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Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








miércoles, 29 de agosto de 2012

El final


Largo y sinuoso es el camino de la vida. Tan áspero como trabajoso es trepar esa pendiente que nos lleva inexorablemente al final, ese final impredecible, con quejosos lamentos y melancólicos abrazos al querer vivir mejor. Un largo camino con profundas cunetas, rodeado de precipicios interminables, que van dejando la huella con el paso del tiempo.

 En este viaje de placer que es la vida, hay quienes gozan y quienes sufren, aunque pareciese que quienes gozan cada día son los menos con mayor margen para el placer y quienes sufren con el paso de los años se asemejan más a un amplio rebaño que día a día suma más adeptos. Un viaje contradictoriamente audaz y querido, audaz porque las contingencias de la vida lleva a hacerlo así y querido porque imperfecto o no, todos queremos transitarlo. Aunque pagando peajes algunas veces elevados, otras veces innecesarios, pero intentando llegar al punto más lejano posible.

A veces la luz que indica el final, parece acercarse apresuradamente, aunque  quizá inconscientemente creamos que eso pasa y generemos en cada alma un miedo incontrolable, alentando el final no querido. Si cerráramos los ojos, imitando el comienzo de un intenso sueño, podríamos imaginar grandes cosas, momentos vividos y otros por vivir; y aunque sea un sueño volveremos a tener en la retina de los ojos esa luz que indica el final.

Como si  fuésemos una formación ferroviaria que se dirige hacia un punto lejano donde la vía llega a su fin, con carteles intermedios que indican esperanzas y anhelos a cumplir.
La vista fija en ese punto, allá en el horizonte, lejos pero no tanto. Y nuestro pensamiento a mil, como buscando nuevas ideas. Igual a un hermoso sueño virtual.
La división entre ver la luz en el horizonte y llegar a tocarla con nuestras propias manos es imperceptible, tan imperceptible como el cartel que ilumina dicha luz.
El temor, en este mundo sin sentido es tal, que a cada paso el corazón aumenta sus latidos, como si el previsible final se acercara, como si despertáramos de ese largo dormir.
Y la luz, casi al alcance de la mano. Y el cartel, empolvado y olvidado, nos da la bienvenida a la esperanza. Algo que en la sociedad de hoy se encuentra entre polvos e infinitos.
El final esta ahí, el final de este camino inmoral  y peligroso.
El comienzo de un mundo de esperanzas.   

Eduardo J. Quintana

domingo, 26 de agosto de 2012

Contrato con el diablo


(o un acto imaginario)

El incesante ir y venir de los automóviles, en la anchísima avenida de cuatro carriles, hacía imposible la charla entre Carlos Alberto y dos empresarios de la carne.
El sol en pleno auge, denotaba que no eran más de las dos de la tarde y el tránsito de gente en ambos sentidos, hacía suponer que el horario del almuerzo había culminado.
Carlos Alberto Sánchez, era un joven y talentoso estudiante de Sociología, a punto de recibirse. Con magníficas notas y a la corta edad de veinticinco años.
Hijo de un empresario, dueño de un frigorífico dedicado a la comercialización de carnes faenadas.
Su buen pasar y sus importantes contactos en la elite empresarial, lo habían llevado a catapultarse a la Defensoría del Pueblo, un cargo que se entrega solamente a personas honoríficas en el campo de la política.
De intachable militancia, Carlos Alberto Sánchez, era un político de carrera.
Con una representatividad importante dentro de uno de los principales partidos tradicionales del país.
Sánchez, había escalado peldaño a peldaño esa larga carrera política, que lo depositaría primero en la presidencia de su estamento barrial y luego en la Defensoría del Pueblo.
La “fama” no cambió su actitud de vida, siempre atento a los conflictos sociales, como a las disputas por espacios de poder dentro del partido.
La televisión, la radio y la aparición en medios gráficos, no eran bienvenidas, pues prefería el anonimato pleno en todas sus acciones, por considerar que su difusión sería pura demagogia.
En momentos en que la corrupción se afincó en la política nacional y el desprestigio se adueñó de la clase política, Sánchez gozaba de la noble impunidad que le endosaba su propia forma de ser, derecha y reservada.
Un tipo de pocas palabras, con una moral bien alta y principios éticos casi sobrehumanos.
Este devenir de la política, lo puso en la mira de los medios que el mismo combatió, debiendo cuidar paso a paso su camino.
Carlos Alberto Sánchez, reunido con dos empresarios, en una charla cordial. Dos personas recomendadas por su propio padre y una propuesta clara y concisa:
-          Carlos, usted que es una persona respetable dentro del ambiente de la política, debe tener buenos contactos en las entidades de control sanitario de animales.
-          ¿Porque lo pregunta, doctor?.
-          Porque queríamos proponerle un negocito. Agregó el otro hombre.
-          ¿Un negocio?. Bueno, cuenten cual es el negocio. Dijo Carlos.
-          Bueno....... El negocio consistiría en conseguir certificados sanitarios apócrifos.
-          ¿Cómo, ustedes me están proponiendo que cometa un delito?
-          No Carlos Alberto, no sea ingenuo, nosotros estamos proponiendo un negocio de los tantos que hay en la política. ¡Usted tómelo o déjelo!.
-          Señores ustedes están hablando con el Defensor del Pueblo, no con un comerciante corrupto.
-          No me entendió, señor Sánchez.
-          ¡Sí que entendí!. Ustedes me están corrompiendo. Aseguró Sánchez.
-          Sigue equivocado Carlos Alberto, nosotros le proponemos un negocio, donde usted ganaría unos cincuenta mil dólares limpios.
-          ¿Cincuenta mil dólares?. Preguntó el casi sociólogo.
-          Sí, cincuenta mil dólares, contra entrega de los certificados que digan que nuestro ganado está libre de aftosa.
-          ¡Perooo..!. Dudaba Carlos Alberto.
-          No espere, usted no se corrompe, porque nosotros podemos donar ese dinero al hospital o la escuela de su barrio, por supuesto a su nombre.
-          O sea, vamos por paso, yo consigo certificados de libre aftosa y ustedes donan a mi nombre cincuenta mil dólares, indistintamente al hospital o a la escuela que yo decida, de mi barrio.
-          Así es Carlos Alberto, así de fácil.
Sánchez, se tomó un tiempo de pensamiento, pidiendo disculpas para ir al baño de la confitería, en realidad los nervios se habían apoderado del joven político y la ida al baño, no era ni más ni menos que una excusa para distenderse un poco.
Mientras tanto en la mesa, las dudas se apoderaron de ambos empresarios. Pero para ellos, las dudas eran positivas, sus mentes no concebían el rechazo a semejante cifra.
Al volver, Sánchez se sentó en su lugar junto a la mesa; mientras los empresarios distendidos realizaban guiñadas de ojos y sonrisas socarronas.
En ese mismo instante, Carlos Alberto Sánchez, el honesto, el limpio, el de la ética intachable, se levantó de su silla, los miró a ambos, sonrió, les dio la mano y les expresó:
-          ¡Métanse la plata en el culo, corruptos!
Y partió con la muchedumbre, que en definitiva era su pueblo.

Eduardo J. Quintana 
(obra inédita)

lunes, 20 de agosto de 2012

Un simple balcón


Era un balcón común de una antigua edificación de cinco pisos, justo en ochava, a la vista de todos los transeúntes.
Por ser paso obligatorio en el camino a mi trabajo, todos los días posaba mi vista en su baranda de hierro negro con dibujos en forma de espiral. No tenía espacio entre la puerta de vidrio y la baranda artesanal. Era de los llamados balcón inglés.
Sólo tenía colgadas, dos macetas con plantas sin flores; que contrastaban con el negro de la baranda y el blanco de las cortinas, que cubrían la intimidad.
Me he tropezado con alguna baldosa floja y me he llevado por delante a personas que caminaban en sentido opuesto, sólo por admirar su belleza.
Mi paso acompañaba el alzamiento de mi vista, llegando en momentos a aminorar la marcha, hasta lograr que el semáforo cambie de color y así detenerme con razón, para mirar el mágico balcón del quinto piso.
Pero era en realidad un simple balcón. Un balcón antiguo, parte de la estructura estética de un edificio de principio del siglo pasado.
¿Porqué me impactaba tanto?. ¿Quién viviría en el departamento?. ¿Sería una empresa?.
Si hasta llegué a sentarme en el bar que se encuentra en la ochava opuesta, para poder apreciar mejor su magia.
Consulté con el mozo del bar, si sabía quien era su propietario y la respuesta fue negativa.
Parecía un departamento fantasma, pues no tenía movimiento. Pero sus cortinas se veían siempre inmaculadas.
Frente al bar, había un puesto de venta de diarios.
¿Quién mejor que el diariero del barrio, para saber vida y obra de alguien?.Quizá hasta el propietario, sea un asiduo cliente.
Pero la respuesta, también fue negativa.
Nadie conocía al morador del departamento, que poseía el balcón que me quitaba el sueño.
Hasta llegué a dudar, que estuviese habitado.
Pasaron los días y cada mañana mi vista se dirigía hacia el quinto piso, el del extraño balcón, y cada tarde en el regreso a casa, la escena se repetía.
Una tarde de Viernes, cansado de la ardua semana de trabajo, caminaba rumbo al subterráneo y cuando levanté la vista en el lugar previsto, encontré el balcón, mi balcón, cubierto con un gran cartel de venta.
Mi sorpresa fue tan grande, que necesité unos cuantos minutos para reponerme.
Anoté el nombre y la dirección de la inmobiliaria, para consultar sobre el destino del departamento y develar la incógnita sobre su fantasmal propietario.
Decidí no perder tiempo y esa misma tarde, me dirigí rumbo a la inmobiliaria, con el fin de consultar las condiciones. Era cerca, a sólo tres cuadras.
Ingresé y me dirigí hacia el vendedor, para realizar la consulta:
-          Si señor, ¿qué desea?.
-          Disculpe, buenas tardes, vengo por el departamento del quinto piso, que está en venta.
-          Bueno si, es un tres ambientes, con baño amplio, cocina luminosa y bajas expensas.
-          ¿Porqué lo venden?
-          Mire, en realidad no lo se, pero por el valor que pide, seguramente debe viajar al exterior.
-          ¿Es una familia?.
-          No, es un viejito al que le debe resultar un poco grande, un departamento de tres ambientes.
Cuando el vendedor me comunicó el precio, quedé sorprendido. Pedían mucho menos de su valor real y la inmobiliaria, ofrecía financiación para el comprador.
Esa noche, pensé mucho sobre si comprar o no el departamento. Reunía todos los requisitos y la cuota a pagar, era accesible.
El Sábado por la mañana, me dirigí a la inmobiliaria con intención de ir a conocer el departamento. Y así fue, pese a que el propietario no se encontraba, procedimos a visitarlo. Era antiguo de techos altos y guardas de yeso. Faltaba darle unos retoques de pintura y cambiar el tipo de iluminación. Me llevaron a conocer la cocina y el baño; pero a mi me interesaba la pieza de la ochava.
Por último, cuando habíamos recorrido todo el departamento, la persona de la inmobiliaria, me llevó a conocer el ambiente citado.
-          Y este es el comedor, que posee tres ventanales, uno de los cuales está en la ochava del edificio.
Fue allí cuando me acerqué y admiré desde el balcón, la calle que siempre transitaba. Curiosamente en la esquina, había una mujer mirando hacia arriba, mirando el balcón del quinto piso. Pensé que sería una presunta compradora. Por cuanto decidí apurar el trámite, que iniciado ese mismo Sábado, abonando la seña correspondiente y agilizando los papeles, asceleraría la venta para el Martes o Miércoles, a más tardar.
Tomé el Domingo, para conseguir todos los requisitos y llevar a mi novia para que conociese su exterior.
El Lunes, en mi recorrida diaria hacia mi trabajo, miré de reojo el balcón que lucía a pleno, pues habían quitado el cartel de venta. Entendí entonces, que todo marchaba viento en popa.
Por la tarde, la confirmación de la firma del boleto de venta para el siguiente día a primera hora. Así que procedí a emprender mi camino de regreso y admirar por última vez, el balcón. Mi balcón.
Esa noche, no pude conciliar el sueño, pues éste, se veía entrecortado por la imagen del balcón de la baranda artesanal negra.
Desayuné tranquilo con mi novia y partí rumbo a la inmobiliaria. Una vez en ella, conocí al propietario, un viejito con barba blanca y gorra a cuadros.
Al consultarle su edad, me respondió tranquilamente.
-          Noventa años recién cumplidos, mi hijito.
-          ¿Noventa años, que bien se mantiene?.
-          Sí hijo, noventa años bien vividos.
-          ¿Y hace mucho que vive en el departamento?
-          Sesenta años hijo, desde que me casé con mi difunta esposa, que en paz descanse.
-          Sesenta años, cuanto tiempo. ¿Y porqué se va, abuelo?
-          Me voy, porque estoy cansado que miren mi balcón, ¿sabe que voy a hacer mañana por la mañana, cuando me mude?.
-          ¿No, que va a hacer?.
-          Me voy a parar enfrente, para admirar el balcón del quinto piso, el de baranda negra.

Eduardo J. Quintana 
(Inédito) 

domingo, 12 de agosto de 2012

Cada hora, cada día



La belleza enmarcada en mi mente, se refleja esperadamente cada vez que te tengo enfrente.
La suavidad de tu pelo, el marrón de tus ojos, las armoniosas formas de tu cuerpo, casi perfecto; realzan mi deseo de vivir a tu lado, de desearte, de gozarte, de sentirme envidiado.
Cada hora que pasa, cada día que transcurre, me siento más feliz de tenerte, de mirarte, de mimarte.
El verdadero orgullo de caminar a tu lado, de tomar tu mano y de volver a sentirte mía.
Cada hora que pasa, cada día que transcurre, te siento más mía.
Cada hora, cada día te veo más hermosa y te amo.
Cada hora, cada día.

Eduardo J. Quintana
del Libro "Formato de mujer"