Largo y sinuoso es el camino de la vida. Tan áspero como trabajoso es trepar esa pendiente que nos lleva inexorablemente al final, ese final impredecible, con quejosos lamentos y melancólicos abrazos al querer vivir mejor. Un largo camino con profundas cunetas, rodeado de precipicios interminables, que van dejando la huella con el paso del tiempo.
En este viaje de placer que es la vida, hay quienes gozan y quienes sufren, aunque pareciese que quienes gozan cada día son los menos con mayor margen para el placer y quienes sufren con el paso de los años se asemejan más a un amplio rebaño que día a día suma más adeptos. Un viaje contradictoriamente audaz y querido, audaz porque las contingencias de la vida lleva a hacerlo así y querido porque imperfecto o no, todos queremos transitarlo. Aunque pagando peajes algunas veces elevados, otras veces innecesarios, pero intentando llegar al punto más lejano posible.
A veces la luz que indica el final, parece acercarse apresuradamente, aunque quizá inconscientemente creamos que eso pasa y generemos en cada alma un miedo incontrolable, alentando el final no querido. Si cerráramos los ojos, imitando el comienzo de un intenso sueño, podríamos imaginar grandes cosas, momentos vividos y otros por vivir; y aunque sea un sueño volveremos a tener en la retina de los ojos esa luz que indica el final.
Como
si fuésemos una formación ferroviaria
que se dirige hacia un punto lejano donde la vía llega a su fin, con carteles
intermedios que indican esperanzas y anhelos a cumplir.
La
vista fija en ese punto, allá en el horizonte, lejos pero no tanto. Y nuestro
pensamiento a mil, como buscando nuevas ideas. Igual a un hermoso sueño
virtual.
La
división entre ver la luz en el horizonte y llegar a tocarla con nuestras
propias manos es imperceptible, tan imperceptible como el cartel que ilumina
dicha luz.
El
temor, en este mundo sin sentido es tal, que a cada paso el corazón aumenta sus
latidos, como si el previsible final se acercara, como si despertáramos de ese
largo dormir.
Y la
luz, casi al alcance de la mano. Y el cartel, empolvado y olvidado, nos da la
bienvenida a la esperanza. Algo que en la sociedad de hoy se encuentra entre
polvos e infinitos.
El
final esta ahí, el final de este camino inmoral
y peligroso.
El
comienzo de un mundo de esperanzas.
Eduardo J. Quintana
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