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domingo, 26 de agosto de 2012

Contrato con el diablo


(o un acto imaginario)

El incesante ir y venir de los automóviles, en la anchísima avenida de cuatro carriles, hacía imposible la charla entre Carlos Alberto y dos empresarios de la carne.
El sol en pleno auge, denotaba que no eran más de las dos de la tarde y el tránsito de gente en ambos sentidos, hacía suponer que el horario del almuerzo había culminado.
Carlos Alberto Sánchez, era un joven y talentoso estudiante de Sociología, a punto de recibirse. Con magníficas notas y a la corta edad de veinticinco años.
Hijo de un empresario, dueño de un frigorífico dedicado a la comercialización de carnes faenadas.
Su buen pasar y sus importantes contactos en la elite empresarial, lo habían llevado a catapultarse a la Defensoría del Pueblo, un cargo que se entrega solamente a personas honoríficas en el campo de la política.
De intachable militancia, Carlos Alberto Sánchez, era un político de carrera.
Con una representatividad importante dentro de uno de los principales partidos tradicionales del país.
Sánchez, había escalado peldaño a peldaño esa larga carrera política, que lo depositaría primero en la presidencia de su estamento barrial y luego en la Defensoría del Pueblo.
La “fama” no cambió su actitud de vida, siempre atento a los conflictos sociales, como a las disputas por espacios de poder dentro del partido.
La televisión, la radio y la aparición en medios gráficos, no eran bienvenidas, pues prefería el anonimato pleno en todas sus acciones, por considerar que su difusión sería pura demagogia.
En momentos en que la corrupción se afincó en la política nacional y el desprestigio se adueñó de la clase política, Sánchez gozaba de la noble impunidad que le endosaba su propia forma de ser, derecha y reservada.
Un tipo de pocas palabras, con una moral bien alta y principios éticos casi sobrehumanos.
Este devenir de la política, lo puso en la mira de los medios que el mismo combatió, debiendo cuidar paso a paso su camino.
Carlos Alberto Sánchez, reunido con dos empresarios, en una charla cordial. Dos personas recomendadas por su propio padre y una propuesta clara y concisa:
-          Carlos, usted que es una persona respetable dentro del ambiente de la política, debe tener buenos contactos en las entidades de control sanitario de animales.
-          ¿Porque lo pregunta, doctor?.
-          Porque queríamos proponerle un negocito. Agregó el otro hombre.
-          ¿Un negocio?. Bueno, cuenten cual es el negocio. Dijo Carlos.
-          Bueno....... El negocio consistiría en conseguir certificados sanitarios apócrifos.
-          ¿Cómo, ustedes me están proponiendo que cometa un delito?
-          No Carlos Alberto, no sea ingenuo, nosotros estamos proponiendo un negocio de los tantos que hay en la política. ¡Usted tómelo o déjelo!.
-          Señores ustedes están hablando con el Defensor del Pueblo, no con un comerciante corrupto.
-          No me entendió, señor Sánchez.
-          ¡Sí que entendí!. Ustedes me están corrompiendo. Aseguró Sánchez.
-          Sigue equivocado Carlos Alberto, nosotros le proponemos un negocio, donde usted ganaría unos cincuenta mil dólares limpios.
-          ¿Cincuenta mil dólares?. Preguntó el casi sociólogo.
-          Sí, cincuenta mil dólares, contra entrega de los certificados que digan que nuestro ganado está libre de aftosa.
-          ¡Perooo..!. Dudaba Carlos Alberto.
-          No espere, usted no se corrompe, porque nosotros podemos donar ese dinero al hospital o la escuela de su barrio, por supuesto a su nombre.
-          O sea, vamos por paso, yo consigo certificados de libre aftosa y ustedes donan a mi nombre cincuenta mil dólares, indistintamente al hospital o a la escuela que yo decida, de mi barrio.
-          Así es Carlos Alberto, así de fácil.
Sánchez, se tomó un tiempo de pensamiento, pidiendo disculpas para ir al baño de la confitería, en realidad los nervios se habían apoderado del joven político y la ida al baño, no era ni más ni menos que una excusa para distenderse un poco.
Mientras tanto en la mesa, las dudas se apoderaron de ambos empresarios. Pero para ellos, las dudas eran positivas, sus mentes no concebían el rechazo a semejante cifra.
Al volver, Sánchez se sentó en su lugar junto a la mesa; mientras los empresarios distendidos realizaban guiñadas de ojos y sonrisas socarronas.
En ese mismo instante, Carlos Alberto Sánchez, el honesto, el limpio, el de la ética intachable, se levantó de su silla, los miró a ambos, sonrió, les dio la mano y les expresó:
-          ¡Métanse la plata en el culo, corruptos!
Y partió con la muchedumbre, que en definitiva era su pueblo.

Eduardo J. Quintana 
(obra inédita)

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