Bienvenidos



Este es un humilde sitio donde podré difundir también mis escritos. Volcaré semanalmente algunos de mis cuentos editados e inéditos para que la gente pueda disfrutarlos.



Espero les agrade.








lunes, 7 de junio de 2021

Los siete gladiadores

 

No te podés imaginar el frío que me corrió por la espalda cuando el Nano entró al vestuario y dijo:

-          Cagamos, Carlitos se contagió…

Fernando, Sergio y Catalina lo miraron serios, sorprendidos e impotentes. La cara de preocupación de Tato era para alertar, más que a toda la familia, a todo el pueblo.

Salto Miranda era un pueblo próspero, de pocos más de tres mil habitantes, que creció gracias al turismo que generaba la naturaleza, a través de dos maravillas: el Salto de agua que provenía de una grieta en el cerro y el río de aguas transparentes, con playas de ambas márgenes y dos pintorescos puentes peatonales. Una atracción para la gente que ama el silencio y la naturaleza y para quienes no necesitan de la noche. Todo el pueblo giraba mayormente alrededor del turismo de paso, pero también existía el turismo permanente.

Tato se comunicó con el resto de sus amigos para explicarles la novedad. Por la tarde, todo el plantel del Sportivo Reuquecurá, debía concurrir al Hospital Municipal para hacerse los testeos correspondientes, ya que en tres días jugaría una final contra su eterno rival: Atlético Juventud de Monte de Oro.

A sesenta y tres kilómetros de Salto Miranda se encontraba la localidad de Monte de Oro, que la triplicaba en población y en nivel productivo. Poseía tres fábricas importantes y el Centro Cívico; un club de fútbol modelo, multicampeón en viejas épocas de gloria y con un presente irregular que hacía que la falta de títulos llegue a diecinueve años. Justo ese fin de semana tenía la gran chance de definir el título de la Liga. Para ello se concentraron y armaron una burbuja para aislarse. La pandemia acechaba en la comarca y si bien Monte de Oro no tenía casos, había que estar prevenidos.

Los testeos trajeron malas noticias para Sportivo, de los treinta jugadores del plantel, veintidós casos positivos de Covid 19 y un problemón para jugar la final. Pidieron la postergación y fue denegada. El presidente de la Liga era, ni más ni menos, que el bisnieto del fundador de Monte de Oro y las dos décadas de frustración, hacían que el deseo de ganar el torneo, pese por sobre la moral y la ética.

Esa noche, se reunieron en las oficinas del club los directivos para tomar una decisión. Primaba, en un principio, la idea de no presentarse. Era el sentido común que sobrevolaba en el ambiente. En el campo de juego siete jugadores, entre ellos, el capitán y arquero Luis Alberto “Mono” Giménez. Tipo de pocas pulgas, impecable prestancia y un espíritu ganador como pocos. Hicieron una ronda con distancia social y hablaron mucho. En un momento con una arenga del Mono y los gritos del “Rifle” Marabotto, enfilaron hacia la oficina de comisión directiva. Ingresaron, se ubicaron separados alrededor de la mesa rectangular, tomó la palabra el Mono y dijo con voz firme:

-          Decidimos jugar con lo que tenemos y que nos dirija el Jeringa. Es una decisión tomada.

El Jeringa era el aguatero, un ex jugador de fútbol que tuvo la desgracia de romperse los ligamentos y no recuperarse. Sabía al pie de la letra lo que Heriberto quería para el equipo. Heriberto, era Heriberto Trasante, el veterano director técnico de Sportivo Reuquecurá, que vivía justo enfrente del estadio y desde su terraza podía ver el partido y dar sus indicaciones por celular. Eso siempre y cuando, ese día, funcionen las comunicaciones.

La Comisión Directiva no tuvo opción. No presentarse no solo implicaría el campeonato para Atlético Juventud de Monte de Oro, sino el enojo de todo el pueblo por entregar el partido sin luchar. Ganaron el Mono y su imposición, quien a su vez pidió solo un deseo:

-          Presidente, como ustedes saben todos trabajamos, aunque estemos en temporada baja. Solo le pedimos que hablen para poder concentrarnos los ocho en lo de Doña Margie. Seguro que tiene vacía la pensión y podemos guardarnos hasta el fin de semana.

Con el compromiso del presidente, el Contador Rechimuzzi, avalado por todos los miembros de comisión directiva, nos concentramos en el “Hostal Miranda”. Allí delineamos junto al Jeringa, siempre con la venia del profe, la estrategia para lograr el milagro: llegar a los penales. En un principio, cuatro en el fondo y dos en el medio para presionar arriba. A medida que vayan pasando los minutos, la carga de Juventud sería cada vez mayor y el cansancio pesaría de sobremanera en Sportivo.

Pasaron los días aislados, bien alimentados, entrenando, controlados por el médico y soñando. El diario “El Sol de Miranda” comenzó titulando “Misión Imposible” y luego de ver el empeño de los siete gladiadores, animado por el fervor de todo el pueblo fueron mutando los títulos de tapa, hasta llegar el domingo a un impactante: “Vamos por la gloria”.

Las noticias de Monte de Oro daban cuenta que, Juventud, llegaba con todos sus titulares y con la gran ilusión de cortar diecinueve años de sequía, acompañado por un guiño del destino que marcaba que, la final, se jugaría con total superioridad numérica.

Llegó el día domingo, los siete gladiadores desayunaron junto a Doña Margie y el Jeringa. Desayuno especial con un rato de sobremesa. De allí al estadio a oxigenarse y estirar un poco los músculos. Las dos cuadras de caminata fueron inolvidables, todas las casas embanderadas con un sentimiento inigualable.

Un par de horas después estaban nuevamente en el hostal para descansar, almorzar muy liviano y repasar las tareas de cada uno dentro de la cancha. A las dos de la tarde partirían hacia el estadio. Minutos antes se acercó el Contador Rechimuzzi y se reunió con los ocho integrantes de Sportivo Reuquecurá, para contarles un hecho histórico.

-          Muchachos, la gente del pueblo juntó el valor de una entrada por familia para ofrecerles un premio, cualquiera sea el resultado. El dinero es lo de menos, pero en la actitud de todos queda demostrado que salen siete a la cancha, pero en realidad son tres mil…

Mucha emoción, mucho orgullo y por sobre todo mucho compromiso. El presidente salió junto a los jugadores rumbo al estadio y allí llegó la sorpresa. En los jardines, en los balcones, en las terrazas todo el pueblo embanderado en un solo grito: ¡Sportivo…Sportivo…!

Fue emocionante y difícilmente, los siete gladiadores, puedan olvidarse de esas dos cuadras. Bocinas, cornetas, papelitos, fuegos artificiales y el griterío de todo Salto Miranda apoyando al club en ese momento adverso. Entraron al estadio vacío y comenzaron a precalentar liviano. En un momento determinado se comenzaron a escuchar silbidos y abucheos, que crecieron a medida que el micro que traía al plantel de Juventud, se acercaba al estadio.

Heriberto Trasante, teléfono en mano, se comunicó con el Jeringa quien puso el celular en manos libres, con alto volumen, para escuchar la charla táctica. Que atravesó más el corazón de los siete gladiadores, que aclaraciones técnicas. No había mucho para decir. Solo aguantar hasta donde se pudiese…

Media hora después con los once jugadores de Juventud de Monte de Oro dispersos en su propio terreno; Sportivo Reuquecurá ingresó al rectángulo de juego, acompañado nuevamente por el griterío de la gente que habitaba balcones y terrazas linderas al estadio. No había relatores, ni alcanza pelotas, ni fotógrafos. Sportivo ganó el sorteo y eligió atacar hacia el sur. El viento sería un factor fundamental y había sudestada, por lo que las fuerzas se aplicarían en el primer tiempo, para aguantar con el viento a favor cuando las fuerzas flaquearan.

Sportivo Reuquecurá paró en la cancha al capitán, el “Mono” Giménez en el arco; los cuatro defensores: Lázaro Ruiz, “Tato” Carreras, “Willy” Pereyra y “Rulo” Páez. Un poquito más adelantados, pero no mucho, el “Nano” Lomana y el “Rifle” Marabotto, quienes con su estado físico ejemplar correrían a cortar hasta que las fuerzas les dieran. Solo un milagro podría cambiar el rumbo de la historia.

Pitó el árbitro, comenzó el partido y como era previsible, Juventud de Monde de Oro salió a apretar, ayudada por la superioridad numérica y el viento voraz que acechaba el campo de Sportivo. Iban siete minutos y la visita ya contaba con dos tiros de esquina a favor, que se cerraron con el viento y el Mono manoteó como pudo. Era imposible.

El Nano robaba alguna pelota y debía esperar que el Rifle, delantero por naturaleza, picase para tirarle en un pelotazo. Solo llegaron una vez al área de Juventud. Era un monólogo y vaya paradoja, dentro de ese monólogo, el Mono se empezaba a erigir en figura. El Tato no paraba de cabecear y el Jeringa jugaba en soledad su partido. Cada despeje largo, cada atajada del Mono o cada corte del Nano, provocaban una explosión en los vecinos del estadio, que se replicaba como dominó en todo el pueblo. Hubiese sido lindo saber cómo sería la reacción ante un gol de Sportivo, pero no se dio. Llegó el final del primer tiempo, con el agotamiento de los siete gladiadores y los reproches entre los jugadores de Juventud, mientras de fondo se escuchaba el ¡Sportivo…Sportivo…! que el viento traía de la parte norte y se esparcía entre todo el pueblo.

En el vestuario local el silencio dominaba la situación. El Jeringa masajeaba a Lázaro Ruiz en el aductor de su pierna derecha que se le había endurecido. El Nano vomitaba en el baño, estaba extenuado, mientras el Contador Rechimuzzi buscaba una pastilla para mejorar el estado del Nano. Muchas sales, agua y descanso al límite. Desde el teléfono del auxiliar, salía la voz de Don Heriberto aconsejando a los jugadores rotar las posiciones de los medios y los marcadores de punta, para dosificar las pocas energías que quedarían con el transcurrir de los minutos.

El silbato del árbitro llamaba al local a la cancha. Antes de salir, se abrazaron los ocho en círculo y escucharon las pocas palabras del Mono: “Muchachos vamos a dar todo, hasta la última gota de sudor y si no llegamos, que el pueblo se sienta orgulloso de este grupo”

Salieron caminando, ya no había fuerzas para demostrar nada. Lázaro intentaba que no se note su renguera, Nano transpiraba y temía lo peor, mientras el Mono saludaba a las terrazas detrás del arco, donde los vecinos se rompían las manos aplaudiendo.

Iban cinco minutos y lo único a favor era el viento, el esfuerzo parecía vano. A los veinte, ya sin fuerzas Lázaro Ruiz cruzó con su pierna derecha al wing de Juventud dentro del área y el juez cobró penal. El marcador de punta quedó tendido augurando que se aproximaba el final. El árbitro hizo señas que entre el médico y el Jeringa, bidón en mano llegó junto al jugador tendido:

-          Si no podés correr, igual levántate y quédate dentro de la cancha.

Lázaro lo miró y asintió. A un costado el Nano totalmente extenuado, repetía el acto del baño. Su camiseta era más oscura dado el sudor que emanaba. El partido debía continuar, el capitán de Juventud con la pelota en la mano, llamó al juez y al Mono.

-          Ya está Mono entraron en la historia…

-          ¿Qué abandonan…? Preguntó el arquero.

-          Creo que no deberían seguir, Giménez.

Sin atender las sugerencias del capitán y el juez, el Mono dio la espalda y se dirigió al arco. A lo lejos el Jeringa le hacía seña que, el Nano, no podía seguir. El arquero meneaba la cabeza, mientras que desde el exterior llegaba el aliento de mucha gente y el viento levantaba el polvo de la cancha seca. Frente a frente el capitán Florencio Martínez de Atlético Juventud de Monte de Oro y el arquero Luis Alberto Giménez de Sportivo Reuquecurá. Espectador de lujo, Edelmiro Miramento juez del cotejo. Silbato al aire. Fuerte derechazo a la diestra del arquero quien, todo estirado, manoteó la pelota al córner.

Se gritó como un gol dentro y fuera de la cancha. El viento hizo lo suyo con el disparo de esquina. El lateral lo sacó el Rulo al pecho del Nano, este de zurda tiró la pelota al campo contrario y cayo desmayado, justo en momentos que todo el pueblo de Salto Miranda ingresó por el portón e invadió el campo de juego, llevándose en andas a los siete gladiadores que pasearon por las calles, mientras desde las casas se los honraba con vítores.

El “Nano” Lomada fue directamente con la ambulancia al hospital, Lázaro Ruiz fue llevado en andas con un sillón; mientras en el estadio, Edelmiro Miramento daba por terminado el partido, a los veintidós minutos por invasión del campo de juego, con el resultado empatado en cero.

La Liga le adjudicó el torneo a Atlético Juventud de Monte de Oro, después de diecinueve años.

La historia hablará de los siete gladiadores que, con la valentía propia del cacique que daba nombre a su club, defendieron los colores de Sportivo Reuquecurá…


(Foto extraída de Internet)

Eduardo J. Quintana

Cuento inédito

ITG: eduardo.quintana961
Facebook y Twitter: @ejquintana010


1 comentario:

Hazte miembro de este blog y tu mensaje respetuoso, siempre será bienvenido