartiendo el amor y el sentimiento por la celeste y blanca y a los más pibes que vi nacer, que quizá no compartan mis costumbres, pero que en definitiva persiguen el mismo objetivo. Y justo la operación era ese viernes, lo que significaría que saliendo bien o de lo contrario, el domingo estaría presente en el Cilindro. Si salía bien, en la popular. Si salía mal, con mis cenizas esparcidas en el verde césped del Presidente Perón. Lástima que no habría público visitante, para presenciar semejante acto de amor. Ellos, por su naturaleza, jamás lo entenderían y gritarían: ¡Se murió… Quintana se murió…! Pero lamentablemente no van a estar. Solamente sentiré el calor de los míos.
Todas conjeturas. Nadie tiene comprada ni la vida, ni la muerte…y menos un sufrido hincha de Racing.
Sentí que llegó el momento. El anestesista se acercó y me habló suavemente.
-       Va a sentir un dolor en el brazo derecho y se va a dormir despacito…
Y los platos voladores comenzaron a nublarse y el sonido del monitor de latidos del corazón a alejarse y allí perdí toda noción…
A partir de ese momento, ya nada es igual, es otro mundo. El corazón late, pero uno ya no lo escucha, y si ya no late, uno ya no se da cuenta…
En realidad el que sufre es el que está afuera, mi esposa, mis viejos, mi hijo, mis amigos. Yo ya no estoy. No hay hora, ni tiempo, ni día.
De mi parte lo único que puedo explicar, es que este clásico lo voy a vivir de otra manera y ya me siento distinto. El Cilindro explota, todo celeste y blanco. Como era de prever están presentes mi esposa y mi hijo. El partido comienza 15.30 horas y ya debemos estar cerca porque el bullicio era enorme, se preparaban papeles y cintas y el telón “más grande del mundo” que emociona a propios y extraños.
El cielo esboza un sublime celeste surcado por la pureza de las nubes blancas. Había llegado el momento. El momento de seguir sellando ese amor incondicional que manifiesto desde el día mismo en que mis viejos me engendraron. Ese amor que no tiene espacio, ni tiempo, Ese amor que va mucho más allá de la muerte. Ese amor que es el alma eterna…
Sentí que salía Racing, una leve brisa se levantó en el estadio y una nube ocultó por un instante el sol. Por el pasillo del córner apareció la figura de Sebastián Saja y en hilera, uno a uno los jugadores del nuevo plantel.
Había llegado el momento, me abracé a mi esposa, a mi hijo y con el brazo izquierdo al aire grité, grité bien fuerte….¡Y dale, y dale, y dale, Racing dale…! 


Eduardo J. Quintana 

2 comentarios:

  1. Que te puedo decir, excelente, agradable la manera de escribir y sentido hasta las bolas copn perdon de la expresion, gracias!!!

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